Opinion

Epitafio al PRD

Luis Javier Valero
Analista político

2014-11-26

La renuncia de Cuauhtémoc Cárdenas al PRD es el epitafio al más grande partido que la izquierda mexicana haya construido jamás.
En la tarde, temprano, del 19 de noviembre de 1988, con el Zócalo de la capital mexicana lleno a reventar,  Cuauhtémoc lanzó la consigna: “Construir el partido del 6 de julio”.
Un año después, en mayo, nacía el Partido de la Revolución Democrática (PRD). Desestimada la propuesta de buscar el registro electoral a través de la celebración de asambleas de registro, fueran distritales o estatales (como recientemente hizo Morena) el naciente partido “de las izquierdas mexicanas” utilizó el registro electoral obtenido por el legendario Partido Comunista Mexicano en las elecciones de 1978, a raíz de la reforma electoral promovida por el ideólogo priista Jesús Reyes Heroles, a la sazón secretario de Gobernación del presidente José López Portillo.
Tal registro fue recogido luego por el Partido Socialista Unificado de México (PSUM), el más elaborado intento por unir a la izquierda socialista y comunista en México y que luego se transformara en Partido Mexicano Socialista (PMS), no sin antes sufrir la sangría de quienes llegaron por la vía del Partido del Pueblo Mexicano (PPM) y renunciaran al PSUM para fundar el Partido de la Revolución Socialista, dirigido, como el PPM, por Alejandro Gascón Mercado, quien fuera el último secretario del fundador de la CTM, Vicente Lombardo Toledano, creador también de la vieja y mítica Unión General de Obreros y Campesinos de México (Ugocm) y del Partido Popular Socialista.
El PSUM acordó unirse a otros segmentos de la izquierda existente, fundamentalmente al Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT), dirigido por el histórico Heberto Castillo y otras agrupaciones menores. De ese modo nació el PMS.
La irrupción de la Corriente Democrática, dirigida por Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo e Ifigenia Martínez, posibilitó  la unidad de las izquierdas, incluidas las procedentes del PRI, partido que a pasos agigantados perdía todos los perfiles imprimidos por el movimiento revolucionario de 1910 y se acercaba aceleradamente a las posturas políticas y principios ideológicos del PAN.
Las acciones de Cuauhtémoc, su empecinamiento, su terquedad y su firmeza cambiaron al país. No está de más asentar que una buena parte de la transformación democrática de México (bueno, la que hasta ahora tenemos) se debe a este hombre.
Otros fueron los errores cometidos; los principales, no entender que en el liderazgo nacional López Obrador lo había superado y no aceptar deslindarse a tiempo de un grupo que luego se convertiría en hegemónico al interior del PRD, el de Los Chuchos, lidereado por Jesús Ortega, antiguo asistente del hoy gobernador de Morelos Graco Ramírez, quien provenía, como Graco, del Partido Socialista de los Trabajadores, impulsado por Luis Echeverría Álvarez.
Ortega se convirtió al paso del tiempo en la verdadera figura “moral” del perredismo.
Llegó a ser tan aplastante la hegemonía y el protagonismo de este grupo, amén de su línea política, obsecuente con el poder, que Ortega se ufanó de ser el verdadero diseñador del Pacto por México.
No era extraño entonces que se presentaran continuos roces con los simpatizantes de Cárdenas o de López Obrador. En la práctica existían dos partidos a su interior. Por una parte los que buscaban a toda costa el arreglo con el partido en el gobierno, y si éste era el PRI, mejor; y por la otra, los que buscaban una línea contraria a los partidos de la derecha mexicana: El PRI y el PAN. La salida de López Obrador para crear Morena había dejado al PRD sin la mayor parte de su base electoral, la de Cuauhtémoc lo deja sin referente moral y, luego de lo ocurrido en Guerrero, peor.
Lo propuesto por Cuauhtémoc no era desmesurado. La crisis por la que atraviesa el PRD es de una dimensión que obligaba a su dirigencia a dejar atrás cualquier fórmula de las usadas en el pasado. Renunciar en bloque y reiniciar, por lo menos desde la óptica de una nueva dirigencia, era lo solicitado por el fundador.
Emplazado a discutirlo en una reunión con su dirigencia, Carlos Navarrete, el presidente perredista ni siquiera se refirió a ese tema.
No le ofrecieron otra salida a Cuauhtémoc, la renuncia era absolutamente previsible.
El objetivo político de Cárdenas era único (y seguramente la única posibilidad de remediar la crisis) “lograr su reposicionamiento (del PRD) como una verdadera opción política de alcances nacionales, única forma en que le sea útil al país”.
Hoy, todo eso forma parte de la historia; así de relampagueante es la vida política del México de nuestros días.
Una postrera reflexión. Lanzado el priismo a señalar al PRD como responsable principal y único de la crisis de Iguala, deberíamos recordarle que apenas ayer Ángel Aguirre, el gobernador, era un connotado priista, ex presidente estatal, dos veces diputado federal, una local, ex secretario de Gobierno, ex senador y funcionario de toda la vida, de todas las administraciones estatales priistas, en las que conoció y se hizo entrañable amigo… de Enrique Peña Nieto. De ahí que éste, ya como presidente, al contrario de Chihuahua, haya visitado esa entidad en más de 20 ocasiones.
Sí, más de 20 veces.

X