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El camino de la Cruz

Fernando Aguilar/
El Diario

2017-04-14

Una entusiasta marea de fieles lo seguía bajo el calor del sol. La gente, partícipe de cada una de las escenas, luchaba por abrirse paso entre el polvo y circundaba los obstáculos físicos en su camino, todo para verlo a él.
Con tal de alcanzarlo, los feligreses rodeaban los autos estacionados en las estrechas calles, como olas que chocan contra las rocas en el mar. Los niños corrían entre las piernas de los mayores para llegar hacia la parte posterior y familias enteras apresuraban la marcha para llegar.
Los católicos, curiosos o empáticos hacia lo que su persona representaba, querían ver a Alberto Rubio Melo mientras caminaba hacia el monte, y él ansiaba llegar. Iba exhausto, pero consciente de que la tarea que le había sido asignada no era de importancia menor: representar lo que debió haber vivido Jesucristo cuando se dirigía a su crucifixión hace más de mil 900 años.
Fue así como, a lo largo de 3 kilómetros, Alberto personificó el calvario de Jesús en la edición número 17 del Viacrucis que organiza la Parroquia Santa María de la Montaña, convencido de que, tras haber experimentado su propia penuria, su idea sobre el sufrimiento de este personaje es más real.
La representación viva partió a las 10 de la mañana del atrio de la iglesia, situada entre las calles Lorenzo Ávalos y Francisco Sarabia, en el surponiente de la mancha urbana.
Los primeros espectadores llegaron antes de las 9, a la hora en que el incipiente nerviosismo y la creciente inquietud dominaban.
Afuera, los creyentes y sus sombrillas de colores se concentraban en la calle; adentro, María, los maestros de la ley, Judas, Jesús y otras figuras se fundían en una plegaria para que resultara conforme a lo que habían ensayado.
Entretanto, las palabras de Aristeo Trinidad Baca Baca, el párroco de Santa María de la Montaña, escapaban por los altavoces de la iglesia. En un tono jocoso, el sacerdote le revelaba a la audiencia detalles sobre la puesta en escena y sus escuchas aguardaban la salida de los actores.
En la primera de las estaciones, la de la condena a muerte, el primero de los latigazos que recibió Alberto en la espalda cimbró tanto que algunos manifestaron el dolor que, supusieron, sintió en una mueca silenciosa.
Aunque cada uno de los siguientes azotes le propinó una dosis de sufrimiento en las siguientes estaciones, ninguno de ellos le produjo tanta pena como lo que se avecinaba.
Lo supo después, cuando, exhausto como nunca se había sentido, al concluir su misión se acostó unos minutos en el cerro, envuelto en la túnica que minutos antes había cubierto su cuerpo de las miles de miradas que desde abajo lo vieron ser crucificado.
Incorporado, Alberto confesó que lo que le había dolido más no habían sido los golpes que su compañero Alfredo le dio, sino el esfuerzo de haber cargado sobre la espalda aquella cruz, una estructura de madera que no pesaba menos de 70 kilos y que arrastró a lo largo de las pendientes que son las calles de las colonias del sector.
“Me siento muy cansado y adolorido, pero sé que valió la pena”, dijo después de ingerir unos sorbos de jugo que le dieron a beber sus compañeros al notarlo extenuado. “Me acercó más a la fe y aumentó más mi respeto hacia Jesús. Ya sé un poquito más de cómo fue lo que sufrió, el dolor que da la cruz al cargarla sobre el hombro todo el tiempo”.
De hecho, admitió más tarde, esa experiencia fue la que lo hizo pensar cinco veces que no iba a poder continuar, que se iba a desplomar al suelo y que lo que podía hacer era ‘inventar’ más caídas de las que el libreto señalaba para poder descansar.
“No quise hacerlo para que no se interrumpiera la obra original y para saber qué es lo que sufrió Jesús, aunque, claro, esto no es ni un poco de lo que sufrió”, comentó.
Impulsados por el padre Aristeo, los voluntarios de Santa María de la Montaña escenifican la narración evangélica desde abril de 2000.
En palabras del párroco, cada año lo hacen con un firme objetivo al que consagran su actuación, en este caso que la paz regrese a la ciudad.
“La historia de este viacrucis se remonta a la historia de la colonia”, dijo Baca. “Los primeros misioneros hacían obras de teatro para transmitir los misterios de la fe, para que hubiera más comprensión a través de los sentidos. Y yo dije: ‘¿Por qué no hacemos el Viacrucis viviente?’”.
De acuerdo con Efrén Matamoros Barraza, director de Protección Civil del Municipio, la representación número 17 de esta historia bíblica en manos de los parroquianos no dejó incidentes de gravedad y a ella asistieron, estimó el funcionario, unas 7 mil personas.

360 viacrucis from El Diario de Juárez on Vimeo.

faguilar@redaccion.diario.com.mx

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