Alan Schwarz / New York Times News Service
2015-04-18
Nueva York— Agotada para las 11 p.m., Elizabeth le envió un mensaje a su vendedor y esperó tan sólo 30 minutos para que llegara a su departamento en un tercer piso de Nueva York. Ella le entregó varios billetes de veinte y de cincuenta, recibió un sobre viejo con pastillas, y regresó a su computadora.
Su presentación de PowerPoint requería de otras cuatro horas. Los posibles inversionistas en su nueva empresa de salud y tecnología querían cálculos y más cálculos de las cantidades, la presentación exigía viñetas, y los e-mails de desarrolladores de todas partes del mundo no dejaban de llegar bien entrada la medianoche.
Se tomó una pastilla –anaranjado pálido, como las aspirinas para bebé– y luego, pensándolo un poco, también se tomó una de las rosadas.
“OK, ahora sí puedo trabajar”, dijo Elizabeth con alivio. Minutos después, sintió cómo su cerebro empezaba a concentrarse de verdad. Se acomodó bien los lentes y se quedó despierta hasta las 7 a.m. Sólo entonces durmió unos 90 minutos, antes de llegar a su oficina al as 9 a.m.
Las pastillas eran versiones del fármaco Adderall (anfetamina y dextroanfetamina), estimulante recetado para el trastorno por déficit de atención con hiperactividad que muchos universitarios han utilizado por mucho tiempo de manera ilícita al estudiar. Ahora, de acuerdo con expertos, el uso de estimulantes empieza a generalizarse en el ámbito laboral.
De momento no existen datos confiables sobre el número de trabajadores estadounidenses que utilizan los estimulantes de esta manera, según indicaron varios expertos.
Pero en entrevistas, docenas de personas en un gran número de profesiones indicaron que ellas o compañeros de trabajo habían utilizado estimulantes como Adderall, Vyvanse (dimesilato de lisdexanfetamina) y Concerta (metilfenidato) para mejorar su rendimiento laboral. La mayoría hablaron con la condición de no ser identificadas por miedo a perder su empleo o el acceso al fármaco.
Médicos y expertos en ética manifestaron inquietudes por la salud de los usuarios, pues los estimulantes pueden causar ansiedad, adicción y alucinaciones al utilizarse en altas dosis. Pero también se mostraron preocupados por el aumento de la presión en el área de trabajo –donde el uso por parte de compañeros presiona a otros a sumarse a la tendencia.
“La adicción es común en estudiantes, pero antes era muy poco usual verla en adultos”, comentó la doctora Kimberly Dennis, directora médica de Timberline Knolls, centro de tratamiento para el abuso de sustancias por parte de mujeres en las afueras de Chicago.
“Definitivamente estamos viendo más casos que hace un año y que hace dos años, especialmente en el grupo de edad de los 25 a los 45 años”, dijo.
La mayoría de los usuarios que fueron entrevistados señalaron conseguir las pastillas fingiendo síntomas de trastorno por déficit de atención con hiperactividad, enfermedad caracterizada por una fuerte impulsividad y falta de atención, a los médicos que suelen hacer recetas sin una evaluación rigurosa de por medio. Otros las obtienen con amigos o vendedores.
La obtención o distribución de estimulantes sin receta es un delito federal, pero los mayores riesgos del abuso parecen ser la sobredosis y la adicción.
Un reporte de 2013 de la Administración de Abuso de Sustancias y Salud Mental mostró que las visitas a la sala de emergencias relacionada con el uso no médico de estimulantes recetados entre adultos de 18 a 34 años se triplicó de 2005 a 2011, a casi 23,000.