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Cierran comedores comunitarios apoyados por Sedesol

Karen Cano/
El Diario

2018-04-14

Durante los últimos 4 años, el número de comedores comunitarios asistidos con aportaciones federales por parte de la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol), han disminuido prácticamente a la mitad; a la par de los recursos que se les asignan, los cuales decrecieron en un 30 por ciento.
No obstante, con menos recursos y con menos espacios, la Sedesol registra un número similar de usuarios. Todo lo anterior valiéndose del apoyo de ciudadanos que de forma voluntaria y sin paga alguna, se organizan y gestionan lo que tienen para ‘no dejar con hambre a nadie’.
“Es por humanidad. No puedo dejar a alguien que tenga hambre. Si viene, se le sirve la comida; y a veces, tal vez está mal que lo diga, pero yo misma he ido a casa de adultos mayores, de personas que no pueden salir, y les llevo algo”, dijo María Juana Reyes Rentería de 57 años, quien coordina el Comedor Comunitario ubicado en la colonia del Kilómetro 33.
Ante esto, funcionarios de la Sedesol explican que están por agregarse unos 10 comedores en esta ciudad, pero se negaron a una entrevista por motivos de veda electoral.
A través de datos obtenidos por una solicitud en la unidad de Transparencia, se informó que en Ciudad Juárez en el 2014, se contaba con 63 comedores comunitarios, en los cuales se invirtió ese año un total de 19 millones 579 mil 479 pesos. Entonces, se atendían 4 mil 301 usuarios.
Para el 2015, el monto invertido fue de 21 millones, 720 mil 146 pesos; el número de comedores bajó a 49, y los usuarios disminuyeron a 3 mil 584.
En el 2016, la inversión fue de 16 millones 795 mil 342 pesos; los comedores, una vez más, disminuyeron a 46, pero la población aumentó a 4 mil 144.
Finalmente, el año pasado, fueron apoyados 45 comedores comunitarios, con 12 millones 154 mil 220 pesos; y la población se mantuvo en 4 mil 25 usuarios.
Es decir, una cifra cercana a la del 2014, pero con menos inversión y menos espacios.

El ‘poder’ de multiplicar el pan

En medio del aroma de la sopa y el vinagre de los chiles, se encontraba María Juana, con el cabello sujeto bajo una gorra, esperando a los comensales de las 2:30 de la tarde.
“Se nos dificulta un poco, pero si queremos hacerlo lo vamos a hacer”, dijo, al preguntarle cómo le hace para alimentar a las 80 personas diarias que en promedio llegar a desayunar o comer.
Desde hace 3 años que le propusieron hacerse cargo del comedor, ubicado en el cruce de las calles Fernando Baeza y Carlos Morales, en la colonia del Kilómetro 33, ‘La Última de Ciudad Juárez’.
“Si en otro tiempo me lo hubieran dicho quizá me hubiera negado. A veces llego al viernes con el propósito de que el lunes ya no voy a abrir, pero al final, me mueve la necesidad que veo en la gente, que sé que no tienen qué comer”, relató la mujer.
Lo anterior debido a que de lunes a viernes llega al comedor a las 6:30 de la mañana y no sale del mismo hasta después de las 6 de la tarde.
Algunos de sus vecinos llegan a ayudarle a preparar la comida y limpiar, pero es la única que dedica 12 horas diarias al cuidado de este espacio.
“Hace poco me caí aquí, duré lastimada varias días”, relató.
Una vez al mes, los funcionarios de la Sedesol les dan varios kilogramos de comida que tiene que hacer rendir para cuatro semanas.
“Aquí se prepara en las mañanas atole, avena, huevos, frijoles, si tenemos servimos papas, nos dan pollo, un preparado de picadillo con zanahoria y chícharos, arroz, lenteja. Con la cuota de recuperación compramos lo que llamamos verdes, que son tomate, cebolla, lechuga, zanahoria…”, relató.
Cada uno de los beneficiarios debería aportar cinco pesos por platillo, sin embargo, no todos lo hacen.
Esto dificulta la cobertura de otros insumos como son los mil 500 pesos de gas que tiene que pagar cada 22 días.
“Ya mero llega y no tengo para pagar”, dijo y siguió enumerando entre las necesidades la impermeabilización de la pequeña bodega en donde almacenan la despensa y el recibo de la luz que casi siempre llega en mil 400 pesos o más.
“Cuando me falta posteo en Facebook y nunca falta quién nos apoya”, dijo, y señaló tras las mesas un perchero con ropa que está a la venta, argumentando que ningún apoyo es desaprovechado.
Para Rogelio Castillo, coordinador del comedor ubicado en la colonia Felipe Ángeles, todo es cosa de saber administrarse y gestionar.
“Han cambiado los productos pero por otros mejores, nos dan galletas de animalitos que a los niños les gusta mucho, latas de fruta; yo no recibo apoyo de ningún otro lado”, aseguró.
Su comedor está en la calle Arroyo del Muerto, cuyo tétrico nombre hace honor a la falta de pavimento y el aroma a estiércol que proviene de los animales de granja que se encuentran en el área.
Aunque la cuota de recuperación es de cinco pesos, al preguntar en voz alta “¿Quién me paga su cuota?”, la decena y media de niños que se encontraban a sus espaldas gritaron al unísono “nadie”, y la proclama fue acallada por el sonido de los cubiertos y el ventilador encendido.

Recorrido kilométrico por comida

A las espaldas de Rogelio, entra una mujer sonrojada y jadeante. Tras de sí entran tres niños con mochila, vienen de la escuela.
Su nombre es Vanessa, tiene 28 años; sus hijos son Isaac, de 12 años; Pablo, de 10, y Ruth, de 6 años.
Cada mañana, Vanessa hace un recorrido de tres horas por las calles, que consiste en llegar al comedor a desayunar y después ir a la escuela. El tiempo que están sus hijos ahí lo aprovecha para trabajar.
“Limpio banquetas, recojo material, barro, limpio carros”, relató.
Al salir de clases, el recorrido se realiza a la inversa.
“Me han ayudado mucho aquí, en casa no tengo nada qué darles, a veces me dan la comida que sobra para tenerla ahí”, relató.
María Juana tiene un usuario que recorre alrededor de 4 kilómetros para poder llegar.
“No viene todos los días, pero cuando viene también riega las plantas o me ayuda con lo que puede”, relató.
Otra de sus usuarios es Sabina Castorena, quien vive con su esposo y dos de sus hijos. El menor tiene 17 años y está por terminar la preparatoria, y la otra tiene 18 años, se llama Zulema.
Todos los días recorre sola al menos 20 minutos entre terracería. Su hija no puede acompañarla debido a que padece de parálisis cerebral, desviación de la columna, luxación de las caderas y retraso psicomotor.
“El que trabaja es mi marido, en una maquila. Pero se compran pañales y medicamento o se compra comida, por eso para nosotros esto es una bendición”, relató.
María Juana, coordinadora del comedor comunitario en la colonia del Kilómetro 33 explica que por cinco pesos, y a veces ni por eso, en estos lugares las personas como ellos pueden ahorrarse el aceite y el gas, o cualquier otra cosa que necesiten para cocinar.
“No podemos dejar a alguien con hambre, y no hacer nada. Yo me he dado a la tarea de conocer a la gente, sabemos quién está enfermo, quién necesita ayuda, hay mucha necesidad”, dijo.

kcano@redaccion.diario.com.mx

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