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Caso Lufthansa exhibe descuidos de industria sobre salud mental

Nicholas Kulish y Nicola Clark / New York Times News Service

2015-04-18

Duesseldorf, Alemania— Cuando en 2009 Andreas Lubitz envió un e-mail solicitando su reintegración al programa de entrenamiento de vuelo de Lufthansa tras haberse ausentado por un mes, anexó lo que en retrospectiva representaba una clara señal de alarma sobre su aptitud para pilotar aviones con pasajeros: reconocía que había padecido depresión severa.
Lufthansa volvió a poner al joven alemán en su proceso de filtración de solicitantes y exámenes médicos. Pero, a juzgar por todo lo que se conoce hasta el momento sobre el caso, no siguió ningún plan destinado a asegurarse de que él estuviera recibiendo tratamiento adecuado. Ni tampoco estableció ningún monitoreo especial sobre el estado de Lubitz más allá de lo que se requería para cualquier piloto con algún problema de salud identificado.
En vez de ello, Lubitz avanzó en forma vacilante en el programa de entrenamiento hasta que se terminó confiándole un Airbus A320 como copiloto de la subsidiaria económica de Lufthansa, Germanwings. Tanto desconocía Lufthansa la magnitud de los problemas psicológicos de Lubitz que la compañía y su personal médico no tenían idea alguna sobre el drama de tortura que estaba desarrollándose en su mente, el cual alcanzó su punto máximo durante los dos o tres meses previos a su vuelo final. Agentes ministeriales dijeron a The New York Times que Lubitz visitó por lo menos a 12 doctores en busca de tratamiento para trastornos reales o imaginarios.
En los días inmediatamente después de que Lubitz, de 27 años, se lanzara el mes pasado a sí mismo y a 149 personas más contra una ladera francesa, el director ejecutivo de Lufthansa señaló con confianza que Lubitz se había hallado calificado al “100 por ciento” para volar, enfatizando lo poco que la aerolínea conocía sobre el piloto que cimbró la confianza en la reputación de la empresa en lo relativo a su rigor de entrenamiento y administración.
La travesía de Lubitz hasta el momento cuando el 24 de marzo se encontró solo en los controles del Vuelo 9525 de Germanwings entre Barcelona, España, y Duesseldorf deja expuestas una serie de fallas y flaquezas en Lufthansa y a lo ancho de la industria y sus reguladores al abordar las enfermedades mentales de los pilotos. Y muestra lo poco que la industria y sus reguladores han hecho a efecto de reconocer y abordar la manifestación más extrema de dichas presiones sicológicas: el suicidio de un piloto.
El comportamiento cada vez más turbado de Lubitz en el transcurso del lapso previo a su último vuelo no despertó ninguna alarma en la aerolínea.
Aunque en agosto había aprobado las pruebas médicas estándard que le hizo un médico de vuelo, tenía notas más recientes en las cuales especialistas lo declaraban no apto para trabajar y nunca las mostró a la empresa.
Durante los días previos a su vuelo final, al parecer había planeado metódicamente su propia muerte y la de sus pasajeros. Investigó métodos para suicidarse, dicen agentes ministeriales, y estudió los protocolos de seguridad en las cabinas de vuelo. Cuando se fue a trabajar la mañana del 24 de marzo, teniendo programado volar de Duesseldorf a Barcelona y de regreso, según un investigador, en el navegador de su iPad aún había abiertas pestañas sobre recientes desastres aéreos. Eran la misteriosa desaparición del Vuelo 370 de Malaysia Airlines ocurrida el año pasado y un vuelo de 2013 de Mozambique Airlines cuyo capitán se determinó lo había estrellado intencionalmente en Namibia, perdiendo la vida él, cinco otros miembros de la tripulación y los 27 pasajeros.
“La administración de la aerolínea, los supervisores, los despachadores –no ven mucho a los pilotos”, dijo André Droog, ex psicólogo de la Academia de Vuelo de KLM en Holanda, quien hoy es presidente de la Asociación Europea para la Psicología de la Aviación. 

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