Jeffrey Gettleman / New York Times News Service
2014-12-13
Port Loko, Sierra Leona— Sweetie Sweetie no tenía otra opción.
Su padre acababa de morir de ébola. Igual su hermana. Su madre ya estaba vomitando sangre y se consumía rápidamente.
Cuando llegó la ambulancia y su madre subió, Sweetie Sweetie también lo hizo. El ébola había sido como una varicela en toda su casa, y pese a que la pequeña se veía bien, sin presentar síntomas, nadie en su aldea, ni siquiera sus parientes, quería hacerse cargo de ella. Sin tener a dónde ir, siguió a su madre hacia la zona roja de una clínica de ébola y pasó más de dos semanas en un área de riesgo biológico donde las únicas personas sanas llevaban trajes espaciales.
Mientras su madre empeoraba, Sweetie Sweetie le pedía que se tomara sus medicinas. Trató de alimentarla. Lavó la ropa sucia de su madre, lo cual no hizo especialmente bien, pero las enfermeras comentaron haberse conmovido por el esfuerzo. Después de todo, creen que Sweetie Sweetie apenas tiene 4 años. Los trabajadores del lugar ni siquiera sabían su verdadero nombre, y por eso empezaron a decirle Sweetie Sweetie (Cariño).
Al morir su madre, la pequeña se quedó junto a la puerta de la clínica, viendo los alrededores con sus enormes ojos cafés. Nadie pasó a recogerla. Alguien la subió en la parte trasera de una motocicleta y llevada a una casa hogar, cuyos pasillos vacíos y sombríos ahora recorre sola. El personal de trabajo social está buscando una familia que la adopte, y Sweetie Sweetie parece conocer su situación.
En un día reciente le preguntó a un visitante: “¿Me quieres llevar?”.
El ébola ha sido una desgracia para los niños. Más de 3,500 se han contagiado y al menos 1,200 han muerto, según calculan funcionarios de la ONU. Sierra Leona, Liberia y Guinea, los países más afectados, han cerrado escuelas en un intento por contener al virus, y legiones de jóvenes se están viendo obligados a trabajar por la situación de sus padres.
Sin embargo, por mucho los más afectados son los huérfanos del ébola. La UNICEF informó que en la región podría haber más de 10,000 de ellos. Y muchos son estigmatizados y rechazados por sus propias comunidades.
“Si hay un terremoto o una guerra y pierdes a un padre, alguna tía se hace cargo de ti”, dijo Roeland Monash, director de la oficina de UNICEF en Sierra Leona. “Pero esto es diferente. Estos niños no están siendo aceptados por su familia. Esto no es como los huérfanos del sida”.
Las personas más afectadas por el ébola ven a los niños como pequeñas bombas de tiempo. Los pequeños no se lavan las manos con frecuencia, constantemente tocan a las personas y rompen todas las reglas de la enfermedad. Algo tan sencillo como cambiar un pañal se convierte en un grave riesgo puesto que el virus se transmite por fluidos corporales.
“Se cree que los niños más pequeños son más contagiosos”, dijo Monash.
Es un milagro que Sweetie Sweetie haya sobrevivido. La pequeña dormía en una cama junto a su madre enferma en una atestada unidad de aislamiento en la que había personas muriendo por todas partes. La niña nunca recibió un traje protector, pues los trabajadores dijeron que no estaba contemplado en el protocolo y que no había ninguno que siquiera se acercara a su talla.
Las personas de trabajo social han tratado de armar su historia, pero su madre ingresó a la clínica prácticamente delirando, lo cual dificultó la obtención de datos. Sweetie Sweetie tampoco habla mucho. Pero por lo que han deducido tras algún intercambio de palabras con ella y por las conversaciones que sostuvo con su madre, creen que tiene 4 años, que su padre era médico y que su verdadero nombre podría ser Mbalu Kamara, pero no han podido confirmar nada.
Al parecer, ningún pariente la está buscando. El único familiar al que los trabajadores sociales han podido localizar es un hombre que al parecer es su tío. Indicaron que el hombre es alcohólico y no es apto para hacerse cargo de ella.
Por ahora, Sweetie Sweetie, quien sigue sin presentar síntomas de la enfermedad, continúa viviendo en la casa hogar junto a otros nueve niños, algunos de los cuales han perdido a sus padres, y otros que se han perdido en el laberinto de los centros de aislamiento y las clínicas del ébola.