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Dejan El Salvador por su vida

Alicia Fernández/
El Diario

2017-01-22

Resistió cinco años de amenazas, en alguna ocasión le mandaron decir de qué color quería la bolsa con la que lo enterrarían, que dónde quería amanecer, si en pedazos aquí o pedazos allá.

Como subdirector de una institución de más de mil alumnos en Usulután, en la República de El Salvador, quiso poner orden al no permitir que se introdujera droga en el plantel, situación que no fue del agrado de los “maras”, quienes lo amenazaron con violar a su hija de 10 años y enviarle las fotos o asesinar al resto de su familia.
Esta es la narración del señor Meghalaya quien hace dos semanas decidió dejar su país para huir de la muerte y ofrecerle seguridad a su familia; ahora se encuentran en Ciudad Juárez, en la antesala de su destino que es Estados Unidos, donde quería pedir asilo.
“En El Salvador se ha perdido mucho la autoridad del maestro, porque ahí, el muchacho es el que manda, el marero. El profesor tiene que pagar cuando da clases, cuando al profesor le pagan, pasa inmediatamente lo que ellos llaman la renta, todo dependiendo de lo que usted gane”, dijo.
Había decidido aguantar, pero en el evento de clausura de la institución donde trabajaba, llegaron tres hombres, dos de ellos armados, le dijeron que ese era su último día de trabajo porque si regresaba lo matarían.
En ese momento le desglosaron las características de cada uno de los miembros de su familia, de sus dos hijos varones de 14 y 4 años y de su hija de 10, así como de su esposa, su casa, los horarios de entrada y salida y hasta los vecinos que tenía.
“Ellos son nuestros nexos, cualquier cosa que hagas nos van a decir, tienes tres días para salir de donde vivís y si no de todas maneras ahí viven tus hermanos y también la van a pagar, tienes que irte porque ya no queremos que estés aquí”, le dijeron los “maras”.
¿Qué les hice? Se cuestionó, pero no podía arriesgar a su familia, por lo que tuvo que dejar su casa, patrimonio que adquirió endeudándose en el banco, dejar sus dos trabajos, con los que obtenía un salario de 943 dólares al mes, lo que le permitía llevar una vida buena.
“Ver oír y callar ese es el dicho más común en mi país, nosotros se lo enseñamos a nuestros niños desde muy pequeños; agachar la cabeza simplemente, ellos están en todas partes, ya no sabes quién es quién”, mencionó.
Dice que en la Policía hay mareros así como en el Ejército y que los tatuajes que supuestamente deberían estar en el cuerpo, se los hacen dentro de las mejillas, dentro de las orejas o por debajo de la lengua, “porque ellos siempre tienen que identificarse”, relató Meghalaya.
Al irse atravesaron El Salvador, pasaron por Guatemala hasta llegar a San Cristóbal de las Casas, luego llegaron a Villahermosa, después a Puebla y de ahí a la Ciudad de México, desde donde hicieron 28 horas en camiones para llegar a esta frontera.
Para evadir un punto migratorio, antes de llegar a Juárez se tuvieron que salir del camión y rodear las montañas, hasta llegar a un hotel a donde supuestamente llegarían los polleros que se arreglaron con sus familiares en Estados Unidos, relató.
Pasaron tres días en el motel ubicado en la Zona Centro, en una habitación con cuatro camas, donde dormían 11 personas, eran tres familias, una de ellas la de Meghalaya.
“La idea era que aquí estábamos cerca, ya estábamos a punto de cruzar, tenemos familia en Estados Unidos mi mamá está ahí, la familia de mi esposa también, gente que tiene estatus legal”, comenta.
Sin embargo, en lugar de que llegaran los “polleros” para cruzarlos, arribaron elementos de la Policía Municipal, en respuesta a una denuncia de que había personas secuestradas en una de las habitaciones, comentó el migrante.
Los “polleros” se esfumaron y dejaron de contestar los mensajes a quienes les pagaron para llevar a la familia salvadoreña hasta el otro lado de la frontera.
El terror para él es pensar en una deportación por parte de las autoridades migratorias mexicanas, pues regresar es su sentencia de muerte.
De los policías comentó que los alimentaron, los llevaron al médico y los canalizaron al departamento de Trabajo Social en espera de resolver su situación migratoria.
Meghayala mencionó que en el camino encontró a muchos migrantes que como él y su familia, huyen, “son cientos, son miles, agradezco mucho a Dios estar aquí, me siento más libre acá que en mi propio país, eso es terrible…”

afernandez@redaccion.diario.com.mx

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