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La disputa por el negocio de la muerte

Itzel Ramírez/
El Diario

2017-04-08

“Cayó uno en colonia Azteca, entre las calles Yaquis y Mijes”, dice el mensaje. Es el pitazo de salida para “José Luis”, un agente funerario. Sabe que tiene que tratar de llegar antes que los demás y sacar el ‘jale’.
Cuando el hombre –que pide no hacer pública su verdadera identidad– da con la casa es demasiado tarde: en el lugar hay ya dos camionetas de los también llamados ‘muerteros’ o ‘buitres’. Uno de ellos está sentado en la banqueta... le han ganado. Entiende, dice José Luis, que ahí no venderá un servicio.
En la calle hay dos patrullas de la Policía Municipal. Los uniformados saludan con familiaridad a José Luis. Sabían que al igual que otros de los muerteros llegaría, no les sorprende.
Ser agente funerario en Juárez –que entre 2008 y 2010 fue considerada la ciudad más peligrosa del mundo–, no es un oficio ingenuo. Se ha convertido en un negocio que tan sólo los dos últimos años ha disputado un mercado de más de 23 mil defunciones registradas aquí por diversas causas.
Tan sólo este año, al pasado 15 de marzo, en esta ciudad habían fallecido 2 mil 115 personas, de acuerdo con datos del Registro Civil. Con un promedio de 14 mil pesos por funeral –según números proporcionados por agentes funerarios– este servicio en Juárez habría generado al menos 29 millones 610 mil pesos. De ese tamaño es el negocio; de ese tamaño, también, la disputa entre las 101 funerarias que operan en la ciudad, de acuerdo con el registro de Desarrollo Urbano Municipal.
La competencia es tal que han tendido redes de informantes para ‘cazar’ clientes en hospitales o hasta en escenas de crimen y ha desatado también pugnas entre funerarias que alcanzan hasta al personal de la Fiscalía.
En este trabajo, todos son buena fuente de información, asegura Antonio, otro agente funerario con más de 15 años viviendo del negocio de ofrecer coronas, arreglos florales, carroza, cortejo, ataúdes...
“Cualquiera puede dar el pitazo y hacerse de una lana. Están los evidentes: paramédicos, conductores de ambulancias, grupos de rescate, Policía ministerial, Policía municipal”, afirma.
Están también los que dominan el panorama pero son menos evidentes: personal de limpieza, parqueros, recepcionistas, telefonistas, vigilantes y vendedores, dice el agente funerario quien, al igual que José Luis, trabaja por comisión.
En este contexto, cualquier persona que de manera cotidiana vea llantos, escuche lamentos y sollozos ante la trágica noticia, puede ser parte de la ‘caza’ del buitre, como también llaman a los agentes funerarios, en alusión al ave rapaz que se alimenta de carne muerta y vive en bandadas , de acuerdo con la definición del Diccionario de la Lengua Española.

Pagan hasta mil pesos por pitazos
Agentes fúnebres entrevistados coinciden que el pago a las fuentes que les indican dónde hay un muerto va de 300 a mil pesos, a veces además les otorgan una tarjeta de prepago para celular como bono.
A los contactos oficiales, como Policía o ambulancia, de 500 a mil solamente si se logra la venta, “y si me pones a la familia ya seguro te doy la mitad (de la comisión) y eso les da comezón, es ahí cuando entra la manipulación, que es algo que usan quienes tienen el poder. Les dicen (a los familiares de la persona fallecida) ‘si no lo contratas a él, no te levanto el cuerpo’, y si no llega otro buitre a ofrecerles, la gente termina por aceptarlo y contratar el servicio”, precisa Antonio.
Esos contactos les dan acceso a información privilegiada, como la identidad y domicilio de la víctima, cuando se trata de un crimen o siniestro, para contactar a parientes.
En la vorágine por conseguir la venta, se han presentado en el domicilio del fallecido antes de que las autoridades hayan dado aviso a la familia. Cuando los deudos, desconcertados, les cuestionan cómo es que han llegado si ellos no han solicitado servicio alguno, ellos responden, como por instinto, que alguien llamó a la agencia y les avisó, que se presentan a ofrecer sus servicios, y sobre todo, que solamente están haciendo su trabajo.
“Quienes nos avisan son los mismos que a todos, a ustedes (los periodistas), ¿quién les avisa, quién les manda los videos, las fotos? Al final son los mismos y cada quien hace lo que necesita para su jale”, contesta José Luis.
Ellos saben que cada cadáver es una oportunidad. Sea en hospitales, oficinas de Gobierno o escenas del crimen, ellos llegan, ofrecen, negocian, regatean, amarran. “Aquí el dinero circula todo el tiempo”, cuenta Antonio.
“El truco para vender está en hacer bien esto: primero los identifico, los sigo, hay que esperar el momento y saber a quién acercarse para hacer la oferta y que no me manden lejos. Uso la psicología”, explica. “Eso y llegar con algo atractivo, a todo mundo le gusta algo con descuento o regalado, hasta en esos momentos, ese es el gancho”, explica Antonio sobre un método que, según sus cálculos, asegura un 60 por ciento de éxito.

Una disputa por los muertos
La disputa por el mercado fúnebre en la ciudad ha gestado redes de contactos en dos niveles, las que disponen los propios establecimientos con funcionarios de gobierno para tener los ‘pitazos’ de dónde están los cadáveres, y otra a través de los agentes funerarios, que buscan, escuchan, se desplazan y pagan con inmediatez a sus fuentes.
Este modus operandi surgió a la luz pública el pasado mes de febrero, cuando tres agentes de la Policía Ministerial, entre ellos el comandante Pedro Iván Villalobos Rodríguez, detuvieron a Adriana Ríos, propietaria de la Funeraria Ríos.
Diversas fuentes señalaron que empleados de una empresa funeraria contraria a Ríos reclamaron a los policías por haber permitido que se recogiera un cadáver. La protesta habría obedecido a acuerdos económicos entre la funeraria de la competencia y los agentes.
La empresaria alegó que su detención había sido ilegal al no haber orden de un juez. Los tres agentes fueron sujetos a proceso penal, acusados de privación de la libertad, abuso de autoridad, uso ilegal de la fuerza pública y delitos en el ámbito de la procuración de justicia. Poco más de un mes después fueron exonerados.
Alejandro Ruvalcaba, vocero de la Fiscalía, confirmó en declaraciones publicadas en El Diario que, en efecto, el episodio obedecía a que los establecimientos “andaban peleándose a los muertos”.
La empresa de Ríos mantiene desde hace cinco años un acuerdo con la Fiscalía para brindar el servicio de apoyo funerario que entrega el Estado a las familias con algún fallecido por muerte violenta. La ayuda, de acuerdo con datos de la Fiscalía, asciende a 5 mil pesos. Antes, otras empresas, como la funeraria Perches, eran las proveedoras de la institución.
“Esto viene de hace cinco años que se juntaron funerarias y al mismo tiempo la Fiscalía fue quitando a algunas por las irregularidades que se cometían y ya nada más ahorita prestamos los servicios. No sé si hay otras funerarias más pero nosotros sí ahí nos quedamos”, comentó en entrevista Ríos.
En otro nivel, el de la calle, no hay detenciones, juicios ni amparos.

Entre el negocio y la extorsión
En los años más violentos de Juárez, el negocio funerario vivió épocas boyantes. “Nos caían de tres a cuatro diarios y como estuvieran, en pedazos o como sea, ahora caen 15 al mes”, dice Antonio. Rememora los días de largas filas en la Fiscalía estatal y la cantidad de ‘buitres’ que entregaban tarjetas a los deudos.
Ahora hay menos cadáveres, pero el botín permanece grande.
Aunque hubo más trabajo y dinero, en el día a día, los ‘muerteros’ no vivían necesariamente tranquilos, la violencia también les pegó. “Se nos fueron varios, los dos Julios, tres Quintana, en total fueron como 15 compañeros los que murieron por extorsiones”, apunta.
Antonio dice que prefiere la situación actual, donde ya nadie les pide una cuota por trabajar.
Con las aguas más calmadas, Antonio prefirió operar en los hospitales públicos de la ciudad, donde mueren “los naturales”. “Sigue habiendo trabajo las 24 horas del día. Los hospitales son una fábrica de muertos”, sentencia.
Haber identificado a través de una pantalla los restos de un ser querido o sufrir la pérdida de uno por atención deficiente en un hospital público, suman dolor y frustración al duelo.
Los ‘muerteros’ coinciden en que parte de su trabajo implica disfrazarse de empatía, no invadir a los deudos y ofrecer solución a las necesidades del evento. Sin embargo, les gana la costumbre, terminan por ‘tarjetear’ sin ton ni son y ofrecer precios más bajos que la competencia, como en una subasta inversa en la que, como buenos negociantes, no explican las letras chiquitas, esos costos no incluidos pero necesarios que los deudos terminarán por pagar.
En defensa de su oficio, Antonio dice que no todos han perdido la sensibilidad.

‘Nos ven como buitres’
“La gente me ve y murmura: ‘ahí va un buitre, nomás anda rondando a ver a qué hora hay muerto’. Parece que me ven las alas”, relata Antonio, vestido de chamarra y pantalón de vestir oscuros y camisa azul. 
Lo que los delata, a simple vista, es la carpeta en la que cargan tarjetas, volantes, listas de precios, bolígrafos y fotos, lo que haga falta para convencer al cliente.
“Entre nosotros sí se vale llamarnos buitres, pero que la gente me diga así, me repatea. Yo con la gente me presento como asesor funerario, no como buitre”, cuenta Antonio.
En su gremio, asegura, hay diferencias: unos son agentes libres, trabajan por comisión para varias funerarias y deciden qué servicios vender a qué tipo de clientes. Los otros son empleados contratados, con prestaciones laborales y menores comisiones, un sueldo base bajo, pero seguro.
Los agentes libres negocian la comisión con la funeraria Ahí cuenta la experiencia y los contactos. Pueden llegar al 20 por ciento de comisión como servicio. Hay agentes que hacen su propio grupo, reparte comisiones y abarca más puntos de la ciudad.
No hay horarios en este trabajo, se puede empezar temprano, a las 8 am, estar 12 horas pendiente del radio, llamando, haciendo guardia. Pueden ganar 15 mil pesos en 5 minutos, o 4 mil en 24 horas. Si no consiguen cerrar trato alguno, la opción es quedarse toda la noche, hasta la madrugada del día siguiente, apostándole a que, en la guardia, haya menos competencia y se logre cuando menos un traslado.
Antonio justifica su profesión. Antes que él ha había quien se dedicaba a eso, después de él, lo sabe, habrá quien siga esperando a los muertos. Reconoce que aunque no es frecuente, hay veces en las que sí siente el dolor de sus clientes. “Lloro porque soy humano, pero ya no mucho, dejé de llorar con los decapitados, los asesinados, los cercenados, llegué a acostumbrarme”.
“Me voy, la muerte apremia”, se despide Antonio, y aunque las alas no se ven, la carpeta lo delata. (Itzel Ramírez / El Diario)

iramirez@redaccion.diario.com.mx

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