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Sacude brote de VIH a región rural de Indiana

Abby Goodnough / New York Times News Service

2015-05-05

Austin, Indiana— Se volvió adicta a los analgésicos hace más de una década, cuando un accidente automovilístico la dejó con una fractura de espalda y los médicos le recetaron OxyContin (oxicodona) durante su recuperación. Luego le dieron otro fármaco controlado, Opana (oximorfona), fácil de conseguir en las calles y más potente al ser pulverizado, disuelto en agua e inyectado. Eso fue precisamente lo que hizo, varias veces al día y en ocasiones compartiendo jeringas con otros adictos.
El mes pasado, la mujer delgada de 45 años aprendió las terribles consecuencias. Dio positivo para VIH, uno de los casi 150 casos en esta región socialmente conservadora y en buena medida rural justo al norte de la frontera con Kentucky. Ahora, una vida mermada por la adicción está, como muchas otras en la región, consumida por el temor.
Teme iniciar la terapia antirretroviral porque no quiere ser vista ingresando a la clínica en la calle principal, señala, y teme conocer su pronóstico desde que escuchó el rumor –falso, según se supo después– de que a otra persona infectada con el virus le dieron seis meses de vida. Otros usuarios de fármacos se han negado a realizarse pruebas.
“Pensé que era una enfermedad de homosexuales”, dijo la mujer una noche reciente, apretando un pañuelo en sus manos arregladas mientras los ojos se le llenaban de lágrimas. Pidió que su nombre no fuera publicado por miedo a ser estigmatizada. “Nunca pensé que llegaría a mi pequeña ciudad natal”.
La crisis incluso pondría a prueba a una población más grande; Austin, con 4,200 habitantes, se ve abrumada pese a la ayuda recibida por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, el estado y grupos sin fines de lucro como la AIDS Healthcare Foundation. El VIH prácticamente era desconocido aquí, y la falta de información es extensa. Los intentos de detener el brote se han visto impedidos por creencias fuertes pero erróneas sobre cómo hacerle frente, de acuerdo con personas involucradas en la respuesta.
El mes pasado, el gobernador Mike Pence aprobó con renuencia un programa de intercambio de jeringas, pero funcionarios locales no lo están dirigiendo de acuerdo a las mejores prácticas, según señalan expertos externos. Los habitantes de Austin aún deben esperar para recibir tratamiento contra las adicciones, pese a que se les ha dado prioridad. Y el hecho de medicar a los VIH positivos, además de asegurarse de que se adhieran al protocolo, ha resultado difícil.
Funcionarios de la región señalan que la necesidad de educación es urgente y profunda; incluso los trabajadores locales de salud están aprendiendo sobre la marcha. Brittany Combs, enfermera de salud pública para el Condado de Scott, comentó haberse impactado al descubrir durante pláticas con adictos que muchos de ellos utilizaban la misma jeringa hasta 300 veces, hasta que se les desprendía de los brazos. Algunos tenían el hábito de utilizar esmalte de uñas para marcar las jeringas como propias, pero como las agujas escasean y las casas se llenan de personas que frecuentemente utilizan drogas juntas, los intentos por evitar la práctica a menudo fracasan.
Una vez que inició el programa de intercambio de jeringas el mes pasado, Combs también aprendió que muchos adictos se sentían incómodos visitando el centro de distribución de agujas que abrió el 4 de abril en las afueras de la ciudad. Fue así que empezó a llevar jeringas directamente a los usuarios en sus vecindarios.
Al mismo tiempo, especialistas en VIH de Indianápolis –quienes a la fecha han evaluado a unas 50 personas con el virus y han iniciado el tratamiento con antirretrovirales en el caso de unas 20– están haciendo frente a una barrera de desinformación sobre el virus en el Condado de Scott, donde casi todos los habitantes son blancos, pocos van a la universidad y uno de cada cinco viven en la pobreza, de acuerdo con el censo.
“Sigue habiendo un número considerable de personas en Austin con prejuicios sobre el VIH y que contribuyen al estigma y por tanto al temor”, comentó la doctora Diane Janowicz, especialista en enfermedades infecciosas de la Universidad de Indiana, quien atiende a pacientes de VIH aquí. “Me gusta dejarles en claro que si sus nietos quieren probar su bebida pueden compartirla. Y que tampoco hay problema con comer de la misma mesa o incluso usar el mismo baño”.

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