Sergio Sarmiento
Analista político y periodista
Cuernavaca, Morelos— Este 7 de abril el jefe de gobierno de la ciudad de México, Miguel Ángel Mancera, se solidarizó con los “ciudadanos, trabajadores a jornada completa de los campos agrícolas de San Quintín, Baja California”. Lo hizo en una carta distribuida a los medios por su secretario de desarrollo económico, Salomón Chertorivski, encargado de la campaña para elevar el salario mínimo. Si bien se difundió antes que Carlos Navarrete, presidente del PRD, destapara a Mancera este 11 de abril como “una opción natural” del partido a la Presidencia de la República, la carta revelaba ya la intención de elevar el proyecto político de Mancera a un nivel nacional.
Si bien Mancera no se ha afiliado al PRD, ha trabajado con las tribus del partido en su gobierno. El distanciamiento entre el PRD de los Chuchos y Andrés Manuel López Obrador, su candidato en dos ocasiones, es ya insalvable. Mancera tiene carisma y reputación de honestidad personal. El que no sea miembro del PRD, que hubiera sido un obstáculo infranqueable para la candidatura en el pasado, es hoy un activo ante el desprestigio de todos los partidos.
Lanzar esta precampaña con un tema que no tiene nada que ver con la ciudad de México implica riesgos. Mancera tiene muchos flancos abiertos en su propio terruño. Los sindicatos del gobierno del Distrito Federal, como el de los trabajadores del Metro, tienen fuerte influencia o predominio priista.
A mí en lo personal me preocupa el mensaje de fondo a los jornaleros. Revela un prejuicio contra la economía formal que se ha manifestado en acciones del gobierno pero que podría uno pensar no era parte de una política sistemática. La idea de que “el mercado laboral formal produce pobres, incluso pobres extremos”, parece explicar por qué el gobierno capitalino ha tomado tantas medidas para afectar a las empresas formales, como el incremento del impuesto a la nómina y las clausuras de negocios, mientras permite que los informales expandan sus actividades.
Mancera no cuestiona las condiciones de pobreza extrema en Oaxaca, lugar de origen de la mayoría de los jornaleros, ni el trabajo esclavo, sin remuneración alguna, al que son sometidos los jóvenes por familias y comunidades. La crítica es a los empleos formales en San Quintín, con sueldos de entre 100 y 130 pesos diarios más alimentos y alojamiento, que son la única escapatoria para estos jóvenes oaxaqueños. Paradójico también es que Mancera cuestione los sueldos superiores a los 100 pesos diarios en San Quintín cuando su propia propuesta ha sido elevar el salario mínimo a 82.86 pesos.
Es fácil pontificar desde la ciudad de México, beneficiada siempre por la centralización económica y del gasto burocrático, pero los ataques a la economía formal en la urbe han tenido efectos negativos. Según el Indicador Trimestral de la Actividad Económica Estatal del INEGI, Aguascalientes creció en el tercer trimestre de 2014 a un ritmo anual de 11.1 por ciento, Sinaloa 7.8 por ciento y Querétaro 6.4 por ciento, por sólo mencionar tres ejemplos. En cambio el Distrito Federal registró una caída de 0.1 por ciento.
Un trimestre no hace verano, pero no hay duda de que Aguascalientes y el Bajío, donde se promueve la inversión formal, crecen a un ritmo más rápido que la ciudad de México.
Me parece sano que el PRD impulse la candidatura presidencial de Mancera y que éste busque colocar un tema de fondo sobre una pobre mesa de debate. Pero no estoy de acuerdo en que se satanice la economía formal.
Un país no puede vivir sólo de subsidios gubernamentales, como los que proliferan en el Distrito Federal. Alguien tiene que trabajar en la economía formal y pagar impuestos.
Más casas
La revista Proceso publica un reportaje de portada que señala que también el secretario de gobernación, el hidalguense Miguel Ángel Osorio Chong, “hizo suyas” dos residencias en Las Lomas. El procedimiento es otra vez la compra a través de la esposa a un contratista favorecido por obras en el estado de origen del ex gobernador.