Fernando Aguilar/
El Diario
A los niños ya no les gustan los carros, las muñecas, las bicicletas o los patines, lamenta con profunda decepción Santa Claus al terminar de posar para una fotografía con un menor que luce entusiasmado porque pudo entregarle una pequeña carta escrita a mano.
“Ahora me piden puros celulares caros y tablets”, dice Lorenzo Israel, el hombre que este año encarna al legendario personaje navideño en la Plaza de Armas de la ciudad, donde una familia instala esa decoración que aquél usa de fondo para mantener viva la ilusión de los pequeños que van a decirle qué regalo les gustaría recibir.
Lorenzo Israel Castelán Loya, un estudiante de Enfermería de 19 años, se puso el traje rojiblanco ayer por primera vez y, aun cuando admite que nunca lo había hecho, ese trabajo no lo inquieta; al contrario, lo reconforta porque, considera, esa es su forma de contribuir a regalar esperanza.
Antes de caracterizar a Santa Claus lo que hacía era ayudarle a su abuela y a su tío a montar la escenografía de temporada: tres renos inmóviles y rígidos que le ayudan a entregar los regalos que le piden, unos pinos decorados con esferas, un sofá amarillo y una manta que desea feliz navidad y próspero año nuevo a quien la lee.
“Todavía nos vienen a traer cartas”, dice Lorenzo Israel. “Hoy es nuestro primer día. Vamos a estar hasta el 1 o 2 de enero. Hacer esto es un orgullo para los niños. Ellos pasan de repente, miran a un Santa y creo que se les alegra la vida”.
El turno de este personaje inicia a las siete de la mañana y se acaba a las siete de la tarde, un lapso en el que espera hacer sonreír a muchos niños, la mayoría, afirma, de cuatro, cinco, 10 y 13 años.
Como Lorenzo Israel, otro Santa Claus que pertenece a la misma familia, también ocupa una parte de la Plaza de Armas justo frente a la Catedral de la ciudad.
La abundante ornamentación atrae la vista de los niños que pasean por ese lugar y le piden a sus padres la oportunidad de tomarse una fotografía enmarcada que, de acuerdo con estos actores, costará cuarenta pesos.
“La última vez que traje a mis hijas fue hace como tres años”, recuerda Claudia Ocampo, madre de Lorena y Marisol, quienes tienen cinco y ocho años, respectivamente. “Para ellas todavía es una gran ilusión ver a Santa y para mí es muy agradable ver esa inocencia que ellas tienen”.
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