The New York Times News Service
2017-04-25Nueva York— Las condiciones en 10 South son inhóspitas. Las luces no se apagan en la media decena de celdas, las cuales son continuamente monitoreadas por cámaras. Los presos nunca salen al aire libre.
En general, tienen una hora para estar en una sala pequeña de “recreación” con una caminadora, una bicicleta fija, una televisión y una ventana que ofrece aire fresco y una vista a la zona baja de Manhattan.
A muchos no se les permite hablar entre sí, pero eso no importa porque rara vez se encuentran cara a cara.
10 South, el ala más segura del Centro Correccional Metropolitano, la cárcel federal en Manhattan, es tan austera que un mafioso de alto rango que pasó varios años allí una vez lo describió como “una cámara de tortura”.
La unidad ha albergado a algunos de los acusados más notorios de Estados Unidos, desde agentes de Al-Qaida hasta por lo menos un famoso traficante de armas extranjero… todos fueron sometidos a su rigor antes de ser condenados por un crimen.
El preso más reciente –y tal vez el de más renombre– es Joaquín Guzmán Loera, el jefe mexicano de la droga conocido como “El Chapo”. En enero, Guzmán fue llevado de forma repentina en un avión policial mexicano a un aeropuerto de Long Island; luego fue transportado en auto a la cárcel en una caravana armada.
Desde entonces, ha estado quejándose por sus condiciones de confinamiento y ha asumido un improbable papel como defensor de la reforma carcelaria.
En una serie de documentos judiciales, los abogados de Guzmán se han quejado en su nombre de que, desde el momento en que llegó a 10 South, ha permanecido encerrado en su celda durante 23 horas al día, excepto cuando lo visitan abogados, y se le ha negado todo contacto con su familia y los medios.
Los abogados afirman que es el recluso más vigilado en Estados Unidos y que los términos de su encarcelamiento han impedido que se prepare para el juicio.
Le han pedido al juez Brian Cogan del Tribunal Federal del Distrito de Brooklyn que suavice las restricciones que enfrenta e incluso han solicitado que se permita la entrada de un investigador de Amnistía Internacional en 10 South para analizar las condiciones.
Es un giro inesperado el que Guzmán, quien ha escapado varias veces de prisión y es acusado de matar a miles de personas en México, haya adoptado un papel de superioridad moral como crítico del sistema penal.
Después de todo, escapó en dos ocasiones de edificios penitenciarios de alta seguridad en México, primero en un carro de lavandería y luego por un túnel de un kilómetro y medio excavado por cómplices en la ducha de su celda.
Dado su historial, los fiscales federales han defendido las restricciones como una medida necesaria, pues argumentan que Guzmán mantiene “conexiones sin precedentes” con sus asociados en el Cartel de Sinaloa, y que tiene una “historia probada” de asesinar a sus enemigos mientras está en la cárcel.
En una moción, los abogados de Guzmán alegaron que el agua del grifo le había afectado la garganta, por lo que pidió agua embotellada. También dijeron que su cliente dijo temer estar escuchando voces, aunque el gobierno estadounidense sostiene que simplemente oía los sonidos de una radio que se encontraba cerca.