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Cambia de 'rostro' según la época

Fernando Aguilar/
El Diario de Juárez

2018-02-17

Corrían tiempos turbios en la República, recuerdan los historiadores. El descontento social crecía. La agitación del movimiento revolucionario, acuciada por el hartazgo hacia el régimen en turno, estaba a punto de estallar.
Se aproximaba el final de la década del naciente siglo XX. Era 1906. Atraído por la petición que el Gobierno mexicano había hecho a migrantes para ocupar zonas escasamente pobladas, Kingo Nonoaka llegó como un adolescente de 17 años al país, alejándose de las dificultades económicas que sufría en Japón.
Con miras a internarse en Estados Unidos, arribó a la frontera que hoy es Ciudad Juárez, y fue adoptado por una generosa mujer llamada Viviana, que lo rescató de la calle que hasta entonces era su hogar.
Por ella, que trabajaba como enfermera en el centro médico más importante de la localidad, conoció el Hospital Civil, donde hacía tareas de limpieza mientras ella terminaba la jornada laboral.
Kingo llegó a involucrarse tanto con ese entorno que aprendió a ser enfermero, justo cuando el movimiento armado de Francisco I. Madero, la Revolución Mexicana, tomaba forma para derrocar al presidente Porfirio Díaz.
El sanatorio que acogió al japonés, ese sitio donde él curó a decenas de heridos del violento conflicto que se extendía por el país, es hoy un hospital psiquiátrico que se extingue.
Situado en el polígono que forman las calles Mauricio Corredor, Ignacio Alatorre y Joaquín Terrazas, en la zona Centro de la mancha urbana, el Hospital Psiquiátrico Civil Libertad se impone frente a las viviendas que configuran las reticulares manzanas del sector.
Tiene los días contados, afirman las autoridades. Desde su construcción en 1805, el edificio que actualmente alberga a unas 30 personas con padecimientos mentales ha tenido más de un rostro.
Hospital General, cuartel militar, escuela de enfermería y hospital psiquiátrico son algunas caras de este inmueble propiedad del Gobierno de Chihuahua, que pronto sacará de ahí la unidad de atención psiquiátrica que opera desde mediados del siglo pasado.
En palabras de Arturo José Valenzuela Zorrilla, director médico de la Secretaría de Salud en la Zona Norte, el traslado de esta clínica está programado para concretarse en el corto plazo, lo que dejará el espacio inactivo al menos de forma temporal.
Tentativamente, el edificio se perfila para ser un espacio cultural, dijo el funcionario en días pasados.
A la señora Ana María Maguregui Ramos le tocó conocerlo cuando funcionaba ahí el Hospital General de Ciudad Juárez, que contaba con una escuela formal de Enfermería a la que se matriculó en 1959.
Con una memoria impecable, la mujer de 75 años recuerda que el orden y la disciplina militares imperaban en aquel conjunto de patios y pasillos por donde, en los días actuales, los pacientes se pasean como parte de las terapias que reciben.
Ana María describe que el antiguo hospital contaba con dos pabellones, uno para personas con tuberculosis y otro para las de los padecimientos psiquiátricos.
El primero, explica, consistía en un gran salón donde, uno a uno, los internos reposaban en camas muy próximas entre sí; el segundo, en una serie de compartimientos enrejados que hacían evocar el aspecto de una prisión.
Aquello la impresionaba, afirma. Eran tiempos en los que las enfermeras debían trabajar entre muchas carencias, cuando no existían jeringas desechables y las únicas que estaban disponibles eran las de vidrio, que debían ser hervidas entre cada ocasión.
Poseedora de una gran claridad mental, Ana María también se acuerda de que ahí dentro imperaba un régimen militar muy distinto al ambiente en el que hoy se desenvuelven los tres psiquiatras y dos médicos familiares que según la Dirección General de Información en Salud (DGIS) están en contacto con los pacientes.
Las mujeres debían llevar el cabello muy corto; tenían que adoptar una postura formal y caminar erguidas. Ni una sola arruga en los uniformes era tolerada, señala.
No podían dirigirse hacia sus compañeras por sus nombres, sino que debían llamarlas por sus apellidos.
Pero mientras actuaba como un semillero de enfermeras, por debajo del agua, ese hospital general funcionaba como una clínica de interrupción del embarazo, asegura la enfermera retirada.
“Nos llevaban a muchas mujeres que abortaban. Teníamos nosotras que levantarnos para hacer un legrado. No había anticonceptivos o apenas empezaban. El caso es que las mujeres no se cuidaban y muchas no querían tener a su bebé. No era legal, pero no se les podía negar el servicio”, comenta.
Lejos de ser reconfortantes, las memorias que ella guarda de ese lugar donde cursó sus estudios antes de ser enviada al Hospital General que en la actualidad opera en la Zona Pronaf son oscuras.
“Era un lugar horrible”, asegura. “Muy deprimente. Parecía que estábamos en guerra. Todas nos alterábamos mucho. Nos poníamos nerviosas, pero no lo teníamos que demostrar porque se nos formaba el carácter como enfermeras. Era de mucho temor”.
Muchos años antes, Kingo Nonoaka había aprendido ahí los conocimientos que le permitieron curar al mismo Francisco I. Madero durante una revuelta en el pueblo de Casas Grandes.
Tenía 22 años. De ser un barrendero que recogía papeles y hojas de árboles que caían al suelo pasó a ser un ayudante de enfermería el 4 de octubre de 1909, como lo consigna Miguel Méndez García en su libro “Historia regional del noroeste de Chihuahua”.
“Ese lugar no debe ser tirado porque es un lugar histórico”, señala el historiador Alfredo Figueroa Maguregui, coordinador del museo de la Casa de Adobe. “Tenía un doctor muy bueno, el doctor Beltrán del Río. Él atendía a los enfermos tuberculosos. Era muy buen cirujano y murió operando”.
Figueroa Maguregui cree que, hoy que el Gobierno del Estado anunció que es un hecho que quedará vacante, el espacio debe ser conservado como parte importante que es de la historia de Ciudad Juárez.
“Hubo un tiempo en que fungió como comandancia de Policía. La entrada estaba por donde está la calle Hospital. Luego la removieron y se la llevaron a la Cárcel de Piedra. Después empieza como hospital psiquiátrico, pero había dos doctores: Daniel Cortés Montoya y Fidel Pérez Servín, neumólogo”, relata.
Aunque confirmó que dejará de operar, la Secretaría de Salud no ha presentado hasta ahora un plan para el edificio más allá de la declaración del director médico de la Zona Norte de que podría habilitarse como un recinto para la cultura.
No hay un plazo ni un proyecto definido, pero sí la promesa oficial de que no será demolido.
Los servicios psiquiátricos serán enviados al Centro de Atención Integral a la Salud Mental (CAISM), que en el extremo suroriente de la mancha urbana enclavado en el fraccionamiento Senderos de San Isidro.
Esta construcción, un lugar elogiado y descrito por las autoridades locales de salud como el mejor de su tipo no sólo en el norte de Chihuahua, sino de México, está en pie desde 2010, cuando fue proyectado como uno de los ejes centrales de la estrategia de recuperación social Todos Somos Juárez.
“El Hospital Civil fue un cuartel y a la vez dio atención a heridos de la toma de Ciudad Juárez. Por eso, la gente debe cuidar los lugares históricos que nos quedan, como este, porque algunos han sido derribados”, advierte Figueroa Maguregui.

Fuente documental consultada: Extracto del libro “Historia Regional del Noroeste de Chihuahua”, de Miguel Méndez García.

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