David D. Kirkpatrick / New York Times News Service
2015-04-27
Zawiyah, Libia— Los dos niños eritreos de 8 años habían recorrido por días los desiertos de Etiopía, Sudán y Libia en la parte trasera de una camioneta junto a otros menores y una docena de adultos. Luego pasaron otro mes ocultos en una hacinada casa de labranza que los contrabandistas utilizaron para almacenar el cargamento humano.
Finalmente, en la oscuridad de la noche, un bote inflable transportó a los dos chicos, Hermon Angosom y Efrem Fitwi, hacia un viejo bote pesquero donde ya iban más de 200 personas, incluyendo 39 menores –el menor de ellos de dos años, en brazos de su madre.
Los dos lloraron. “Nos dio miedo el bote”, recordó Hermon.
Los menores se habían sumado al incesante flujo de migrantes árabes y africanos que deben pasar por la tierra sin ley que es la Libia posterior a Gadhafi antes de alcanzar el Mediterráneo –más de 170 mil el año pasado y una cantidad similar esperada para este año.
Se trata de un viaje por un Estado fallido en el que la seguridad fronteriza es casi inexistente, la corrupción está fuera de control, la guardia costera rara vez sale del puerto y el tráfico de personas cada vez se vuelve más cruel y descarado. El tráfico de personas desde Libia hacia el Mediterráneo generó 170 millones de dólares el año pasado, de acuerdo con cálculos de un reporte reciente de la ONU.
Desde el derrocamiento de Moammar Gadhafi en 2011, las milicias en guerra se han convertido en la única ley en buena parte de Libia. Los contrabandistas “no tienen nada que temer”, como dijo uno de ellos, puesto que la seguridad a lo largo de la costa ha desaparecido. Y el número cada vez mayor de casos de mujerte en el mar no ha hecho nada por reducir la demanda de cruces.
Los inmigrantes africanos que llegaron para desempeñar labores no especializadas cada vez están más desesperados por abandonar el lugar debido a los combates mortales entre milicias libias, el casi colapso de la economía, y el robo y maltrato rutinario que sufren los africanos de piel oscura por parte de milicianos combatientes de Libia.
Otros migrantes procedentes de África pagan a traficantes que avanzan por el desierto, todo por la oportunidad de llegar a Europa y vivir una mejor vida.
La mayoría son transportados prácticamente a ciegas por Libia por pandillas armadas bajo la protección de poderosas milicias. Algunos no consiguen llegar a aguas libias y terminan en un terrible limbo, sin poder regresar a casa y atrapados en el caos del país. Muchos no tienen tanta suerte.
Cerca de 1,750 de los alrededor de 25 mil migrantes que tratan de cruzar a Italia desde Libia se ahogaron en las primeras semanas de la temporada de navegación en primavera, de acuerdo con la Organización Internacional de Migración, agencia intergubernamental con sede en Ginebra. Lo anterior incluye a las más de 700 personas de la barcaza que se hundió hace aproximadamente una semana. El índice de muertes es más de tres veces más alto que el año pasado, cuando aproximadamente 3,200 personas se ahogaron de entre 170 mil que trataron de seguir el mismo camino.
Sin embargo, muchos siguen rezando por la oportunidad, de acuerdo con dos contrabandistas entrevistados por separado.
“Los africanos están viendo la muerte frente a sus ojos” debido al abuso y a la violencia de las milicias libias, dijo un traficante que habló con la condición de no ser identificado puesto que su actividad constituye un delito.
“Aunque las probabilidades de morir en el mar sean de un 99%, van a seguir haciéndolo”, dijo, “porque ya están cansados”.
Los traficantes cada vez se han vuelto más cínicos con respecto a su medio de trabajo.
“A la mayoría de los traficantes no les importa Dios”, dijo el contrabandista, “así que dejan que los botes se llenen de migrantes –para ellos, entre más mejor”.
El hombre insistió en nunca haber perdido un pasajero, pero su valoración de los peligros parecía contradecir el número de bajas. “Es bien sabido que los botes italianos rescatan a todos”, señaló.