Fernando Aguilar/
El Diario de Juárez
La mañana del 17 de febrero de hace dos años, Sergio Vélez notó que la mirada del Papa Francisco se clavaba en su hijo Nicolás, entre la gente que se anteponía entre los dos.
El pontífice se alejaba a bordo del papamóvil en medio de una marea humana que lo bordeaba, pero aun así no despegaba la vista del pequeño de seis años.
Iniciaba su jornada en Ciudad Juárez. Había llegado desde la Ciudad de México cerca de las 10 de la mañana al aeropuerto internacional Abraham González y una orquesta de niños coristas lo había recibido a cantos.
Es el relato de Sergio, quien aún recuerda cada detalle de aquellos momentos que marcaron la vida de su familia.
De pronto, sin frenar la marcha del vehículo, el Papa le hizo una seña con su mano izquierda al chofer para que se detuviera un momento, recuerda.
Con el niño en brazos, Sergio y su esposa Susana Ramos estaban parados entre la multitud que acudía a ver la llegada del jerarca católico a la frontera norte de México.
Fue entonces que sucedió lo que no creían posible: Francisco y su comitiva bajaron del papamóvil y se dirigieron hacia donde ellos y la familia de una niña con parálisis cerebral se encontraban.
El Papa se puso de pie frente a la familia Vélez Ramos, recuerda Sergio. Luego se acercó hacia Nicolás para bendecirlo. Instintivamente, el padre tomó el brazo izquierdo de su hijo y le ofreció lo mismo a quien tenía delante.
El líder católico respondió besando al pequeño, un niño nacido con el Síndrome de Down que sufría de leucemia.
La escena se extendió durante apenas diez segundos, suficientes para que la familia se convenciera de que aquello no podía haber sido una casualidad, sino la forma en que, creen, el cielo les hizo saber que no luchaban solos contra la enfermedad.
“Tuvimos un diálogo muy bonito con el papa”, dijo Sergio. “Él no platicó con nosotros, pero sentimos que nada más estábamos nosotros. Fue un diálogo que tuvimos porque él nos dio la oportunidad. Todavía se quedó conmigo y agradecí tocando su hombro izquierdo”.
El segundo aniversario de la visita papal a esta frontera se celebra casi al tiempo de que Nicolás recibió su última quimioterapia en la Asociación de Padres de Niños con Cáncer y Leucemia (Apanical).
En el marco de esta coincidencia, los Vélez Ramos están convencidos de que el efímero encuentro con el Pontífice cambió el desesperanzador curso que tomaba la salud del pequeño.
Nacido en 2009, Nicolás tiene 8 años y durante los últimos tres experimentó constantes episodios de sufrimiento, explica su padre.
Los médicos confirmaron que padecía leucemia el 13 de mayo de 2015, fecha a partir de la que lo sometieron a una serie de quimioterapias que, de acuerdo con los padres, fueron tan agresivas que lo mantuvieron 49 días en el hospital.
Nicolás estaba enfermo, narró Sergio. Experimentó pancreatitis y apendicitis. Su condición de salud era tan delicada que, con seis años de vida, llegó a pesar tan sólo 12 kilos.
“Cada 15 días estábamos en el hospital para que le dieran una reanimada”, dijo. “Era un entrar y salir de los hospitales con transfusiones de sangre y plaquetas, recaídas. Habremos entrado a los hospitales unas 10 o 12 veces”.
Sergio cree con firmeza que estuvieron en el lugar correcto gracias a que fueron invitados por la organización Apanical y el Instituto De Desarrollo Down a presenciar la llegada de Francisco.
Con fe, ese día se levantaron a las 4 de la mañana y se enfilaron hacia el punto donde se encontrarían con los otros fieles que también acudían a ver al Papa.
“Fuimos con la esperanza de que el Papa se parara y le diera la bendición a Nicolás. Así como lo estoy platicando: fue algo que planeamos y no es que haya salido como lo planeáramos, pero sí salió como esperábamos que saliera”, afirmó conmovido. (Fernando Aguilar / El Diario)
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