Nacional

La marcha de indocumentados rumbo al norte

Ioan Grillo/ The New York Times

2018-11-08

La larga fila de hombres y mujeres vadeó las aguas lodosas del Río Suchiate. Sujetándose a una cuerda, cruzaron dificultosamente la línea invisible que divide a Guatemala y México.
Otros cruzaban con sus bebés y niños pequeños sobre balsas abarrotadas construidas con llantas.
Vi este mar de humanidad el 20 de octubre y, para cuando se metió el sol, miles habían cruzado la frontera para continuar su avance hacia el norte. Todavía más cruzaron los días siguientes, para reforzar la caravana de los desesperados y resueltos que hace estremecer a gobiernos desde Honduras hasta Washington.
Donald J. Trump ha usado la caravana -un grupo de miles de centroamericanos que se han unido para abrirse paso hacia México y Estados Unidos y escapar a la violencia y a una pobreza desesperada- como herramienta política.
"Creo que los demócratas tuvieron algo que ver con ello", dijo el 22 de octubre, al llamarlo "una agresión a nuestro País" que incluye "algunas personas muy malas".
Ha afirmado que "gente de Medio Oriente" está en el grupo, mientras que admitía que no hay prueba de ello.
El Departamento de Defensa de Estados Unidos enviará 5 mil 200 militares a la frontera sur de ese País para impedir el paso a los migrantes, lo cual evitaría que soliciten asilo.
La caravana es más que leña para afirmaciones engañosas y reacciones exageradas, y más que una herramienta para avivar los temores de los electores justo antes de las elecciones de medio término. Es un estridente recordatorio de que Latinoamérica sufre una prolongada crisis de refugiados que exige soluciones.
La inmensa mayoría es de Honduras, aunque se les han unido algunos salvadoreños, nicaragüenses y guatemaltecos. Desde que la caravana se formó en la ciudad hondureña de San Pedro Sula el 13 de octubre, ha crecido, de cientos a miles. Su escala refleja lo mucho que los hondureños sufren debido a la violencia incesante, el caos político y la pobreza brutal.
"Esto no es una acción normal", dijo Rubén Figueroa, un activista migrante, en Tapachula, México. "Es un éxodo".
La manera en que tantos han unido fuerzas -al valerse de su gran número como forma de defenderse de delincuentes, que podrían secuestrarlos, y policías, que podrían detenerlos y deportarlos- es sorprendente. Pero México es el lugar de tan sólo uno de los crecientes corredores de gente que huye de sus hogares. Costa Rica maneja a miles que escapan de Nicaragua, donde cientos han resultado muertos a raíz de medidas enérgicas del Gobierno contra las protestas. Colombia, Brasil y Perú lidian con una enorme afluencia de venezolanos.
Hay tres fenómenos que obligan a la gente a desplazarse. El primero es la violencia delictiva, con tasas de homicidios a niveles catastróficos y pandillas que perpetran extorsiones y secuestros. El segundo es un regreso al autoritarismo, acompañado del uso de violencia mortal por parte de fuerzas de seguridad contra aquellos que protestan contra líderes autocráticos. El tercero es el fracaso económico que ha llevado a la gente a una extrema pobreza. Algunos países enfrentan los tres al mismo tiempo.
Cuando entrevisté a miembros de la caravana aquí, muchos, entre ellos un estudiante de 18 años llamado Daniel Martínez, dijeron huir de los criminales; en su caso, pandilleros en San Pedro Sula exigían que trabajara para ellos. Sabía que negarse le ganaría una sentencia de muerte.
El año pasado, hubo más de 14 mil peticiones de asilo en México -siete veces la cifra del 2014, cuando hubo 2 mil. Algunos en la caravana dicen que quieren quedarse en México y buscar refugio, mientras que otros dicen querer ir a Estados Unidos.
A las personas que huyen de la pobreza se les considera migrantes económicos más que refugiados. Sin embargo, en algunas partes de Latinoamérica las presiones económicas que motivan a la gente a desplazarse son extremas. En Honduras, alrededor de dos tercios de la población vive en la pobreza, la cual ha empeorado debido a la sequía y el caos político. En Venezuela, la gente se ha visto obligada a buscar alimento entre la basura.
La desesperación puede ser vista en la caravana entre las familias con niños pequeños que duermen en plazas abarrotadas. La gente me describió cómo es que vio noticias de la caravana en la televisión y, en cuestión de horas, decidió unirse. Muchos viajan sin pertenencias ni dinero. Muchos usan ropa que les donaron en el camino. Muchos no saben dónde terminarán, pero su esperanza es cualquier parte que pueda ofrecer una vida mejor.
En lo que se refiere a las fuerzas que contribuyen a la crisis de refugiados, no hay soluciones sencillas. Los gobiernos de la región deberían reunirse para debatir la crisis -con, o sin, Estados Unidos. Se necesita canalizar ayuda de forma más eficaz para que llegue a los pobres. Debe haber esfuerzos reales para detener el flujo de armas a las pandillas que aterrorizan a las comunidades.
El llamado de Trump para dar la espalda al internacionalismo no ha ayudado. Pero esto es un tema que estará vigente más allá de su Presidencia. A menos que se aborden los problemas fundamentales, las filas de personas que vadean los ríos fronterizos podrían volverse incluso más largas.

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