Opinion

México en llamas

Carlos Murillo M.
Abogado

2014-11-26

El escritor juarense José Muñoz Cota escribió hace más de 50 años un libro que tituló “Querétaro, Sinaí en llamas”, la alegoría al monte bíblico y la precisión de su pluma permiten conocer un enfoque de la creación de nuestra Constitución en el año de 1917.
Hoy, casi 100 años después de que los mexicanos firmáramos ese contrato simbólico que es la Carta Magna, el país vuelve a estar en llamas. El detonante es el caso de Ayotzinapa, donde ya todos sabemos que desaparecieron 43 estudiantes de la Normal Superior.
No podía ser de otra manera, la gota que ha derramado el vaso está en lo más olvidado del país, por donde la Revolución nunca pasó, en donde la marginación y la miseria se juntaron con el crimen y el odio, la peor combinación que puede existir en una comunidad. Sin duda, este mal es una patología social que se ha regado por todo el país como una lluvia invisible.
Y de pronto despertamos a esta realidad: vivimos en un país donde un alcalde, como el de Iguala, puede estar íntimamente ligado al narcotráfico sin que nadie diga nada, una nación donde las candidaturas de los partidos son vendidas al mejor postor, sin importar el ideario político, ni la ética, mucho menos la ley. Vivimos en este México donde un gobernador, como el de Guerrero, es capaz de alianzar con el diablo con tal de alcanzar el poder y donde la enorme estructura del Gobierno Federal parece un lento y pesado elefante, agotado e indolente.
Pero en Juárez esta no es noticia, por aquí ya hemos pasado por la desaparición de mujeres, hombres y jóvenes. Los casos se cuentan por decenas de miles. En la frontera los más afortunados hemos sido testigos de todas las tragedias griegas, los menos afortunados las han vivido en carne propia.
Pero aquí fue el laboratorio de Ayotzinapa, desde más de 20 años se están señalando los terribles casos de desapariciones de mujeres y asesinatos donde el Estado, responsable de salvaguardar la seguridad física de sus ciudadanos, ha fallado. El contrato social tiene por lo menos dos décadas sin cumplirse, quizá nunca se cumplió.
Los antídotos de moda fueron paliativos, desde la creación de comisiones hasta las fiscalías especializadas. Entre tanto, los familiares de las víctimas se organizaron y siguieron con la lucha, muchos de ellos se dieron por vencidos, otros siguen de pie, porque así son luchas, sacrificios efímeros que sirven para no dejar que la injusticia gane siempre. Al menos un día, quizá un momento, la justicia parece hacerse presente como fantasma.
El país vive una gran transformación, los siguientes días serán históricos, el Estado mexicano debe reconfigurarse si quiere sobrevivir con legitimidad, en ese sentido.
El gran reto es enfrentar los grandes desafíos que hemos evadido, no hay más camino que la vía del consenso como herramienta de la democracia, el respeto invariable al Estado de Derecho y los Derechos Humanos, para comenzar una nueva etapa que permita superar las tragedias de Ayotzinapa, de Juárez, de Tamaulipas, de Sonora, de todos los lugares donde la impunidad y la injusticia lograron apoderarse de comunidades enteras.
Y si de aquí nace un renovado contrato social, un diálogo diferente o hasta una nueva Constitución, México estará en el camino para reinventarse.

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