Opinion

Potrero en Morelos

Sergio Sarmiento
Analista político y periodista

2015-03-30

Distrito Federal— Los gobernantes de Morelos siempre han utilizado la figura de Emiliano Zapata para justificar sus debilidades. La entidad está llena de estatuas, calles, municipios y escuelas con el nombre del revolucionario. Algunos historiadores nos dicen que, al contrario de lo que plantea el mito, Zapata en realidad creía en la propiedad privada. Parece lógico en un hijo de campesinos ya que la propiedad de la tierra es el bien más valioso para los campesinos en cualquier lugar del mundo.
El mito zapatista ha servido para permitir invasiones que han debilitado al extremo el derecho de propiedad en el estado. Hace algunos años un grupo de inversionistas me explicó que había decidido hacer una inversión industrial multimillonaria en Puebla porque había un mayor respeto a la propiedad en ese estado que en Morelos. Una de las razones principales de la pobreza de Morelos es, precisamente, la falta de respeto a los derechos de propiedad.
Un claro ejemplo es el Potrero de los García, en el poblado de Ahuatepec, en el norte de Cuernavaca. Se trata de un predio de 872,061 metros cuadrados invadido desde los años noventa. Ni los gobiernos priistas ni los panistas ni los perredistas se han atrevido a hacer nada.
En los años noventa un grupo de inversionistas promovió la construcción de una central de abasto y central camionera en ese terreno. La propuesta le fue presentada al entonces gobernador Antonio Riva Palacio, pero poco después se registró una invasión promovida o aceptada por el propio gobernador.
El predio era propiedad privada. En 1956 el propietario Timoteo Salas Montiel lo vendió a un grupo que incluía a Donald Stoner, Francisco Guerrero Farías, Paulina Valverde y José Gómez Guerrero en una transacción registrada y escriturada. Los terrenos fueron consolidados en una empresa llamada Terrenos Potrero que los ofreció como aportación al proyecto de la nueva central de abasto.
Los invasores originales provenían de la colonia Antonio Barona que ya antes habían invadido otro terreno, El Ensueño, de Donald Stoner. La invasión fue encabezada por el ya fallecido Ricardo Ocampo Millán, un “líder social” que, como otros en Morelos, se enriqueció vendiendo “certificados de posesión” a personas de escasos recursos  con el sueño de adquirir una vivienda propia.
Como es habitual, los líderes trataron de justificar la invasión afirmando que los terrenos son comunales. Éste es el argumento favorito de quienes se dedican al despojo de terrenos. Distintas decisiones judiciales, sin embargo, han ratificado la propiedad privada del predio.
La invasión ha tenido consecuencias negativas para todos. Nunca se pudo construir la central de abasto ni la central camionera que Cuernavaca necesita. Los inversionistas han recibido una vez más el mensaje de que el gobierno no tiene capacidad ni voluntad de evitar despojos. Las más de 10 mil personas que han ocupado el Potrero de los García no reciben servicios municipales.
Los que tienen, como algunos que recientemente ha otorgado la Sedesol, son ilegales porque se están dando a invasores. En vez de tener drenaje, los habitantes hacen hoyos para depositar sus heces fecales. Esto significa que 1,825 toneladas de excremento son llevadas cada año por las lluvias a los mantos freáticos de Cuernavaca.
Lo ocurrido en Potrero de los García es indicio de lo mucho que pierde la sociedad cuando un gobierno promueve o acepta las invasiones. Los únicos que ganan son los líderes que se enriquecen vendiendo certificados de posesión. La sociedad pierde por la corrupción o cobardía de sus gobernantes ante la necesidad de defender el derecho de propiedad.

Vagoneros
Se difunde en redes sociales un video de vagoneros que abiertamente se drogan en los vagones del Metro capitaino. La policía no se atreve a hacer nada.
Si bien se subió el precio del Metro en diciembre de 2013 con la promesa de mejorar el servicio y eliminar a los vagoneros, el director del Metro, Joel Ortega Cuevas, no ha tenido la capacidad o el valor de cumplir ninguna de las promesas.

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