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Queremos protección: africanos varados en Juárez

Fernando Aguilar/
El Diario de Juárez

2017-10-12

Sentado a espaldas de la cámara que lo intimida, tras consensuarlo con sus compañeros, Cristiano accede a charlar, aunque en un español imperfecto que intercala con frases dichas en portugués, lengua que hablan en su nativa Angola.
Después de evitar todo contacto visual, el hombre deja de lado la reticencia inicial y confiesa que sienten miedo de lo que pueda pasar.
Desde la Casa del Migrante, a sólo 3 kilómetros de Estados Unidos, desplazados por la violencia que reina en sus naciones, Cristiano y sus paisanos imploran al Gobierno mexicano protección, mientras cruzan hacia su destino con la firme intención de solicitar asilo.
“Aquí en la frontera donde pasan muchas cosas, en el desierto, queremos que por favor nos ayuden”, dice el hombre de 33 años. “La Policía, la fuerza pública, Migración. Queremos la protección de ellos. Somos seres humanos. Queremos protección”.
Conocen la sombra que pesa sobre Juárez, asegura. Saben del tráfico de drogas y de la trata de personas. Son conscientes de la inseguridad que habita en esta urbe, pero también de que no hay marcha atrás. Hay una razón por la que salieron de África, la violencia.
La historia que hoy viven estos 19 migrantes originarios de Angola, Congo y Guinea es la de unos hombres y mujeres que, cansados de ver su vida peligrar, decidieron emprender un largo viaje desde África centro-occidental en busca de un lugar seguro para vivir.
Rodolfo Rubio Salas, catedrático del Colegio de Chihuahua (Colech), explica que casos como éste no son tan comunes en el plano de la migración, lo que, desde su percepción, demuestra que hay quienes están dispuestos a buscar nuevos caminos con tal de escapar de las duras condiciones que enfrentan en sus lugares de origen.
De acuerdo con el investigador, experto en migraciones, determinar la probabilidad de que puedan ser acogidos en Estados Unidos es complicado porque la administración del presidente Donald Trump es cada vez más reacia a permitir la entrada de migrantes de cualquier origen.
“Es contradictorio que, al final de cuentas, el ‘sueño americano’ sigue siendo un fin, un lugar de destino para muchos migrantes alrededor del mundo no obstante que el discurso contra ellos es la actualidad del Gobierno”, señala el académico.

Por selva y montañas

Cuentan que tras atravesar junglas y montañas a lo largo de Centroamérica llegaron a Chiapas y después hasta Ciudad Juárez en una travesía en la que, en su caso particular, Cristiano ha invertido un año y tres meses.
A esta frontera, explican, arribaron el martes, pero fueron resguardados por policías municipales que los llevaron a la Casa del Migrante para que descansaran.
La propia Ley de Migración señala que mientras estén en una casa de asistencia, refugio o albergue, el Instituto Nacional de Migración (INM) como tal no puede realizar ningún tipo de intervención en perjuicio o beneficio suyo aunque tenga conocimiento de su presencia en el país.
Por ese motivo, personal del Grupo Beta de esa dependencia federal sólo se acercó a la Casa del Migrante para ver si se les ofrecía alguna clase de auxilio.
Reunidos en el patio de esta institución que administra la Diócesis de Ciudad Juárez, todos ellos conversan entre sí y la mayoría prefiere no dar entrevistas.
Los trabajadores del centro derechohumanista intentan conocer las preocupaciones de los nuevos huéspedes, pero pocos hablan español y la mayoría se niega siquiera a conversar con la psicóloga.
Mientras dos de ellos descansan sobre los sofás en la sala del edificio, dos niñas y un pequeño se despachan agua para beber. Los hombres hablan poco entre sí, pero uno de ellos responde mensajes en Facebook a través de un teléfono celular.
Una trabajadora social logra convencer a Cristiano, que recién llega desde el patio, de acceder al diálogo.
Es entonces que, a condición de no hacer público su rostro por una razón que sólo él conoce, comienza a contar que, apenas llegue a Texas, buscará estudiar idiomas y después conseguirá un empleo.
En su país, este hombre se desempeñaba en el ramo de la construcción y la industria del petróleo, el principal motor económico de la nación africana.
Sin embargo, a pesar de que tenía un trabajo formal, Cristiano no disfrutaba la vida porque la inseguridad se lo impedía, asegura en un tono que denota insatisfacción.
Apenas hace unos días, medios internacionales informaban sobre la violación, tortura y ejecución en público de una mujer en el Congo, una muestra de las duras condiciones sociales que prevalecen en esa parte del Continente Africano.
En agosto, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) alertó sobre la violencia que padecía la población en ese país, agravada a partir de octubre del año pasado.
“Yo soy de Angola”, dice Cristiano antes de dar un largo suspiro. “Salimos de Angola para acá a procurar un sitio seguro para vivir. Podemos tener comida, dinero, podemos tener todo, pero si tu vida corre peligro, eso no vale nada”.
Esas condiciones obligaron a los migrantes, quienes poseen un documento expedido por las autoridades mexicanas que les permite circular en el territorio nacional, a querer refugiarse lejos de sus tierras, en el Continente Americano.
Pero desde que partieron, comentan, han experimentado escenarios muy duros. En su camino se han encontrado de frente a ladrones y la comida ha escaseado. Han tenido que dormir en la selva, afirman.
Una vez duchados los africanos se reúnen de nuevo en el patio mientras esperan.
“No vamos a intentar, ¡vamos a cruzar porque tenemos el permiso de Dios!”, dice Armando, hombre casado de 40 años, padre de dos hijos pequeños, mientras él y los otros 18 esperan poder dirigirse a la frontera para explicarles a las autoridades migratorias de Estados Unidos por qué están en el puente internacional: buscan una mejor vida.

faguilar@redaccion.diario.com.mx

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