Opinion

Decisión judicial en Estados Unidos: ¿la religión del príncipe?

VÍCTOR OROZCO

2014-07-05

Yo soy más un ser humano que cualquier corporación o cualquier negocio podrá serlo jamás. El embarazo no es un castigo para el sexo. Mi derecho a decidir embarazarme con la medicina de hoy en día es algo que es absolutamente un derecho que viene a mí como ser humano, no importa quién es mi empleador.
Amirah Orozco-Murphy (17 años, Needham High School)

Estados Unidos celebró este 4 julio el doscientos treinta y ocho aniversario de su independencia. Lo hizo envuelto en un debate que involucra sus mismos orígenes como nación en la cual se reconoce como punto de partida la separación entre las creencias religiosas de los individuos y los asuntos públicos. El lunes pasado, la Suprema Corte de Justicia le otorgó la razón a los evangélicos dueños de las quinientas tiendas Hobby Lobby y a otra empresa de propietarios menonitas, quienes se resistieron a pagar a sus empleados los gastos médicos en los cuales se comprendían los necesarios para que las mujeres pudiesen asumir el control de la natalidad evitando los embarazos no deseados, según la ley instrumentada por el gobierno de Barak Obama, conocida como el obamacare. Los dueños argumentaron que la obligación ataca la libertad religiosa garantizada por la ley, según la cual el gobierno carece de facultades para constreñir a una persona de manera tal que la obligue a ir en contra de su fe. “Al ser cristianos –dice el presidente de Hobby Lobby– no pagamos por los medicamentos que pueden provocar abortos, lo que significa que no cubrimos: la anticoncepción de emergencia, la píldora del siguiente día o la píldora de la semana siguiente. Creemos que al hacerlo podría poner fin a una vida después del momento de la concepción, algo que es contrario a nuestras creencias más importantes”. Luego entonces asumen que el mandato de la autoridad es ilegal.
A favor de tan “piadosos” empresarios, votaron cinco ministros varones y en contra, tres mujeres y un hombre, pertenecientes los primeros al ala conservadora del Tribunal y a la liberal los segundos. Una de las Justicias, (Ministras se les nombra en México) Ruth Bader Ginsburg, antepuso a la sentencia un disenso como se conoce en la jerga jurídica de Estados Unidos a la exposición llamada voto particular en la mexicana. El extenso texto esgrime argumentos impecables: en adelante los empleadores podrán negarse a cumplir la ley que les obliga a pagar transfusiones de sangre, si son testigos de Jehová medicamentos derivados de cerdos, incluidos la anestesia, fluidos intravenosos y píldoras cubiertas con gelatina, según la profesión de fe de ciertas corrientes musulmanas, judías e hindúes. Igual sucede con las vacunas, los antidepresivos, etc., vedados en otras confesiones.
La expansión del criterio establecido por la corte podría eximir de cumplir cualquier otra obligación legal, si demuestra que ésta riñe con algún dogma asumido por los patrones. Ya varios grupos religiosos han previsto estas consecuencias y demandan que una futura ley contra la discriminación por motivo de preferencias sexuales en los empleos, no se aplique si se contradice con la creencia de los empleadores. En otras palabras, los homosexuales, lesbianas, travestis, bisexuales, podrán ser rechazados legalmente, de acuerdo con alguna aberración religiosa que los considera productos del demonio o enfermos contagiosos.  ¿Y, qué si en alguna secta se revive la enseñanza bíblica según la cual los de piel negra han sufrido una maldición de Jehová y por eso deben servir  para siempre a los de epidermis blanca? ¿Un dueño con tal creencia podrá abstenerse de cumplir con las leyes que prohíben la discriminación racial?
En otra parte de su brillante alegato, Bader Ginsburg explica que las organizaciones religiosas están para promover los intereses de personas adherentes a una misma fe. No sucede lo mismo con las empresas lucrativas, en las cuales los trabajadores que las sostienen no profesan una sola religión. De aquí en adelante, las grandes compañías serán calificadas como cristianas, católicas, mormonas, judías, musulmanas…según lo decidan sus propietarios. Pero entonces, quienes laboran en ellas, ¿Serán forzados o presionados a abrazar la religión de sus patrones? Parecería que el empuje del conservadurismo norteamericano hacia el pasado, lleva a este país tras el apotegma medieval: los súbditos tienen la religión del príncipe. Se derrumba de esta manera la presunción del capitalismo en el sentido de que éste es, por antonomasia, un sistema inspirado por la filosofía del hombre libre de toda clase de ataduras, salvo las que le imponga el respeto a los derechos de sus semejantes. Los dueños del dinero, como los vetustos aristócratas de sangre azul, pueden ahora inmiscuirse en mi esfera privada, donde se encuentran las creencias religiosas, para intimarme a rendir devoción a los santos y deidades escogidos por ellos. La prohibición que impide a los gobiernos y a las iglesias penetrar en este ámbito de la vida individual fue producto de una lucha secular. Ahora, en el tribunal de mayor influencia en el mundo, el impedimento se levanta para los patrones.
El problema tiene desde luego muchas otras aristas. Una de ellas es formulada en la pregunta de  Sonia Sotomayor, otra Justicia, ¿Cómo puede determinarse la religión de una empresa?, ¿Por la mayoría de sus accionistas, por la de sus trabajadores? La extensión de este derecho a profesar algún credo o ninguno a las corporaciones de lucro, parece un verdadero extravío. Si bien en la teoría jurídica se les ha considerado como titulares de ciertos derechos personales, como el de poseer  domicilio o patrimonio propios, es inconcebible otorgarles también aquellos que entrañan por necesidad una decisión íntima, producto de la reflexión o de los sentimientos de un hombre o una mujer.
La ministra Bader Ginsburg acierta también cuando augura el daño que se causará a legiones de mujeres que no tendrán acceso a los anticonceptivos por no compartir los credos religiosos de sus patrones. Si existe la necesidad de practicar un aborto, acota, debe tomarse en cuenta que su costo equivale al salario completo de muchos meses de la trabajadora. Otro agravio.
La resolución del Tribunal Supremo cimbra la vieja base racionalista sobre la cual se concibió el proyecto de la nueva nación en 1776. No es desde luego una casualidad que la república americana emergiera en el llamado siglo de las luces y que su edificación estuviera precedida por la crítica radical a las viejas estructuras políticas e ideológicas provenientes del medioevo. La filosa hoja de la razón había diseccionado uno a uno todos los componentes del antiguo mundo: las creencias religiosas, los mitos fundacionales, las diferencias sociales tenidas por naturales, las veneradas instituciones eclesiásticas y aristocráticas. Spinoza, Kant, Voltaire, Locke, Rousseau, Montesquieu, entre los pensadores de mayor influencia, presidieron con sus ideas los debates de los constituyentes norteamericanos, integrantes la mayoría de ellos de las élites sociales formadas en las colonias inglesas. Estos ilustrados padres fundadores como se les identifica en la historia norteamericana, eran racionalistas, deístas, reacios a la aceptación de jerarquías distintas a las del mérito.
En el curso del tiempo, se labró una alianza firme entre los administradores de los credos religiosos y los antaño frecuentemente anticlericales barones del capital. Es la asociación entre la cruz y la caja fuerte, como se decía en Francia. Para preservar el dominio de ambos, la religión fue cada vez más abiertamente un instrumento de control. Y su uso se propagó hasta abarcar los símbolos del Estado. Durante los años de la guerra fría y del macartismo por ejemplo, se decretaron las divisas oficiales: “En Dios confiamos” y “Una nación bajo Dios” frase inscrita en el juramento a la bandera que hacen los niños en las escuelas.
Los profundos conceptos de una adolescente mexicano-norteamericana, contenidos en el epígrafe, bastarían para derrumbar la repetitiva sentencia de la Corte, si ésta no estuviera copada por los conservadores. ¿Tendrá espacio en la mentalidad de los tradicionalistas la humanidad contenida en las expresiones: “Yo soy más un ser humano que cualquier corporación o cualquier negocio podrá serlo jamás. El embarazo no es un castigo para el sexo. Mi derecho a decidir embarazarme con la medicina de hoy en día es algo que es absolutamente un derecho que viene a mí como ser humano, no importa quién es mi empleador”?
 

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