Opinion

De política y cosas peores

Armando Fuentes
Escritor y periodista

2015-01-25

Distrito Federal- Jock McCock, rudo vaquero, casó con Lily Mae, ingenua chica. Cuando el novio se despojó de su atuendo de cowboy y se le presentó al natural, su flamante mujercita le preguntó, inocente: “¿Qué es esa cosa?”. Él, temeroso de ofenderla, respondió con un eufemismo: “Es mi cuerda de vaquero”. Volvió Lily Mae a preguntar: “Y ésos ¿qué son?”. Le dijo Jock: “Son los nudos de la cuerda”. Empezó el hache ayuntamiento. A pesar de su falta de experiencia bien pronto la muchacha dio señales de estar disfrutando grandemente la coición, tanto que de pronto echó mano con urentes ansias a los testes, dídimos o compañones de su esposo. Eso le gustó al vaquero, pero también lo intrigó. Le preguntó a Lily Mae: “¿Qué haces?”. Respondió ella ansiosamente: “Estoy tratando de desatar los nudos”. Inquirió, divertido, el cowboy: “¿Para qué?”. Contestó la muchacha acezando con agitación: “La cuerda está muy corta. Necesito más”... En cierta ocasión un reportero le preguntó a Churchill: “¿Qué opina usted. Sir Winston, acerca de la teoría según la cual la mujer dominará en el siglo XXI?”. Respondió él con simulado asombro: “¿También en ese siglo?”. Yo voy por el camino de la vida con muchas dudas y pocas certidumbres. Una de éstas, entre las más firmes, consiste en reconocer la superioridad de la mujer sobre el varón, tanto en lo que se refiere al cuerpo como en lo relativo a las cosas de la mente. No cabe duda de que la fortaleza física de la mujer es mayor que la del hombre. En tanto que los señores gemimos y lloramos por una ampollita que nos salió en la mano, ellas han sido capaces de soportar dolores tan intensos como los del parto. Bien supo la naturaleza lo que hizo al encargarles a las mujeres la misión de dar a luz los hijos: nosotros -el verdadero sexo débil- nos habríamos hecho esterilizar después de la primera parición, o habríamos guardado absoluta continencia sexual el resto de nuestros días, para no repetir la traumática experiencia. En cuanto a lo mental las mujeres son tan inteligentes que desde el principio de la humanidad nos han hecho creer a los hombres que nosotros somos los que mandamos, cuando en verdad ellas nos han regido siempre. No me avergüenza entonces decir que soy un mandilón: estoy seguro de que también lo fueron Atila, Gengis Khan, Iván el Terrible, Luis XIV, Napoleón, Stalin, Patton y El Santo, forzudo luchador que quería llamarse “El Enmascarado de Oro”, pero a su señora le gustaba más el color plata. Por lo anterior me asombra y me molesta ver las muestras de discriminación contra la mujer que todavía hoy se miran en nuestra sociedad. La mujer trabaja más y mejor que el hombre, y con frecuencia recibe un pago inferior. En la política las mujeres deben esforzarse el doble que los varones para llegar a un puesto de autoridad o representación. El hecho de que en Nuevo León dos mujeres aspiren a ser gobernadora ha provocado comentarios de un tono machista que exaspera, indignos de una comunidad tan abierta y progresista como es la de ese estado. Digo todo esto porque he tenido el privilegio de tratar a una mujer de excepcional inteligencia, sensible, conocedora profunda de la realidad de su estado y de México, y con un gran espíritu de servicio. Hablo de la hidalguense Carolina Viggiano Austria. Conocí su trabajo al frente del Consejo Nacional de Fomento Educativo, y puedo dar testimonio de su dedicación y entrega a la misión que le fue encomendada. En dos años hizo en el Conafe más de lo que en dos décadas se había hecho. Ahora esa talentosa mujer aspira a representar a su estado en la Cámara de Diputados. Si es electa, Hidalgo tendrá en ella una representante excepcional. Los escribidores en papeles públicos somos dados a censurarlo todo en automático. La labor crítica, sin embargo, debe incluir también el reconocimiento a quienes en las funciones oficiales cumplen bien su responsabilidad. Carolina Viggiano es uno de esos casos. Me alegra su participación cívica y política en estos tiempos en que tantos motivos hay para desesperar de nuestra vida pública... Pepito le informó a su papá: “Saqué cero en la tarea de aritmética”. Preguntó el señor: “¿Por qué?”. Respondió el niño: “Te pedí que me ayudaras a contestar la pregunta: ‘¿Cuánto es en millones un billón de pesos?’. La respuesta no es: “Un chingo”... Una chica del talón le preguntó a otra: “¿Qué le pediste a Santa?”. Respondió: “Mil pesos, como a todos”... FIN.

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