Opinion

El Mar de Tetis

Francisco Ortíz Bello

2012-03-24

¿Usted creería que justo ahora donde se ubica Ciudad Juárez y buena parte de la Sierra del norte del estado hace muchos años era un océano? Bueno, pues existen muchos indicios, investigaciones, descubrimientos y estudios recientes que nos llevan a concluir que así fue.
De acuerdo con fósiles encontrados en Los Alpes, África y el Himalaya, en 1893, el geólogo austriaco Eduard Suess desarrolló la teoría sobre la existencia de un mar interior entre los primitivos continentes de Laurasia y Gondwana, las dos grandes masas continentales que dieron origen al resto. Los fósiles, descubiertos en zonas muy montañosas, eran de seres vivos marinos, por lo que para su existencia y vida era necesaria la presencia de una gran masa de agua que el científico bautizó como mar de Tetis, aludiendo a la diosa griega del mar del mismo nombre.
Algunos años después, la teoría de la tectónica de placas (del astrónomo y meteorólogo alemán Alfred Wegener), refutó en buena medida una amplia parte de las proposiciones de Suess, sin embargo, esta misma teoría determinó la existencia de una gran masa de agua en época más temprana que la que calculó Suess, pero ocupando la misma zona. Es decir, el problema o duda no era sobre la existencia del Mar de Tetis, sino sobre las posibles fechas en las que existió. Tan es así, que dicho territorio fue bautizado como océano Tetis en la moderna teoría de la tectónica de placas en honor a Suess, cuyos conceptos eran, efectivamente, aproximados pero muy visionarios y reveladores.
La teoría de la tectónica de placas (Teoría de Wegener) establece que la capa más superficial de suelo sólido de la tierra (litósfera), se divide en varios grandes segmentos relativamente estables de roca rígida (placas) que se extienden por toda la superficie del globo terráqueo, como caparazones curvos sobre una esfera. De acuerdo con esta teoría, existen siete grandes placas como la Placa del Pacífico y varias más chicas como la Placa de Cocos frente al Caribe.
Esta propuesta científica de Wegener establece también que al formar las placas parte de la litósfera, se extienden a profundidades de 100 a 200 kilómetros desde la superficie y que cada placa se desliza, horizontalmente, en relación a la vecina sobre la roca más blanda inmediatamente por debajo. Más del setenta por ciento del área de las placas cubre los grandes océanos como el Pacífico, el Atlántico y el Océano Indico.
Con fundamento en estos estudios, investigaciones y teorías científicas, en 1937, el geólogo sudafricano Alexander Du Toit publicó una lista de diez líneas de evidencia a favor de la existencia de dos supercontinentes, Laurasia y Gondwana, separados por un océano de nombre Tethys el cual dificultaría la migración de floras entre los dos supercontinentes.
De estos dos supercontinentes se habrían desprendido, como efecto de fallas geológicas y reacomodo de las placas tectónicas, grandes superficies de tierra que con el paso de los años, conformaron la composición continental que hoy conocemos.
Lo que nos dicen todas estas investigaciones de los expertos en el tema, es que la capa superior del globo terrestre, ocupada por continentes y océanos, no es una masa compacta sino que, a modo de un enorme rompecabezas, está conformada por bloques o placas tectónicas. Estas placas están en constante movimiento (se desplazan), separándose unas de otras o chocando entre ellas, de ahí, que los bordes de las placas sean zonas de grandes cambios en la corteza terrestre. Esto explicaría en muy buena medida los terremotos o sismos.
Esta es, a grandes rasgos, un poco de la teoría (por demás extensa e interesante), que fundamenta la existencia del Mar de Tetis en Ciudad Juárez y, probablemente, en buena parte del estado.
Este océano interior habría existido hace unos 250 o 300 millones de años en buena parte del territorio norteño, y en la Sierra suroccidental de Ciudad Juárez, La Amargosa y Del Presidio existen, ahí a flor de tierra, miles de evidencias que claman a gritos ser estudiadas, analizadas.
Decenas, cientos, miles de piedras de todos tamaños y formas, tienen a simple vista las caprichosas formas, perfectamente bien dibujadas sobre su superficie, de fósiles marinos. Desde conchas, caracoles, moluscos y hasta lo que parecen ser grandes camarones, se pueden apreciar claramente sin más esfuerzo que el dirigir la mirada hacia cualquier piedra del lugar.
El detalle podría parecer irrelevante y hasta poco interesante, quizá para algunos escépticos de la historia y la cultura, pero cuando se sabe que cada una de esas piedras podría tener entre 250 y 300 millones de años de antigüedad, la percepción de tener una de ellas entre las manos, cambia sensiblemente.
Y todavía más, cuando sabemos que lo que se puede ver incrustado en la superficie de la roca, hace cientos de millones de años era un ser vivo que nadaba en las profundidades de un mar que estaba ahí, justo en el lugar que estamos pisando, esta percepción de pequeñez y de temporalidad cambia mucho también.
Y esas maravillas de la naturaleza, gratuitas además, están ahí al alcance de todos los juarenses. A escasos 15, 20 o 30 kilómetros, en algunos casos, de la zona urbana de la ciudad. La entrada no cuesta nada y además nos permite ponernos en contacto directo con la naturaleza.
Ya el solo hecho de disfrutar de una jornada de paseo entre los cerros de la sierra, ascendiendo sus laderas entre las piedras y cactáceas, escuchando el silbido del viento al cruzar entra las grietas de las rocas, ese sólo paseo ya desquitaría los kilómetros recorridos y las aparentes incomodidades del viaje y del recorrido a pie por la sierra, pero ya cuando se le suma todo ese contexto de lo que existió ahí hace miles de años y que hoy, después de tantísimo tiempo, se puede tener entre las manos, la experiencia adquiere otra dimensión.
La sola vista, majestuosa desde las alturas, de los cañones y arroyos naturales entre los cerros, los desfiladeros y las formas caprichosas de los cortes que se observan en las puntas y laderas de los cerros, y que comprueban la separación de grandes superficies de tierra, como efecto de fallas geológicas centenarias, todo eso sería suficiente para justificar un paseo por la sierra de Juárez. Pero hay más. Mucho más.
Resulta también que, de acuerdo con expertos investigadores e historiadores juarenses, buena parte de la historia de la fundación de nuestra ciudad está ahí también en la sierra.
Personajes como el historiador Felipe Talavera, el Maestro Adrián Caldera, el geólogo Esteban Mata y otros, aseguran que la llegada de las expediciones españolas al norte de México, fue precisamente por estos caminos incrustados en medio de las montañas de la sierra juarense.
Versiones que también se pueden corroborar fácilmente al caminar por esos sitios, encontrando puntas de flechas, partes de hachas y cuchillos trabajados en piedras, restos de vasijas o recipientes, morteros de piedra, puertos de traslado entre cerros, caminos y brechas para animales y carretas, en fin, vestigios de civilizaciones antiguas revueltos entre la tierra y la flora del desierto y la montaña juarense.
Actualmente, me encuentro trabajando en un proyecto de gran envergadura y visión que pretende la creación de un corredor turístico entre Samalayuca y el Valle de Juárez, teniendo como hilo conductor precisamente la historia de estos lugares y el papel que jugaron en el desarrollo de las actuales comunidades fronterizas, pero también el conocimiento de la historia regional a las futuras generaciones de juarenses, y es precisamente este proyecto el que me permite conocer en forma directa todo lo que he narrado en el presente artículo.
No cabe duda. Hay mucho por descubrir en la Sierra de Juárez, en su historia y en su cultura, en sus tradiciones ancestrales y en la formación de sus comunidades, pero hay mucho más que hacer en el terreno de la voluntad política de los gobernantes, para que no sólo apoyen esta clase de proyectos, sino que los establezcan como programas de gobierno, como política pública, que permitan encontrar una identidad histórica y cultural de los juarenses.
La identidad de un pueblo no está en el marketing publicitario, ni en los “Juárez Competitiva”, ni en los “Juárez Creativa”, sin desestimar esos esfuerzos; la identidad de un pueblo está ahí en su historia, en su pasado, en su cultura, pero es necesario traer todo eso a la conciencia y al presente de sus habitantes.

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