Local

‘Don Rubén’, un botero de corazón

Fernando Aguilar/
El Diario de Juárez

2017-09-10

Entre sus añejas manos, Rubén Cobo Rodríguez, hombre de botas vaqueras azules, camisa a cuadros y escaso cabello blanquecino, sostiene un objeto rojo que asemeja de forma rudimentaria y poco detallada la anatomía de un pie humano.
Es una horma, explica el chihua-huense, emprendedor desde adolescente y ferviente seguidor de la tradición familiar.
“Sin esto no se hace nada”, asegura. “La horma es el pie de uno, nomás que en plástico. Es un ‘pie’ donde se forma todo. Hay números y letras. Puede ser un 10 A, B, C. Hay hasta doble A, para un pie muy delgadito. Esta es la base, pues de aquí saca uno el molde”.
Rubén es un hombre de 75 años que ha consagrado casi tres cuartas partes de su vida a la fabricación de botas y zapatos en esta frontera, hechos a base de distintas pieles y un detallado trabajo.
Se considera a sí mismo uno de los pocos ‘boteros’ que todavía elaboran, paso a paso, con la habilidad manual de un artesano, el calzado que visten los característicos vaqueros en el norte de México, y el que han usado importantes funcionarios públicos de varios estados del país.
Lejos de recurrir a procesos automatizados, Rubén, sus hijos y sus colaboradores moldean la pieza con la horma y luego, cuando casi está lista, la ponen a secar bajo el calor de los rayos del sol.
Después, con el entusiasmo de producir un objeto con acabados casi personalizados, lo detallan: la pulen, la pintan, le dan más brillo y le colocan unas planchas de madera antes de ponerle el talón e introducirla junto a su par en la caja.
“La forma sí se puede hacer en un día, pero necesitamos esperar a que se seque para terminarlo. Puede durar un día con un buen sol, o tres o cuatro, depende de la humedad. Pero tenemos la fortuna de hacer cualquier modelo y tipo de bota que los clientes quieran”, comenta.
Aunque no fue zapatero, sino sastre, fue el padre de Rubén quien deseó que aprendiera el oficio.
Como frecuentemente caminaba junto al negocio tras regresar de surtir la despensa, en una ocasión el padre les pidió a los dueños de un taller que operaba en la avenida Vicente Guerrero que le enseñaran a su hijo a producir calzado.
Las personas aceptaron y fue así como se instruyó en esta actividad que no quiso abandonar ni siquiera cuando crisis de inseguridad que vivió la ciudad en los años pasados lo obligó a poner en venta el taller que fue construyendo con el paso del tiempo.
Si se le pregunta, Rubén dice que, aun cuando probó suerte en muchos otros, este oficio lo satisfizo por completo.
El hombre reconoce que las ventas no son las mismas desde hace unos años, pero continúa firme. Aun cuando asegura que la época de prosperidad económica quedó atrás hace tiempo, insiste en que el amor por su negocio es el motor que le permite seguir.
“Hubo épocas muy buenas en que se hacía mucha bota”, cuenta. “Tuve clientes muy buenos en Monterrey y en Cuauhtémoc. Por aquí han pasado comandantes, gente de toda. Me han encargado botas para procuradores, licenciados de fuera de aquí. He fabricado para gente muy famosa”.
Centenares de botas de todos los colores descansan unas junto a otras en el mostrador. El aroma de la piel toma el taller. Detrás, los ayudantes de Rubén trabajan. Algunos cortan la materia prima y otros la cosen en las máquinas especiales.
“Esto es un oficio, pero con mucho arte. Implica tiempo y tener ideas, estar evolucionando. Ahorita tengo unos muchachos que me ayudan y a mi hijo, que ha sobresalido. Él siguió mis pasos y le gustó. Es el que va a seguirle. Yo ya estoy ‘más para allá que para acá’”, dice Rubén. (Fernando Aguilar / El Diario)

faguilar@redaccion.diario.com.mx 

X