Nacional

El 68: ¿qué cambió? ¿qué permanece?

Sergio Zermeño / Reforma

2018-09-29

A medio siglo de distancia, recordar las imágenes del movimiento estudiantil mexicano nos empuja sin opciones a protestar contra la pobreza del tiempo presente. Es un desplante necesario. Quienes lo vivimos estamos obligados a traer a la escena la fiesta alegre y libertaria, y el sello ahogado en sangre de aquella explosión democrática. Pasado medio siglo estamos obligados, también, a reflexionar con la cabeza fría, a ir más allá del hecho obvio de que entonces fuimos libres y buscábamos con la vehemencia de los años tiernos una sociedad más justa, mientras que ahora la utopía parece desaparecer y nos hundimos en la corrupción, en la pobreza y en la violencia, no sólo de los poderes contra las personas sino de unas personas en contra de otras.
¿Por qué los cambios que han tenido lugar en México no fueron en la dirección que anhelábamos hace cinco décadas? Podríamos preguntarles a muchos españoles si, a pesar de sus crisis separatistas, inmobiliarias y de empleo, el país que querían al salir de la dictadura es el país que tienen. Seguramente las respuestas positivas serían muchas más que aquí, aunque ambos países se encontraban en aquellos años en parecidos índices de desarrollo, como han dicho economistas.
¿Estaríamos de acuerdo en que nuestra apertura indiscriminada al mundo global ha sido salvaje mientras que la Europa desarrollada fue más solidaria con los países del sur? ¿Estaríamos de acuerdo en que la explicación va también por el lado de que hemos sido una sociedad civil débil para controlar a los poderosos en su megalomanía y en su corrupción y en que el retiro concomitante del Estado dejó libre el terreno al narcotráfico y a la violencia? En torno a esto los mexicanos estamos abrumadoramente de acuerdo, sin duda. ¿Pero estaríamos tan alegremente de acuerdo en que siendo víctimas de la globalización y del imperio, de la corrupción y la violencia, mucho de nuestro fracaso se encuentra en que los jóvenes de aquella generación y de aquella epopeya hemos sido víctimas también de nosotros mismos, de nuestra cultura estatal, de nuestra fascinación por el vértice, de nuestra ambición de poder?
A todos maravilló en aquel otoño que un Estado poderoso, producto de una conflagración tumultuaria y mortífera como la Revolución mexicana, fuera puesto en jaque por un levantamiento juvenil. Las olimpiadas estaban en puerta, era la primera vez que un país de poco desarrollo tenía el honor de organizar tal evento y aunque Estado y sociedad veíamos la oportunidad para mostrarnos como un país moderno, no lo logramos, no pudimos romper con la intransigencia del poder ni con la urgencia por desalojarlo. La reacción del ogro fue desgarradora y, a pesar del hermetismo informativo, cuando despertamos de la euforia olímpica nos encontramos horrorizados con las decenas de jóvenes destrozados. La matanza del ejército en Tlatelolco se convirtió en una herida abierta y secular: habíamos fracasado, no éramos terreno fértil para la democracia. Una vez más, como en las luchas sociales precedentes, el evento concluía en las cárceles, en los hospitales, en los cementerios, en la persecución. Saturno devorando a sus hijos, el Tlatoani ordenando el sacrificio.
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1968, ¿una revolución mundial?
En otras partes del mundo y por voz de destacados intelectuales se habla de "La Revolución Mundial del 68", considerándola el evento que más cambios profundos ha generado en los últimos cincuenta años (Fernand Braudel, Zibechi, Wallerstein, De Sousa Santos). No cabe duda de que también entre nosotros tuvo gran impacto en las costumbres sexuales, en la familia, en la música y las artes, con su componente antiimperialista nucleado en la figura de El Che, con la desacralización del socialismo realmente existente y el adiós a la hegemonía de la clase obrera, a su vanguardia y a la cantaleta de "tomar el poder para cambiar el mundo".
Pero aquí, la fiesta alegre y libertaria no duró, fue sepultada por las rencillas de los poderosos y sus provocaciones, quedando poco a poco envuelta por el olor horrendo del metal, por el rojo nauseabundo de la sangre para finalmente desdibujarse en nuestra fascinación por el vértice, con nuestro afán de ocupar el lugar del Tlatoani. Es cierto. En aquel momento nos resistimos a ser marcados por ese sello mórbido de la represión y la muerte y desde el duelo pudimos por un momento vencer la ignominia y explotamos en el festival de Avándaro dos años después de Woodstock: Dionisios venciendo al puritanismo y al autoritarismo. Pero amaneció y de nuevo, ni modo, tuvimos que plegar las tiendas de campaña y subirnos a la combi. Habría que apuntar, en descargo, que también en los países mejor marcados por "La Revolución Mundial de 68", se vio derrotado el espíritu hippie por la hegemonía yuppie, por el conservadurismo y por el imperio del consumo y del dinero.
Cincuenta años han pasado y podemos preguntarnos si era esto lo que anhelábamos con nuestras movilizaciones juveniles, si éstos son los medios de comunicación que nos imaginábamos en el lugar de aquella "prensa vendida", si nos hemos acercado siquiera a lo que tanto nos importaba: la buena calidad de la educación, el triunfo de la democracia, un lugar destacado en el panorama técnico y científico, o si tenemos que aceptar de plano que somos un país de reprobados; aunque habría que aceptar, también, que quienes hoy tenemos mucha de la responsabilidad en este desastre somos los integrantes, algunos en puestos de gobierno muy destacados, de aquel movimiento y de aquella generación: nos ganó la ambición de poder y, con el ocaso de nuestros ideales, dejamos de preocuparnos por mejorar la vida de los mexicanos.
Qué bueno que hagamos el balance del 68, pues es una oportunidad para imaginar las estrategias hacia una reconstrucción nacional que, sin duda, deberían estar más apoyadas en vías paulatinas de densificación y poder social, más cercanas a lo local, a lo territorial, más cercanas a la gente y a sus problemas... y eso tendrán que construirlo las nuevas generaciones.
Los del 68, esta vez, partimos sin gloria.

Extractos del pimer capítulo del libro Ensayos amargos sobre mi país. Del 68 al nuevo régimen, cincuenta años de ilusiones, de Sergio Zermeño. Siglo XXI editores. México, 2018. Se reproduce con autorización de la editorial.

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