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Con beatificación, Francisco refrenda compromiso con los pobres

Jim Yardley y Simon Romero / New York Times News Service

2015-05-23

Ciudad del Vaticano— Seis meses después de que se convirtiera en el primer pontífice latinoamericano, el Papa Francisco invitó a un octogenario sacerdote del Perú para tener una charla en privado en su residencia del Vaticano. Al no estar en la agenda del Papa, la reunión que tuvo lugar en septiembre de 2013 con el sacerdote Gustavo Gutiérrez, pronto se dio a conocer al público –y fue rápidamente interpretada como un momento decisivo de cambio en la Iglesia Católica Romana.
Gutiérrez es uno de los fundadores de la teología de la liberación, el movimiento latinoamericano en defensa de los pobres y que aboga por un cambio social, el cual una vez fue despreciado por los conservadores y tildado de ser un movimiento abiertamente marxista y que el Vaticano trató con hostilidad.
Luego llegó ayer, cuando las multitudes abarrotaron la ciudad San Salvador para la ceremonia de beatificación del asesinado arzobispo salvadoreño, Oscar Romero, dejándolo a un paso de convertirse en santo.
Siendo el primer Papa proveniente de una región en vías de desarrollo, Francisco ha puesto a los pobres en el centro de su papado. Con ello, se ha vinculado directamente con un movimiento teológico que una vez llegó a dividir a los católicos y que inspiró desconfianza en sus predecesores, el Papa Juan Pablo II y el Papa Benedicto XVI. Incluso Francisco, siendo un joven líder jesuita en Argentina, le guardaba cierta aprensión.
Ahora, Francisco habla de crear “una iglesia pobre para los pobres”, y busca posicionar al catolicismo más cerca de las masas –misión espiritual que surge al mismo tiempo que intenta revivir a la Iglesia en Latinoamérica, donde paulatinamente ha perdido terreno ante las congregaciones evangélicas.
Por años, los detractores de la teología de la liberación en el Vaticano y obispos conservadores en Latinoamérica ayudaron a postergar el proceso de canonización de Romero, a pesar de que muchos católicos en la región lo consideraban una enorme figura moral: un valiente crítico de la injusticia social y la represión política que fue asesinado durante una misa en 1980. Francisco le puso fin al estancamiento que estaba frenando la canonización de Romero.
“Es muy importante”, dijo Gutiérrez. “Alguien que es asesinado por su entrega a su pueblo iluminará muchas cosas en Latinoamérica.”
La beatificación es el preludio a lo que muy probable llegará a definir el papado de Francisco, con viajes a América del Sur, Cuba y Estados Unidos; la publicación de la tan esperada encíclica en torno a la degradación ambiental y la pobreza; y una reunión en Roma para determinar si la Iglesia, y de qué manera, cambiará su postura en torno a los temas de la homosexualidad, los anticonceptivos y el divorcio.
Al dar avance a la campaña para convertir en santo a Romero, Francisco da a entender que la alianza de su Iglesia está con los pobres, quienes anteriormente percibían a algunos obispos como alineados con gobiernos desacreditados, según indican varios analistas. En efecto, Romero era considerado como un santo popular en El Salvador, pese a que el Vaticano bloqueara su proceso de canonización.
“Aquí no se está rehabilitando a la teología de la liberación”, dijo Michael E. Lee, un profesor asociado de teología de la Universidad Fordham quien ha escrito extensamente sobre el tema. “Se trata de la rehabilitación de la Iglesia”.  

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