Manny Fernández y Laurie Goodstein / New York Times News Service
2015-05-06
Garland, Texas— Cuando en febrero líderes musulmanes de la región de Dallas tuvieron conocimiento de que una incitadora bloguera neoyorquina de nombre Pamela Geller había rentado un local para una exhibición de caricaturas sobre el profeta Mahoma donde participarían ponentes conocidos por sus fuertes críticas contra el islam, decidieron ignorarla.
Estaban familiarizados con los métodos de Geller y supusieron que no tenía sentido protestar y darle publicidad gratuita.
“No queremos caer en sus tácticas”, dijo a sus compañeros Alia Salem, la directora ejecutiva del capítulo Dallas y Fort Worth del Consejo para las Relaciones Estadounideses-Islámicas. “Ella está tratando de provocar a la comunidad musulmana”.
De manera que el domingo por la noche, Salem se encontraba con cientos de judías, cristianas y musulmanas en un evento para mujeres de diversas religiones cuando un amigo le mandó un mensaje de texto informándole que dos hombres armados habían sido baleados y muertos al atacar el centro donde Geller realizaba su evento. Primero, dijo Salem, empezó a llorar, temiendo la noticia de más muertes.
Luego tomó las llamadas de quienes considera aliados –otros activistas musulmanes, un ministro metodista y un organizador de la Unión Americana por las Libertades Civiles– a fin de decidir una cuidadosa respuesta que no ofendiera a nadie: condenando claramente a los extremistas responsables del ataque, al tiempo de pedir que se explicara lo que ellos consideran un rencor emperifollado con adornos sobre libertad de expresión.
“La plática que tenemos que tener es ésta: ¿Cuándo se vuelve la libertad de expresión una expresión de rencor?, y ¿cuándo la expresión de rencor se vuelve incitación a la violencia?”, dijo Salem. “La libertad de expresión no es lo mismo que expresión responsable”.
Los musulmanes de la región de Dallas se han esforzado por hacerse de un lugar en la conservadora cultura cristiana de los suburbios texanos, mientras que el tiroteo dominical registrado en Garland desencadenó otro esfuerzo vigoroso por defender tanto su culto como sus ideales estadounidenses, al tiempo que condenan también el extremismo en cualquiera de sus manifestaciones.
En Texas, y en Dallas en particular, se ha recibido con beneplácito a los musulmanes y se ha dado cabida a la intolerancia. Aun cuando siguen creciendo los números y el poder económico de los musulmanes –se calcula que en la región de Dallas actualmente radican 200 mil–, tan sólo en los últimos meses han afrontado una serie de desafíos políticos y culturales.
Demostrando que en Estados Unidos existen extremistas islámicos que se comunican con los radicales del extranjero, la balacera en Texas surge precisamente en un momento en que los musulmanes locales han estado confrontando sospechas en torno a su religión y su lealtad.
Un imán que en febrero ofreció una oración sin relación con culto alguno durante la Exposición y Rodeo de Ganado de Fort Worth, a invitación de los organizadores que intentaban ser más incluyentes, posteriormente recibió tantos mensajes de rencor a través de las redes sociales que canceló una segunda presentación en el evento.
En enero, durante una jornada anual de cabildeo musulmán en el Capitolio de Texas, la representante estatal Molly White dijo a sus empleados que a cualquier musulmán que entrara a su oficina debía pedírsele hacer el juramento a Estados Unidos y a las leyes de éste y renunciar a los grupos terroristas islámicos.
La Legislatura de Texas está considerando un proyecto de ley, similar a varios aprobados en otras entidades, que prohibiera basar las decisiones de los tribunales estatales en códigos legales extranjeros. Fue propuesto por activistas conservadores que sostienen que el objetivo de los musulmanes en Estados Unidos es imponer gradualmente la ley del islam, o sharia —aseveración que los musulmanes aseguran es falsa.
Quienes apoyan la iniciativa texana dicen que no es antimusulmana porque prohibiría el empleo de todas las leyes extranjeras, no sólo de la sharia. Pero para numerosos musulmanes radicados aquí, la propuesta y otros episodios recientes representan una dolorosa evolución local, mientras que la antigua estructura texana de poder batalla por hallar sentido a un presente más complicado y diverso.
El martes por la tarde, en una mezquita a un par de kilómetros de donde ocurrió el ataque del domingo, Mohammed Jetpuri, de 68 años, se arrodilló para la segunda de cinco oraciones diarias, y reaccionó a los tiroteos con el enfado de un texano más.
“Quienes fueron asesinados recibieron lo que les tocaba”, dijo Jetpuri, empresario retirado que vive en Richardson. “No está bien disparar contra gente y mucho menos matarla. No es algo aceptable. Me da gusto que los hayan matado a los dos. No simpatizo con ellos y punto”.
Momentos después, en el estacionamiento de la mezquita, Jetpuri habló sobre la libertad de expresión y manifestó su desacuerdo con las caricaturas del profeta del islam. “El profeta Mahoma fue una de las mejores personas de todo el universo”, dijo.
Jetpuri abarca varios mundos –como musulmán y como texano que solía ser dueño de dos restaurantes mexicanos, llamados Café Mexico y El Paso Cantina–, y su reacción al tiroteo y a la reunión en Garland parece ilustrar el dilema que enfrentan muchos musulmanes en la región de Dallas: ¿Qué respuesta deben priorizar?
En entrevistas, musulmanes de la región condenaron la exhibición de las caricaturas del profeta, y a los hombres que atacaron al grupo.
Y en un momento en el que los extremistas islámicos vuelven a estar bajo los reflectores, algunos musulmanes en Texas se sintieron movidos a enfatizar su profundo amor por Estados Unidos.
“No hay otro país como éste: llegué a este país con sólo 50 dólares en la bolsa”, dijo Jetpuri, quien es originario de Pakistán y empezó a trabajar como lavaplatos cuando llegó a Estados Unidos. “Ésta es la historia del sueño americano. Tengo 10 nietos. Todos nacieron aquí, y el 11º viene en camino. Éste es nuestro país, así como cada quien tiene su país”.