Sally Mcgrane / New York Times News Service
2016-01-30
Hummel, Alemania— En la profunda quietud de un bosque en el invierno, se fue perdiendo el sonido de pisadas sobre una alfombra de hojas. Peter Wohlleben había encontrado lo que estaba buscando: un par de imponentes hayas. “Estos árboles son amigos”, dijo, estirando el cuello para ver las coronas sin hojas, negras contra un cielo gris. “¿Ve como las gruesas ramas se proyectan lejos entre sí? Eso es para que no bloqueen la luz de su compañera”.
Antes de seguir a una haya mayor para mostrar cómo los árboles, al igual que la gente, se arruga conforme va envejeciendo, agregó: “A veces, parejas como esta están tan interconectadas en la raíz que cuando un árbol muere, el otro también muere”.
Wohlleben, de 51 años de edad, silvicultor de carrera muy alto, con su postura fuerte y uniforme verde apagado, se parece a una de las robustas hayas en los bosques que él cuida. Sin embargo, últimamente se ha vuelto algo similar a una sensación como escritor en Alemania, lugar donde el bosque ha desempeñado largamente un papel desmedido en la conciencia cultural, desde cuentos de hadas hasta filosofía del siglo XX, ideología nazi y el nacimiento del movimiento ambiental moderno.
Tras la publicación en mayo del libro de Wohlleben, sorpresivo éxito titulado “La vida oculta de los árboles: Lo que sienten y cómo se comunican; hallazgos desde un mundo secreto”, el bosque alemán ha regresado a la atención popular. Desde que encabezó las listas de los más vendidos el año pasado, Wohlleben ha estado pasando más tiempo en la senda de los medios de comunicación y menos en la variedad forestal, armando el argumento para una re imaginación popular de los árboles que, dice, la sociedad contemporánea tiende a ver como “robots orgánicos” diseñados para producir oxígeno y madera.
Al presentar su investigación científica y sus propias observaciones en términos sumamente antropomórficos, el directo Wohlleben ha deleitado a lectores y públicos en programas de entrevistas por igual con la noticia –conocida largamente por biólogos– de que los árboles en el bosque son seres sociales. Ellos pueden contar, aprender y recordar; cuidar de vecinos enfermos; advertirse mutuamente de peligro mediante el envío de señales eléctricas a través de una red fungal conocida como la “Wood Wide Web”; y, aunque por razones desconocidas, mantienen vivos por siglos a los antiguos tocones de compañeros derribados largo tiempo atrás, alimentándolos con una solución de azúcar a través de sus raíces.
“Con su libro, él cambió para siempre mi forma de ver el bosque”, dijo Markus Lanz, popular anfitrión de un programa de entrevistas, en un mensaje de correo electrónico. “Cada vez que camino por un bosque hermoso, pienso en eso”.
Si bien quedó debidamente impresionado con la habilidad de Wohlleben para capturar la atención pública, algunos biólogos alemanes ponen en duda su uso de palabras, como “plática” en vez de la más estándar “comunicar”, para describir lo que ocurre entre árboles en el bosque.
Sin embargo esto, dice Wohlleben, quien invita al lector a imaginar lo que un árbol pudiera sentir cuando su corteza se desgarra (“Auch”), es exactamente el punto. “Uso un lenguaje muy humano”, explicó. “El lenguaje científico elimina toda emoción, y la gente y no lo entiende. Cuando digo ‘Los árboles amamantan a sus hijos’, de inmediato todos saben a qué me refiero”.
Aún Núm. 1 en la lista Spiegel de los más vendidos de no-ficción, “La vida oculta de los árboles” ha vendido alrededor de 320,000 copias y se ha sido ofrecido para traducción en 19 países (La editorial canadiense Greystone Books publicará una versión en inglés en septiembre). “Es uno de los mayores éxitos del año”, dijo Denis Scheck, crítico literario de Alemania que elogió el humilde estilo de narrativa de Wohlleben, así como su habilidad para despertar en los lectores una intensa curiosidad como de niño sobre los procesos del mundo.
La popularidad de “La vida oculta de los árboles”, agregó Scheck, dice menos sobre Alemania de lo que dice sobre la vida moderna. La gente que pasa la mayor parte de su tiempo frente a computadoras quiere leer sobre naturaleza. “Los alemanes tienen la reputación de que cuentan con una relación especial con el bosque, pero es algo similar a un cliché”, dijo Scheck. “Sí, está Hansel y Gretel, y, seguro, si tu matrimonio fracasa, vas a dar una larga caminata por el bosque. Sin embargo, yo no creo que los alemanes amen su bosque más que los suecos, noruegos o finlandeses”.
Wohlleben ubica su propio amor por el bosque en su infancia temprana. Al crecer en las décadas de los 60 y 70 en Bonn, en esa época la capital de Alemania Occidental, él criaba arañas y tortugas, disfrutando de jugar afuera más que cualquiera de sus tres hermanos. En la preparatoria, una generación de jóvenes maestros tendientes a la izquierda pintaron una funesta imagen del futuro ecológico del mundo, y Wohlleben decidió que ayudar era su misión.
Estudio silvicultura y empezó a trabajar para la administración estatal de bosques en Renania-Palatinado en 1987. Más tarde, como joven silvicultor a cargo de un lote boscoso de alrededor de 1,200 hectáreas en la región de Eifel, aproximadamente a una hora fuera de Colonia, él derribó viejos arboles y roció de insecticida los troncos. Sin embargo, no se sentía bien al respecto: “Yo pensaba, ‘¿Qué estoy haciendo? Estoy haciendo que todo kaput’”.
Al leer sobre la conducta de los árboles –tema del que poco aprendió en la escuela de silvicultura–, Wohlleben descubrió que, en la naturaleza, los árboles funcionan menos como individuos y más como seres comunales. Trabajando juntos en redes y compartiendo recursos, incrementan su resistencia a las amenazas.
Al espaciar artificialmente los árboles, los bosques de plantaciones que conforman la mayoría de los bosques de Alemania garantizan que los árboles reciban más luz solar y crezcan más rápidamente. Sin embargo, dicen naturalistas, crear demasiado espacio entre arboles puede desconectarlos de sus redes, obstaculizando una parte de sus mecanismos de resistencia y adaptabilidad innatos.
Intrigado, Wohlleben empezó a investigar enfoques alternativos a la silvicultura. Luego de visitar un puñado de bosques privados en Suiza y Alemania, quedó impresionado. “Ellos tenían árboles verdaderamente gruesos y añosos”, dijo. “Trataban a su bosque mucho más afectuosamente, y la madera que producían era más valiosa. En un bosque, dijeron, cuando querían comprar un automóvil, cortaban dos árboles. Para nosotros, en esa época, dos árboles te alcanzaban para una pizza”.
De vuelta en la Eifel en 2002, Wohlleben reservó una sección de “bosques de sepultura”, donde la gente pudiera sepultar a seres amados ya cremados bajo árboles de 200 años con una placa que mostrara sus nombres, atrayendo ingresos sin cosechar nada de madera. El proyecto fue exitoso en términos financieros. Sin embargo, dijo Wohlleben, sus jefes estaban inconformes con sus actividades poco ortodoxas. Él quería ir más lejos –por ejemplo, reemplazando maquinaria de tala pesada, que daña el sueño del bosque– pero no pudo obtener el permiso.
Tras una década de lucha con sus superiores, decidió renunciar. “Consulté con mi familia primero”, dijo Wohlleben, quien está casado y tiene dos hijos. Si bien eso significaba renunciar a la seguridad a prueba de todo del empleo de servidor civil de Alemania, “Yo solo pensé: ‘No puedo hacer esto el resto de mi vida’”.
La familia planeaba emigrar a Suecia. Sin embargo, resultó que Wohlleben les había ganado a los propietarios municipales del bosque.
Así que, hace 10 años, el municipio se arriesgó. Terminó su contrato con la administración estatal de bosques y, más bien, contrató a Wohlleben directamente. Él trajo caballos, eliminó insecticidas y empezó a experimentar con permitir que el bosque crezca más silvestremente. A los dos años, el bosque pasó de perder dinero a generar ingresos, en parte eliminando costosa maquinaria y químicos.
A pesar de sus éxitos, Wohlleben empezó a tener ataques de pánico en 2009. “Seguía pensando, ‘¡Ay! Solo tienes 20 años, y aún te falta lograr esto, y esto, y aquello’”. Empezó a ir a terapia, para tratar agotamiento y depresión. Le sirvió. “Aprendí a ser feliz con lo que he hecho hasta ahora”, dijo. “Con un bosque, tienes que pensar en términos de 200 o 300 años. Aprendí a aceptar que no puedo hacer todo. Nadie puede”.
Wohlleben quería escribir “La vida oculta de los árboles” para mostrarle a los legos la grandeza de los árboles.
Parándose para ponderar un árbol que se erguía derechito y después formaba una curva hacia un lado, como un signo de interrogación, dijo Wohlleben, que era la perspectiva sin entrenamiento de visitantes que él emprendió en recorridos por el bosque años atrás a lo que él debía buena parte de su discernimiento.
“Para un silvicultor, este árbol es feo, porque está torcido, lo cual significa que no puedes obtener mucho dinero por la madera”. En verdad me tomó por sorpresa. Al caminar por el bosque, cuando la gente se refería a un árbol como este en términos de hermoso. Decían: ‘Mi vida tampoco ha corrido siempre en línea recta’. Y empecé a ver las cosas con nuevos ojos”.