Karen Cano/
El Diario de Juárez
René Espinoza tiene 14 años amasando el pan que da sabor a las fiestas del Día de Muertos, tradición que lo llena de orgullo.
No sólo porque ser panadero es el oficio que le enseñó su padre desde que era un adolescente, sino que sabe que ningún homenaje a los fieles difuntos está completo sin una característica pieza de pan de las que él hace por cientos en cada inicio de noviembre.
“Yo tengo de panadero desde que tenía 12 años de edad, ya hace más de 40 años. Desde hace 14 hago pan de muerto. La tradición no se pierde y eso me da mucho gusto, es una fiesta muy bonita”, relata mientras espera que salga del horno la primera charola de esta temporada.
Esto en la panadería La Espiga de Oro, ubicada en la avenida De los Insurgentes, un negocio que tiene una antigüedad de 40 años.
“El pan es redondo y es la forma de nuestra persona, lo de arriba son los huesitos, la masa de en medio es el corazón y nuestra esencia. Tiene mucha tradición”, dice.
La preparación dura alrededor de 15 minutos y una media hora de cocción. Al salir se espolvorea con azúcar y el comensal puede descubrir en la forma del pan la semejanza de un cráneo.
Por todo lo anterior, René considera que su oficio más que un trabajo es un arte.
La esencia indispensable de este postre es la cáscara de naranja, que mezclada con la harina, el huevo, el azúcar y la mantequilla le dan un sabor único.
Y es esto lo que, a su ver, mantiene vivo al pan de muerto, pues al estar en una ciudad fronteriza la tradición del día de los difuntos pierde protagonismo y comparte espacio con otras prácticas como Halloween.
“Ha disminuido por la influencia americana, pero sigue esta bonita tradición, cada año vemos que vienen a pedir. Desde hace días que vinieron a preguntar por el pan”, cuenta.
El peso puede variar desde los 100 gramos hasta el kilogramo completo, pero por lo general se encuentra en pequeño, mediano y grande y su costo va desde los 18 pesos. (Karen Cano / El Diario).
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