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Rompen fronteras por un abrazo

Itzel Ramírez/
El Diario

2018-05-12
“¡Tiempo!”, gritan en el sonido local. Es la palabra que le indica a Ana María que puede correr hacia el norte a abrazar por cinco minutos a su hijo, al que no ve hace 15 años.
En el lecho del río, ahora seco, que divide México de Estados Unidos, a Ana María le permiten encontrarse con la descendencia que, 15 años atrás, dejó en Texas para cuidar a su otro hijo en Juárez y evitar que cayera en malos pasos. 
“Usted sabe, una madre siempre protegiendo a los hijos, me vine tras de él para que no se me echara a perder y ahorita desgraciadamente ya está bajo tierra”, cuenta la mujer de 60 años, originaria de Torreón pero con toda su historia en Ciudad Juárez, donde murió el hijo que deseaba proteger.
Ana María y sus dos nietos de 8 y 10 años -huérfanos de padre- usan las playeras blancas que, por 70 pesos cada una, deben portar para identificarse y bajar al río donde han de encontrarse con su familia. Frente a ellos, de lado americano, están su nuera, tres nietas y, por supuesto, su hijo, todos con la playera azul que los identifica como visitantes de El Paso, Texas. 
Poco más de 300 familias acudieron ayer a las inmediaciones del cruce conocido como Puente Negro para encontrarse aunque sólo fueran escasos minutos. Hugs not Walls, Abrazos no muros, es el nombre del evento organizado por la Red Fronteriza por los Derechos Humanos.
Con el permiso de las autoridades de migración de Estados Unidos, que otorgan un salvoconducto a los participantes en territorio texano, familias y seres queridos pueden volver a verse tras años, que a veces suman décadas, de no tener contacto físico.
Una vez registrados, los participantes deben comprar la playera, formarse y esperar a que sea su turno. De un lado y otro, en tandas de 10 familias, se ven primero las sonrisas que desbordan emoción. Conforme se acerca el momento del abrazo, aquello se convierte, irremediablemente, en lágrimas.
Los cinco minutos que tienen permitidos para estar juntos sirven apenas para cruzar palabras. 
“Ya no soy el niño que era”, justifica un adulto de 32 años a su mamá.
“Con su misma carita pero maduro”, precisa Ana María, al recordar las facciones del adolescente que entonces tenía 17 años y volvió a ver ayer.
Para ella, es volver a vivir. Para los policías y organizadores de uno y otro lado, Ana María junto a su historia, es la familia número 63. A las 10:20 se acercaron, a las 10:26 se les indica que es hora de volver, unos al norte, otros al sur, y esperar a que salgan los trámites que les permitan de una buena vez compartir más de unos minutos en familia, sin los ojos vigilantes de la policía, la prensa, los curiosos y los miles que acudieron ayer para romper, por un momento, la sensación de la frontera.
“Compañeros de seguridad, recuerden que cuando decimos tiempo es tiempo”, reprende una de las organizadoras del lado mexicano. Y es que el reloj apremia, la jornada apenas ha empezado y hay cientos de familias esperando el ansiado reencuentro.
Fernando García, fundador de la organización, dijo que fueron alrededor de 4 mil personas las que acudieron ayer en el quinto encuentro que se realiza de este tipo.
“Lo que refleja este evento es un profundo dolor que pareciera inexplicable. Cómo es posible que a estas alturas, en este mundo que se dice que es globalizado en donde las economías se unen, estén familias separadas, cómo podemos aceptar una política de este tipo”, mencionó.
La familia 46 logra reunir a más de 10 integrantes. Aunque en este caso la mamá vive del lado estadounidense y el hijo, en territorio mexicano, las emociones no son distintas. 
Van 20 años en los que Laura no ve a su familia, incluido a su hijo, un muchacho de 27 años. La matriarca de la familia llega, de lado mexicano, en silla de ruedas y con un tanque de oxígeno.
“Lo bueno es que todavía tienes madre”, dice la mujer a la que no le permiten bajar al lecho. Su familia vestida de azul cruza un poco más hacia territorio mexicano. 
“Te extraño”, es probablemente la frase que más se escucha entre ese grupo.
“Hijo de mi vida”, rompe en llanto Laura, que se contuvo frente a su madre, pero no lo logró al abrazar a aquel hombre al que dejó en México de 7 años.
Hilda Martínez y sus cinco hijos tuvieron la oportunidad de reunirse con Iván Castañeda, ya que hace un mes fue deportado de la ciudad de Denver, Colorado. La familia programó este viaje hacia la frontera sur al enterarse que existía este evento de reunificación. 
“Necesito a mi esposo y mis niños necesitan a su papá, el poder verlo significó mucho a pesar de ser un momento tan pequeño, pero vale la pena el viaje ya que no sé cuándo lo volvamos a ver o lo volvamos a abrazar”, mencionó entre lágrimas.   
María Nájera no había visto a sus hijos, nietos en una década y fue la primera vez que conoció a los bisnietos, reunión emotiva que dejo a la señora Nájera en lágrimas. “Les dije que siguieran unidos como yo les enseñé, esta reunión significa mucha alegría, pero también muchas emociones”, contó.
Entre llanto de felicidad y de tristeza cada encuentro era diferente, niños pequeños conociendo a sus abuelos, padres reuniéndose con sus propios padres y parejas separadas por cuestiones migratorias pudieron darse un beso después de meses o años. 
Suenan de uno y otro lado los mariachis. Los Viajeros de Juárez, de rojo, tocan Amor eterno para una madre de lado mexicano. 
“¡Tiempo!”, suena de nuevo en el sonido. Las familias alcanzan un último abrazo, entregan el gafete, caminan despacito para poder verse, mueven las manos mientras se alejan, unos al norte, otros al sur. (Con información de Luis Hernández/El Diario de El Paso)
 
iramirez@redaccion.diario.com.mx
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