Local

Marcan madres un viacrucis por sus hijas

Itzel Ramírez/
El Diario

2017-04-15

Ayer por primera vez, familiares de mujeres desaparecidas recorrieron el Centro de Juárez en un viacrucis organizado por el padre Francisco García, presbítero de la Parroquia San Juan Apóstol y Evangelista.
Fueron 15 estaciones, no parecían suficientes. Cada una en el punto donde se vio con vida a alguna joven que después engrosaría la cifra de mujeres desaparecidas en la ciudad. A los pies de las escalinatas de la Catedral, por ejemplo, 4 jóvenes serían vistas por última vez.
No son novedad los colores, morado y blanco de las playeras que usan los grupos de madres que buscan a sus hijas. Tampoco lo son las fotos, los letreros que dicen SE BUSCA, los folletos o las cruces. Lo que resalta es que, de a poco, emerge una nueva generación que aprende y se compromete a seguir con una búsqueda que se antoja interminable.
A sus 11 años, César Arturo ya sabe cómo proceder. Ataviado con una playera blanca que tiene la foto y nombre de su tía Marisela González Vargas, desaparecida en 2011, César no deja de mostrar el cartel de la PGR que ofrece 1.5 millones de pesos para quien dé información que ayude a saber qué fue de su tía. Ella fue vista por última vez en el salón de baile El Cabas, donde el viacrucis fijó la tercera estación.
“Busco a mi tía Marisela. La extrañamos mucho y queremos verla”, cuenta César acompañado de su tía Irma, la mamá de Marisela, apodada “La Negra” por su familia.
Marisela dejó 4 hijos, primos de César. “Ellos tienen mucha tristeza y no aguantan a estar aquí”, explica Irma.
Claudia Núñez Gómez tenía dos hijos cuando desapareció, hace casi 11 años. Sus hijos, Diana y Fernando, no acudieron ayer al viacrucis. Diana tiene que trabajar y mantener a su familia, a Fernando el dolor le permite participar solamente algunas veces con los activistas.
La imagen de Claudia la portan en las protestas su abuela, Rosa y su hermana, Nelly. Pero ayer, a Claudia la buscaban dos personas más, dos de sus sobrinas que superan apenas la adolescencia.
Una de ellas, hija de Nelly, tiene pocos recuerdos de su tía, pero está decidida a seguir en su búsqueda.
“Tenemos muchas partes donde podemos buscarla. Yo voy a seguir buscando a mi tía hasta que la lleguemos a encontrar”, cuenta la joven de 17 años.
“Sigue la esperanza de un día volver a verla, de saber de ella, de perdido si está bien o está mal”, cuenta la otra chica, que, casada con un sobrino de Claudia, ha tomado la causa de su tía política como propia.
“La están esperando sus hijos”, contesta quien ha confesado no haber conocido a Claudia, pero que ello no le impide estar ahí, a pleno sol, recorriendo las calles de la ciudad y pegando más calcomanías, gritando otra vez consignas, repartiendo de nuevo volantes con la jugosa oferta gubernamental de 1.5 millones de pesos por información, que, sin embargo, no resulta.
La penúltima estación le corresponde a María Sagrario González Flores, que desapareció hace 19 años. Su mamá, Paula Flores, no da tregua, participa, habla, abraza, acompaña a sus compañeros de pena, madres y padres de víctimas desaparecidas y, algunas, identificadas por restos hallados en la periferia de la ciudad. Paula tenía 40 años cuando comenzó a buscar a su hija, ahora, con 11 nietos, desea que con ella termine el sufrimiento que ha marcado a su familia.
“Tengo 11 nietos y todos a través de mí conocen a Sagrario y dicen que su tía Sagrario y claro que no, mi hija, Guillermina, la mayor, ni siquiera se casaba cuando desapareció mi hija y todos hablan de su tía Sagrario”, cuenta orgullosa.
La emoción cambia en la siguiente frase.
“Cuando Sagrario desapareció nosotros iniciábamos los rastreos como ‘Voces sin eco’. Yo me llevaba a mis hijas las más chicas, siempre estuvieron ayudando en los rastreos. Es algo que vengo arrastrando como madre pero tampoco me gustaría que ellos (sus nietos) se enfoquen así a este dolor y a esta tragedia tan grande porque ellos merecen vivir ya más tranquilos.
“Mi hija no ha muerto, mi hija vive, yo soy la voz de Sagrario y mientras yo viva, ella vive, ella no ha muerto, ella va a morir cuando yo muera”, sentencia.
El viacrucis termina en el Hotel Verde. Ahí se recuerda a María Guadalupe Pérez Montes e Idaly Juache Laguna.
Pero la fachada recuerda a decenas. Tapizado de volantes, consignas, ofertas por información, en el Hotel Verde se leen uno a otro los nombres de las chicas: Bertha, Paola, Bianca, Grisel, María, Jocelyn, Idaly, Luz, Ivonne, Claudia, Perla, Iveth, Esmeralda, Brianda, Brenda, Jessica…
Al final, madres y padres reciben de los organizadores un diploma “por su fidelidad al amor y la esperanza de volver a encontrarse con sus hijas. Que el viacrucis que iniciaron cuando se ausentaron culmine en una resurrección que las llene de paz”, dice el reconocimiento al que, difícilmente, alguien aspire.

 

360 madres con fe from El Diario de Juárez on Vimeo.

X