El Universal
2015-08-23
Los Ángeles— La garita de San Ysidro es el cruce fronterizo más transitado del mundo: cada año recibe a más de 30 millones de personas que van de México hacia Estados Unidos, y también es el que recibe la mayor cantidad de deportados en el sentido opuesto. Los llevan en autobuses desde un centro de detención y los bajan en la línea, junto a una puerta giratoria de barrotes horizontales de metal. Uno a uno los deportados ingresan en ese carrusel metálico. Al salir, ya están en territorio mexicano.
Uno de cada cinco de los 1.8 millones de mexicanos deportados en los últimos 10 años, ha regresado a México por esa puerta. Más de 350 mil personas que llegan a un sitio que la mayoría no conoce, en el que no hay un indicio de dónde pasar la noche o dónde encontrar la siguiente comida. Algunos son deportados unas horas o días después de haber cruzado, pero otros han pasado toda su vida en Estados Unidos, han crecido, estudiado, hecho amigos, iniciado una vida profesional y proyectado su futuro ahí, hasta que un día los “regresan” a un lugar que les es desconocido. A estos jóvenes adultos, que llegaron como indocumentados a EU siendo niños, se les conoce como “dreamers”.
Aunque técnicamente los “dreamers” son extranjeros indocumentados en EU, también pueden definirse como jóvenes estadounidenses sin un documento que les reconozca dicha identidad. Una ley presentada en el Congreso de ese país, conocida como DREAM Act, resolvería esta situación si no llevara 14 años estancada sin que se haya logrado su aprobación.
La vida de estos niños transcurre en relativa calma hasta que se gradúan de la preparatoria o cumplen la mayoría de edad. Entonces enfrentan una disyuntiva: pueden hacer una carrera universitaria en EU —pagando elevadas tarifas, sabiendo que no podrán trabajar legalmente, y bajo el permanente riesgo de deportación—, o pueden volver a su país de origen —México, en el caso de más de 70% de los “dreamers”— y tratar de ingresar a la universidad.
Quienes eligen la segunda opción tienen que enfrentarse con una gran burocracia y una sociedad que los rechaza. Pero además del retorno voluntario hay otra situación que padecen: el regreso como producto de una deportación. En ambos casos, la falta del dominio del español, la ausencia de referentes culturales y la inexistencia de mecanismos para facilitar su incorporación a la vida en México se convierten en obstáculos mayores que los que enfrentaron en la nación donde eran indocumentados: “vuelven” a un país que les es ajeno, en el que tampoco tienen documentos y en el que ni gobierno ni sociedad están listos para recibirlos.
Reclutados en call centers
Nancy Landa es “migrantóloga”. En 2014 finalizó una maestría en Migración Global en la Universidad de Londres, pero su conocimiento del fenómeno va más allá de esa credencial académica: ella es una “dreamer”.
Llegó a Los Ángeles, California, siendo una niña, y fue deportada a México —por Tijuana, la garita de los viajes sin retorno— 20 años más tarde, en 2009. Su experiencia la llevó a reiniciar su vida en México y a descubrir que era extranjera, una alien, también en su país de origen.
“Te enfrentas a un mundo de obstáculos”, afirma. Morena, curvilínea, con una cabellera negra y larga que crea un marco ondulado en torno a su mirada brillante, Nancy está sentada junto a un ventanal enorme en un edificio del centro de la ciudad de México, donde reside hoy, a cinco años de su deportación.
“El problema es que llegas y no tienes documentación. A veces lo único que tenemos es un acta de nacimiento, pero aquí necesitas más para empezar a trabajar. Por ejemplo, para todo te piden tu credencial del Instituto Federal Electoral (ahora INE), y al no contar con ella demoras en tener lo básico para rentar un departamento, buscar un trabajo, sacar un pasaporte, revalidar tus estudios”, comenta.
A pesar de haberse graduado con honores en Administración de Empresas en Estados Unidos y de tener experiencia laboral, el primer empleo de Nancy fue en un call center.
De acuerdo con la académica Jill Anderson, autora del libro “Los otros dreamers” y fundadora del colectivo que lleva el mismo nombre, cerca de 500 mil jóvenes de entre 18 y 35 años han vuelto a México desde 2005, después de haber vivido en EU durante cinco años o más.
Eso explica que, también de acuerdo con estimaciones de la investigadora, seis de cada 10 empleados en estos centros sean jóvenes que fueron deportados o retornados de EU. En los call centers el sueldo llega a 45 pesos por hora, mucho más que los 70 diarios que otorga el salario mínimo en el Distrito Federal.
Su vida en una caja
Miguel Ramírez tiene 22 años y trabaja en Teletech, uno de los mayores call centers en la ciudad de México. Originario de León, Guanajuato, vivió en St. Louis Missouri durante 13 años, desde los siete hasta los 20 años. En abril de 2012 fue deportado: lo subieron a un avión que lo llevó a la frontera con Ciudad Juárez, le entregaron una caja con sus pertenencias y lo encaminaron al puente fronterizo.
“Yo recordaba muy poco de México”, dice Miguel. Esbelto, de piel morena, ojos y cabello oscuros, está sentado al pie del Monumento a la Revolución. “Mi sensación al entrar a México fue de miedo; miedo de no saber qué esperar. Me encontraba perdido en un lugar donde no conocía las reglas, ni la gente, ni la cultura. Antes de eso yo no me consideraba un inmigrante”.
Miguel reconoce que cuando conoce a personas no les revela que viene de EU o que fue deportado. Está satisfecho con su salario en el call center, pero cuando habla del futuro, responde sin dudar: “Lo único que sé es que me gustaría estar otra vez en EU con mi familia. Con la deportación todos mis sueños se rompieron en dos porque, ¿qué chiste tiene lograr esos sueños si no va a ser junto a mi familia?”.
Un ‘outsider’
“Mi nombre, Peter o Pedro, depende dónde estoy”. Pedro Magallón tiene una sonrisa amplia que contrasta con su piel morena. Es originario de Acapulco, Guerrero, de donde no recuerda nada: a los dos años de edad llegó a vivir a Santa Ana, California, y ese fue su hogar por 18 años. Abre la puerta del departamento que comparte con su novia en Guadalajara.
“Yo trabajaba y estudiaba (en EU). Era mesero por la mañana y por la tarde iba al college”, relata. Desde niño estuvo consciente de que no tenía documentos, pero “tenía la esperanza de que hubiera una respuesta del gobierno”.
Pedro enfrentó la deportación en 2011. El 13 de abril cruzó el torniquete metálico en la frontera con Tijuana y de ahí viajó a Guadalajara. Tras intentar trabajar como maestro de inglés, halló empleo en un call center de Teletech.
“Lo más difícil al llegar fue conocer los trámites. Yo nunca me había dado de alta en el Seguro. Tuve que preguntar, batallarle, perderme, equivocarme. Me sentía fuera de lugar, no podía comunicarme bien; me sentía… no discriminado, pero sí como un outsider”.
Hoy trabaja en una variante de call center, brindando servicio de traducción a personas que lo necesitan en EU. “Creo que esto es algo que no se sabe en EU: el nivel de outsourcing que se hace en las grandes ciudades de México. Un call center te paga de 39 a 50 pesos por hora. Es más de lo que gana el señor de la tienda”.
Sobre regresar a EU, dice que piensa en eso cada día menos. “Mis padres siguen ahí, mi hermana, mi familia inmediata están todavía en California. No he visto a mis padres en cuatro años (…), pero home is where you want to make it. Si puedes encontrar un lugar donde estás bien, that’s where home is”.
El anhelo de volver
Francisco Elías Fuentes tiene 24 años y se describe como un “dreamer” deportado. Este joven originario del Estado de México tiene los pies puestos en el sitio que se conoce como “el último rincón de América Latina”. A unos pasos se encuentra el muro que separa Tijuana de San Diego, México de EU, y a Francisco de su mundo. Fue deportado en 2012, y desde entonces la idea del regreso no abandona su mente. El asilo político le fue negado en 2014.
Francisco no entiende cómo es que hay “dreamers” deportados que logran adaptarse a la vida en México; él no puede. Llegó a vivir a Carolina del Norte a los cinco años y ahí pasó toda su vida. Se incorporó al cuerpo de reserva del Ejército de EU mientras cursaba la prepa; obtuvo un empleo, se compró un auto y entonces ocurrió: un policía lo detuvo mientras manejaba sin licencia y recibió su primera orden de deportación justo un día antes de su graduación de preparatoria.
“Mi idea es volver con mis papás, con mis hermanas”, dice convencido. Habla con un español que le cuesta trabajo, y mientras lo hace, mira alrededor con un ligero desdén. Su actitud corporal y su mirada fija en el otro lado del muro mandan un mensaje claro: no quiere estar aquí.
Temas pendientes
Aunque hasta hace tres años era poco lo que se escuchaba sobre los “dreamers” en México, sus historias se empiezan a conocer por medidas implementadas por Barack Obama, como la llamada Acción Diferida. En meses recientes el tema se ha abordado en debates académicos, en el Senado y la Secretaría de Relaciones Exteriores.
Nancy, quien ante la imposibilidad de estudiar una maestría en México por la falta de revalidación de estudios, decidió hacer un posgrado en Reino Unido y volvió al DF para trabajar con el colectivo Los Otros Dreamers. “Necesitamos hablar de los casos de quienes quieren regresar a EU para reunirse con su familia, el componente emocional y el aislamiento que vivimos aquí. Se requiere cambiar la conversación sobre quién es un ‘dreamer’ en México, y que la gente se sensibilice, que no nos llamen ‘mojados’ o ‘traidores que dejaron su patria’”, dice.
Para Anderson, se necesita que tanto el gobierno mexicano como el de EU reconozcan la identidad binacional de estos jóvenes.
Nancy concluye: “Para mí, la lucha es conseguir ser de aquí y de allá”.