Opinion

La rebelión del clima

Presbítero Hesiquio Trevizo Bencomo

2013-10-05

Una vez más los “desastres naturales” han revelado la precariedad de nuestro desarrollo y la pésima relación que guardamos con nuestro hábitat. También queda de manifiesto que no observamos las más elementales normas dictadas por el instinto de conservación. Sin embargo, según reza el refrán, al mal tiempo, buena cara y, además, el mal absoluto no existe. Así, los desastres que han desnudado nuestra estructuración social, tienen su lado bueno. De tal modo que  no afectará el desarrollo económico del país más que una décima; pero, por otra parte, impactará positivamente el desarrollo del país pues la industria de la construcción, verdadero pilar del desarrollo social, tendrá un incremento muy importante. Con ello, las tlapalerías, ferreterías, cementeras, expendios de materiales de construcción, se verán beneficiadas. Obvio, el empleo aumentará y, en resumen, lo que de momento fue desastroso, al final será de gran beneficio. Con esta lógica oficial sería de desear que con mayor frecuencia nos golpearan esas tormentas, ¿Los muertos? Que Dios los tenga en su santo seno y dé pronta resignación a los familiares.
La cosa no es tan simple. Existen problemas de fondo que deben ser resueltos, existen situaciones cuya naturaleza ha de  ser visualizada si no queremos cometer los mismos errores. El comentario de una damnificada, madre de muchos hijos, lo dice todo: todos los años es lo mismo. El problema es que algunos años son peores. ¿Por qué todos los años tiene que suceder la misma desgracia? La nuestra es una desgracia que estaba esperando suceder. En el fondo está el problema de nuestra relación con la naturaleza y, todavía más a fondo, está la cuestión de si aún consideramos a la naturaleza como creación de Dios y, por lo tanto, sagrada y con la que debemos establecer una relación de respeto.
La pregunta de fondo la ha planteado Jürgen Moltmann en su libro: “Dios en la Creación”. ¿Cuál es el significado de la fe en Dios creador y de este mundo como su creación a la vista de la explotación industrial que está en marcha  y de la irreversible destrucción de la naturaleza? ¿Qué tiene que decir la fe cristiana al nihilismo que subyace en la crisis ecológica? ¿Qué nuevos valores pueden establecerse y cuál sería su fundamento?, son las preguntas que este teólogo se plantea ante el desastre ecológico planetario. Para nadie es ya un secreto el cambio climático que está en plena marcha; tal vez no sepamos lo que ello comporta, pero todos lo detectamos en la vida diaria. Lo vemos en los fenómenos extremos: sequías prolongadas, calores intensos, tormentas intempestivas y devastadoras. Nuestro Estado ha padecido 14 ó 15 años de sequía atroz y que sus sierras están deforestadas, taladas, destruidas. Millones de hectáreas de bosque, en México –y en el mundo–, son taladas con los efectos desastrosos para el clima del planeta. Todos sabemos, aunque no lo sepamos con detalle, lo que significa la contaminación planetaria. Todas estas acciones del hombre han ocasionado una auténtica alteración climática global.
En el 2005 se habían batido récords de deshielo, temperatura y huracanes. Dichos récords se han abatido de nuevo desde entonces a la fecha. Y los expertos pronostican más calor y fenómenos extremos. Según la NASA, el 2005 entrará con mayúsculas en los anales del clima. Ha sido según estos científicos el año más cálido desde que se tienen registros fiables (1890). Deshielos en los polos, aumento de temperatura por los gases de efecto invernadero, tal es el pronóstico. He aquí las opiniones de algunos científicos:
Philip Jones, científico británico, afirma claramente: “Con un 99% de probabilidades, sí. Esto es el cambio climático, especialmente por el calentamiento de los últimos años”. Jay Lawrimore coincide: “La variabilidad natural es una de las causas de los cambios que hemos visto, pero estos cambios no se pueden explicar únicamente por la naturaleza. La concentración de gases de efecto invernadero es muy probablemente responsable del calentamiento global”. Estos gases, producidos principalmente por la quema de combustibles fósiles (petróleo o carbón), se acumulan en la atmósfera e impiden la salida de la radiación con la que la Tierra emite, y por lo tanto pierde, calor. Estas conclusiones científicas nos son demasiado familiares, pensemos tan solo en el uso que hacemos del automóvil, de la refrigeración y de la calefacción. Esto, multiplicado por millones y millones tiene efecto planetario.
Gabriel Hegerl de la Universidad de Duke afirma que: “Los modelos climáticos no predicen necesariamente un aumento en el número de huracanes, aunque si un aumento en la intensidad. Los huracanes tan intensos de éstos y los próximos años pueden estar relacionados con el calentamiento de los océanos, pero es pronto para decirlo. Stuart Chapin, de la Universidad de Alaska ha escrito recientemente en la revista Science que: “Las actividades humanas son responsables de una gran parte del calentamiento cuyos efectos todavía no los podemos predecir del todo.  Antonio Ruiz de la Universidad de Alcalá afirma que: “Hay una serie de ciclos en el clima. El ciclo natural en el que estamos es un viaje hacia el frío y los datos indican que nosotros  hemos invertido el ciclo, no la naturaleza.  Esta afirmación es extremadamente importante si tomamos en cuenta que las grandes eras geológicas han sido determinadas por los cambios climáticos; de un estado de incandescencia a un clima donde es posible la vida, luego a glaciar que acaba con la vida y, de nuevo, un retorno al clima apropiado para que exista la vida; también la vida humana. Lo novedoso de nuestra situación radica en el hecho de que ahora es el hombre el que está alterando estos ciclos y con ello, según lo vemos por la magnitud de los desastres naturales, amenazando la misma sobrevivencia de la especie. Hegerl concluye que se puede predecir que la próxima década será más cálida y con el deshielo en el Ártico y cambio en el patrón de lluvias, la pérdida de glaciares, olas de calor y sequías mas frecuentes y un ligero aumento en el nivel del mar, se trata solo de las primeras consecuencias. Tal es el panorama. Y no estamos hablando de algo que no podamos comprobar en nuestra vida cotidiana; piénsese tan solo en la descomunal catástrofe que ha afectado gran parte del país. 
Pero frente a estos datos sencillos, y sencillamente graves, y que indiscutiblemente son debidos a la acción negativa del hombre sobre la naturaleza, tendremos que añadir otros igualmente peligrosos. Y uno de estos datos es el hacinamiento de los seres humanos en las ciudades; ya había yo referido el dato de la ONU según el cual, por primera vez en la historia más de la mitad de la población mundial vive desde el año 2007 en un entorno urbano. “Si el permanente fenómeno de la urbanización de las sociedades es antiguo, la vertiginosa concentración demográfica en las numerosas megaurbes que han surgido en las últimas décadas en todo el globo y especialmente en el Tercer Mundo, supone uno de los mayores desafíos de la humanidad”.
Estos dos datos a los que he aludido: el calentamiento global y sus consecuencias, más la concentración demográfica en las ciudades, podemos verla hecha realidad ante nuestros ojos, hoy y aquí; no se trata de fantasías, de cosas irreales ni de ciencia ficción. Luego de unos días de calor agobiante y casi insoportable, han sobrevenido en forma casi intempestiva unas lluvias que han provocado un grave desastre de la ciudad, poco menor al del 2006.  Tanto el calor como las lluvias posteriores han roto récords.
Sin embargo, tenemos que reflexionar también sobre la responsabilidad humana en estos desastres. De entrada diremos que la lluvia es una bendición, que es condición para la vida en el planeta; sin ella nos moriríamos de sed. La tierra se refresca con la lluvia, los mantos se reabastecen de agua para que podamos vivir. El problema surge cuando no respetamos la naturaleza. Claro está que pocas son las ciudades en el mundo preparadas realmente para hacer frente a fenómenos naturales extremos; pero en nuestra patria todavía son menos las ciudades que han sido planeadas para hacer frente a estos fenómenos. Es llamativo que, ahora,  los desastres hayan alcanzado poblaciones rurales, como en Guerrero. Esta falta de planeación puede deberse en primer lugar a que los fenómenos extremos que estamos viviendo no eran predecibles y segundo a una simple y sencilla falta de verdadera planeación urbana y a la alta concentración de gente en las ciudades.  Es doloroso decirlo en estas circunstancias pero las lluvias que cayeron en nuestra ciudad, son lluvias perfectamente manejables en otras ciudades. Una lluvia como ésta no hubiera causado problemas, en absoluto, por ejemplo, en León, en Guadalajara y menos aún en el DF. Lo que estas lluvias han dejado al manifiesto en nuestra ciudad es la falta completa de infraestructura para manejar el agua pluvial y la tolerancia de asentamientos irregulares. No es un secreto para los juarenses que basta la menor lluvia para que nuestra ciudad se llene de charcos y de lagunas, socavones y baches. Tal vez sea mas difícil entender que nuestra ciudad está construida sobre terrenos que naturalmente son lagunas; pensemos que solamente llovió una mañana en forma prolongada y con relativa intensidad. Y no debemos descartar verdaderas tormentas y trombas, y entonces lo que sucedería en nuestra ciudad es de pronóstico reservado.
No son las autoridades actuales las culpables; simplemente les ha tocado afrontar una desgracia anunciada. De sobra sabemos que nuestra ciudad creció exponencialmente y sigue creciendo, sin pensar en esta clase de eventualidades. Ejemplo claro de esta irresponsabilidad es el desbordamiento del canal de aguas negras en Riveras del Bravo. A quien corresponda tomar estas medidas le es imputable un delito de imprevisión porque no se debe trazar un fraccionamiento sin solucionar un problema por muchas razones grave.
Lo que sí se podría decir es que algún periodo administrativo ha de romper este círculo vicioso. Para ello, al momento de planear el desarrollo de las ciudades se ha de pensar en las condiciones climatológicas y se ha de pensar igualmente en las posibilidades reales de una ciudad para convertirse en “polo de atracción”. De lo que hablamos es que la ciudad sigue su ritmo de crecimiento, de que Juárez sigue siendo un polo de atracción y hace apenas unas semanas se hablaba de que se necesitaban 10 o 15 mil nuevos empleados, pero nadie dice con exactitud dónde y cómo va a ser instalada esa población equivalente a una nueva pequeña ciudad. Deslumbrados por el significado económico se descuidan estos datos vitales porque muchas de estas gentes al fin y al cabo, junto con otras que llegan y se quedan por distintas razones, van a instalarse en donde puedan, con el riesgo consabido y el costo inmenso que ha de significar solucionar los problemas que se generan por esas desgracias que están esperando suceder. ¿Quiénes no nos sentimos, a la postre, responsables, de algún modo, de estas cosas que pasan? Por lo mismo, ahora todos debemos sentirnos solidarios y esperar que alguien rompa el circulo vicioso y que se desarrolle una visión más humanista, más integral, y, si no es mucho pedir, más cristiana, del desarrollo y del progreso. Juárez ha ayudado y ha aportado mucho a los demás niveles de Gobierno vía los impuestos y vía el peaje de los Puentes Internacionales; una medida inteligente sería que, en estas circunstancias, quedase para Cuidad Juárez al menos lo que importa el peaje de dichos puentes. Pero esto es pedir demasiado a la obtusa burocracia que nos asfixia.
Por lo demás, todos, también los pobres y desheredados, debemos saber que no podemos retar impunemente a la naturaleza. Ni en Nueva Orleáns, ni en la Fronteriza Baja, ni en Anapra, ni en el Sureste Asiático ni en Pradera Dorada se puede retar impunemente a la naturaleza. La relación del hombre con la naturaleza está completamente pervertida; es desastrosa. 
¿Quién tolera dichos asentamientos? Pero una vez tolerados, ¿a quién se le ocurre instalarse en una zona en la que indefectiblemente un día, tarde o temprano, antes o después, van a perderlo todo, incluso, Dios no lo quiera, hasta la propia vida o la vida de los suyos? ¿Cómo se pueden permitir, o cómo alguien se puede instalar sobre el lecho de un río o arroyo cuya corriente está contenida por un dique que, por lo demás, no garantiza  contener una crecida de regulares proporciones?
Ya sé.  Sí, ya se la respuesta. Son los pobres, son las gentes que no tienen alternativa, son las gentes que se instalan ahí en forma irregular e, incluso, no pocas veces llevados ahí por los líderes del paracaidismo. E, igual que en todas partes son ellos, los pobres, las víctimas de los fenómenos naturales.  Y es que no les hemos dejado alternativas. Las clases dirigentes estamos bien instaladas, no corremos peligros y puede darse el caso de que ni siquiera sintamos la tragedia de esas gentes. El trabajo, pues, y la responsabilidad que nos aguardan, es de todos. En un primer momento tendremos que afrontar lo inmediato: ropa, alimentos no perecederos, medicinas, cobijas, calzado y agua potable. Ojalá, pues, que la suma de todos los esfuerzos, debidamente coordinados, se traduzca en una solución pronta a tamaña desgracia y que una decidida voluntad política y ciudadana no haga ser más precavidos y una visón cristiana de la naturaleza nos lleve a una mejor relación con ella.

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