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Operan 49 mil ambulantes sin permiso

Alicia Fernández/
El Diario

2016-10-28

Hace 28 años, María Ruiz quedó viuda y para subsistir empezó a vender rosarios y crucifijos en la zona Centro.
Afirma que viene de Santiago Coachochitlán, un pueblo de casi 4 mil habitantes en el Estado de México. Sólo trabaja dos o tres días, “porque ya estoy grande”, aunque no recuerda si tiene 76 o 77 años.
Ella es parte de los 52 mil vendedores informales que de acuerdo con registros municipales se encuentran en la vía pública y en los mercados.
De ellos, el 55 por ciento son adultos mayores.
La directora de Comercio Municipal, Alejandra Molina, informó que sólo 3 mil de los 17 mil 800 ambulantes que tienen registrados se consideran activos porque han sido constantes renovando su permiso al menos desde hace seis años.
Registros periodísticos refieren que gran parte de los vendedores informales provienen de una situación de pobreza, con problemas de desintegración familiar que los obliga a buscar una actividad que les permita solventar el costo de vivir.
La funcionaria municipal dijo que desconoce las características de vendedores ambulantes, las zonas de concentración o el origen socioeconómico.
María, quien ahora cuenta con un permiso que le permite trabajar sobre la banqueta de la avenida Vicente Guerrero, gana de 100 a 200 pesos por día.
Al principio no le fue fácil. Los locatarios de la zona le enviaron en varias ocasiones a los inspectores de Comercio, de los que tuvo que correr para que no le decomisaran la mercancía.
Luego, un profesor la aconsejó y al lado de su hijo el menor, de 6 años, se informó para sacar su primer permiso y así poder trabajar como vendedora.
La mercancía que se ofertan los ambulantes es variada. En los cruceros se puede encontrar cargadores para aparatos electrónicos, limpiaparabrisas, juguetes, artesanías, chicharrones, aguas, jugos y burritos, entre muchos artículos más.
En la zona Centro se observa el ir y venir de los vendedores. Miel de abeja se oferta en varias carretas que van de un lugar a otro.
Una de ellas es manejada por Fernando, quien trabaja para un grupo de migrantes que proviene de Toluca.
Comparte que al mes obtienen de 2 mil a 4 mil pesos, que a su patrón le alcanza para darle un sueldo, solventarle la comida y quedarse con un poco para su familia.
Uno de los puestos móviles que más llama la atención es liderado por Freddy Galindo Sostenes.
Vende ropa para niños sobre unos fierros con unas llantas adaptadas para que pueda transportarse de un lugar a otro.
“Ahí vamos dándole día a día, para sacar el pan”. Menciona que alrededor de 700 pesos es la ganancia semanal.
Más adelante, unas burbujas de jabón circulan en el ambiente. Es Adolfo Herrera, de 36 años, quien vende juguetes.
Dice que en dos días pudo obtener 100 pesos para sostener a sus tres hijos. Toda la familia proviene de la ciudad de Chihuahua, donde considera que la situación económica es peor.
Tiene la convicción de que tener su permiso vigente es una garantía de trabajar sin esconderse y también cree que los comerciantes establecidos pueden llegar a sentirse amenazados por ellos si dejan de pagar por este concepto, aunque considera que para nada son competencia, porque los productos son diferentes.
Frente a Adolfo, en una mesa se oferta mercancía de Oaxaca. Artesanías, hamacas e instrumentos de madera llaman la atención de un par de estadounidenses que se acercan a preguntar por los precios de los artículos.
Rosita los atiende, pero no logra cerrar la venta, luego comparte que buscan establecerse aquí “porque al menos sale para el gasto” y pagar la renta en donde habitan, en la colonia Rancho Anapra.

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