Itzel Ramírez/
El Diario de Juárez
Jessica ha usado transporte público toda su vida. Pocas cosas le sorprenden del ajetreo que de su casa a la escuela, luego al trabajo y de vuelta a la casa, realiza casi todos los días.
Acostumbrada a la basura, el calor o frío dependiendo de la estación, y a que en cada viaje le ofrezcan dulces o le cuenten tragedias familiares y de salud a cambio de dinero, Jessica compadece a quienes tienen que viajar a otros puntos de la ciudad, más alejados y con menos camiones.
“Yo no sufro, sufren los que les toca ir a CU”, se congratula Jessica.
Afortunada si se compara con otros habitantes de Ciudad Juárez, Jessica espera no más de 10 minutos para tomar la rutera. Vive en el kilómetro 20, donde la ruta Poniente-Sur, le asegura que llegará a tiempo a su destino en el Instituto de Ciencias Biomédicas (ICB) de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.
Habituada a viajar en transporte desde que iba a la preparatoria, ubicada en el Centro, Jessica compadece a quienes tienen que viajar a otros puntos de la ciudad, más alejados y con menos camiones.
Dos años de estudiar en el Colegio de Estudios Científicos y Tecnológicos del Estado de Chihuahua, plantel 11, han dejado a José Luis curtido.
“Solamente me da coraje venir por trámites, son dos horas y media de camino y en este calor, la verdad sí lo siento”, cuenta entre risas el estudiante, que aprovecha el trayecto para dormir.
Su escuela está, literalmente, en medio del desierto, en el sector de flamante nombre de “Ciudad del Conocimiento”.
Para llegar ahí, desde el Centro de Juárez, se necesitan casi tres horas, si se usa el ViveBús. De lo contrario, el trayecto es todavía mayor.
La falta de aire acondicionado, los mullidos asientos –cuando no rotos–, las paradas y la falta de pericia de los conductores, han hecho que Armando prefiera esperar hasta una hora a que salgan sus compañeros de trabajo, si eso significa que le den ‘ride’ hasta su casa. De lo contrario, tiene que tomar el camión y, 40 minutos después descender de la unidad para caminar otros 40 minutos hasta su casa, en La Cuesta. Ahí, no hay transporte que llegue.
Víctor Estala Banda, titular del Departamento de Transporte del Estado en Ciudad Juárez, visualiza un transporte monitoreado por computadora, con GPS, tiempos perfectamente controlados entre uno y otro camión, WiFi gratuito, aire acondicionado, personas de todos los niveles socioeconómicos dejando sus autos en casa por la eficiencia del transporte público.
“Dicen los expertos que las ciudades se miden por su transporte público. Si los juarenses somos alegres, cheleros, fiesteros, buenos anfitriones, ¿qué nos cuesta tener un transporte de calidad?”, cuestiona el funcionario.
Sus ejemplos en el país son Querétaro, Yucatán y la Ciudad de México.
Si en esas urbes, cuenta Estala, se ha logrado modernizar el transporte público, nada impide que se haga lo mismo en Juárez. El funcionario lo cuenta con el ViveBús como referente.
Adaptado a Juárez, ViveBús es el nombre del sistema de autobús de tránsito rápido que ha inundado muchas de las capitales del mundo.
La comparación impacta. Las estaciones del ViveBús están sucias, carecen de la presencia permanente de agentes de la policía, no tienen ni siquiera bancas para esperar el camión.
Ni qué decir de baños públicos o monitores que detallen la frecuencia de los camiones, mapas de cada una de las zonas con indicaciones sobre los lugares de interés, ninguna de esas características está presente en el ViveBús, del que se proyecta una segunda ruta en la ciudad.
En vez de computadoras que a nivel central ubiquen el trayecto de cada unidad, en el paradero de la Poniente Sur está, desde 1981, don Juan, el despachador.
Él lleva la tabla donde se registra la frecuencia de los camiones. Cuarenta, dice, solamente de la Poniente Sur para atender a 5 mil usuarios.
Por mil 500 pesos a la semana, Juan está listo para, desde las 5:30 y hasta las 14:00 horas, registrar cada unidades, destinos, trayectos...
Estala insiste en que en un futuro, no lejano, a don Juan lo sustituirán las computadoras. De momento, a las ruteras las sigue controlando el despachador, que ahí trabaja desde 1981.
Con un costo de entre 5 mil y 15 mil dólares, dependiendo del año, de acuerdo con cálculos de Estala, se trata de camiones provenientes de Estados Unidos, donde ya han terminado su vida útil.