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Más de media vida dedicada al magisterio

Fernando Aguilar/
El Diario

2017-04-28

Con tan sólo 21 años, pero firme en su intención de enseñar, Magdalena Sánchez Juárez llegó hace tres décadas a una colonia de la ciudad donde lo único que había era tierra alrededor. No existía ningún tipo de equipamiento educativo o verdaderos salones de clase, pero sí muchos niños que ansiaban aprender.
Consciente de aquellas carencias, la incipiente profesora organizó a los padres de todos esos menores y juntos compraron un terreno en el que unos años más tarde edificaron un digno jardín de niños. Con el paso del tiempo, el plantel educativo creció y ella dejó su labor en él para impartir clases en otro lugar.
Sin embargo, esa experiencia se quedó en su mente y así, después de media vida consagrada al magisterio, Magdalena la vuelve a recordar en el presente, satisfecha por su trabajo al interior de las aulas a lo largo de 32 años.
“Me llevo la satisfacción de haber dejado una semilla en los niños, en los padres de familia, en los maestros, una semilla de que querer es poder, de que está en la mente el superarse, alcanzar los sueños. Me voy con esa huella que dejé”, dice.
La profesora recibió ayer un homenaje en el que fue su último plantel, el jardín de niños Suraci.
Ahí, donde fungió por casi dos años como directora, los niños y sus compañeros de trabajo le ofrecieron un pequeño homenaje.
En ese lugar recordaron, por ejemplo, que fue a los 19 años cuando comenzó su servicio profesional en el sistema educativo como laboratorista de la misma escuela donde ella unos años antes había cursado la secundaria.
La historia que escribió a los 21 años la volvió a repetir más tarde, cuando las mismas motivaciones la llevaron a organizar a los padres de la escuela Víctor Alderete Luna, localizada en el fraccionamiento Horizontes del Sur, para construir salones de clase.
A un paso de dejar las aulas, Magdalena reflexiona. Se pregunta por qué decidió dedicar su vida a esa actividad y luego ella misma obtiene la respuesta: lo lleva en la sangre.
“Decidí ser maestra porque mi papá lo es. Yo tengo familia que lo es; es algo que viene en la genética. Siempre quise, desde que era niña. Soy la mayor de seis hermanos y siempre los ponía sentaditos en el piso en la casa a escribir en el pizarrón. Estar con niños se me daba”, asegura.
A lo largo de sus 32 años de carrera, la profesora vivió los cambios en los paradigmas educativos y también constató los cambios que sufrieron las generaciones de antaño.
Cuando ella daba clases, rememora, los niños eran callados, serios. “No se movían”, dice Magdalena, sorprendida al darse cuenta de que hoy, un maestro debe, en sus palabras, “conquistarlos, atraerlos, sacar lo que tienen para que sean plenos”. (Fernando Aguilar / El Diario)

faguilar@redaccion.diario.com.mx 

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