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Una batalla por la identidad

Fernando Aguilar/
El Diario

2016-10-15

Antes de contar su historia, Diana Muñoz Pereyra se acicala frente a su tocador. Se mira una y otra vez mientras se aplica polvo de maquillaje en el rostro, se pinta los labios de rojo y delinea sus cejas con un lápiz café. Luego pasa un peine por su rubia cabellera y vuelve a ver su imagen en el espejo. Está lista.
Mientras lo hacía, la sexagenaria se estaba preparando mentalmente para resumir su vida. Es licenciada en Administración de Empresas, tiene dos hijos policías y vive con un hombre, su pareja, a quien conoce desde hace siete años.
Todo eso la hace sentir feliz, pero no completamente satisfecha. Aunque sabe que muchos la criticarán, dar ese último paso, dice, la hará sentirse complacida: cambiar el nombre masculino que aparece en su acta de nacimiento, Sebastián, por su nombre actual, toda vez que ella es una mujer transgénero.
Motivada por el profundo deseo de ser legalmente reconocida como tal, espera con esta tarea sentar un precedente.
Mientras emprende una lucha por la defensa de la identidad que siempre ha sentido tener, una abogada lleva su caso, y el de otra persona de Ciudad Juárez, a los juzgados de distrito mediante un juicio de amparo, a través del que apela al derecho de su libre desarrollo de la personalidad.
“Lo necesito para identificarme mejor sin que me vean como una persona rara”, explica la mujer. “Aunque no aparento ser hombre por mi vestimenta, sí me interesa mucho que no me vean con esa transfobia, porque soy una mujer transgénero. He tenido problemas con mi nombre y batallo para identificarme”.
Forzada por su entorno a perpetuar el modelo de familia nuclear –formada por una pareja e hijos–, Diana tuvo a su hija con una mujer cuando tenía 18 años y a su hijo cuando tenía 24. Se casó. Era la mayor de siete hermanos y nunca se opuso a los planes que le habían sido impuestos porque percibía que su condición no era bien vista entre la sociedad de su tiempo.
Por eso decidió vivir una vida que en realidad no deseaba hasta que mucho antes de cumplir los 30 dejó de vestirse como hombre y comenzó a usar la ropa que mejor creía que le sentaba, narra.
El repentino cambio, sin embargo, le costó un elevado precio que con el tiempo se acentuó todavía más: el rechazo y la discriminación que sufría al buscar un empleo, realizar trámites en dependencias del gobierno, convivir con sus vecinos, cobrar cheques en los bancos y, ahora, gestionar su pensión.
De hecho, recuerda, cuando salía en busca de una oportunidad laboral, sus potenciales empleadores llegaban a pedirle que les mostrara otra identificación. En incontables ocasiones tuvo que explicarles que era transgénero e incluso, asegura, acceder a otras revisiones con tal de comprobárselos.
“Llegaba, me veían y me decían: ¡pásele, señora! Pero cuando se daban cuenta de que tengo nombre de hombre o que no dice que soy una mujer, me trataban diferente. He tenido problemas en las Afores, en el Seguro Social. Voy y ya no es el mismo trato que cuando llegué que creían que yo sí era una mujer por mi apariencia”, relata la persona cuyo nombre, a los ojos de la ley, es Sebastián.

El lío legal de la personalidad

En términos legales, el caso de Diana es prácticamente como el de los matrimonios igualitarios, explica Lizeth Martínez Torres, subdirectora de Derechos Humanos Integrales en Acción A.C, quien brinda estas asesorías en Grupo Compañeros, una organización de la sociedad civil que trabaja con temas de la diversidad sexual.
Para que pueda cambiar su nombre, indica la abogada que representa sus intereses, hay que presentar un amparo que, sostiene, se basa en tratados internacionales y en la Constitución. Si no se resuelve en la primera instancia, tendrá que pasar a la etapa de amparo en revisión, un proceso que, menciona, puede durar entre tres y cinco meses.
“Apelamos al libre desarrollo de la personalidad”, dice la activista. “Es un derecho que tenemos y que implica todos los factores de nuestras vidas, como nuestra identidad como hombre y como mujer, con qué nombre nos llaman en lo privado y queremos que se haga en documentos oficiales”.
La abogada prepara en este momento una demanda de amparo para que la pueda usar no sólo Diana y la otra persona a la que asesora, sino los individuos transgénero que lo desean.
De acuerdo con ella, el resultado de esta diligencia sería una sentencia que le ordenara al Registro Civil hacer las modificaciones correspondientes, lo que implicaría anular el acta de nacimiento anterior y expedir otra con la nueva identidad, que la persona podría utilizar para tramitar a su vez la credencial del Instituto Nacional Electoral (INE) y los demás documentos oficiales.
Para Martínez Torres es probable que se pueda lograr este cometido y, si eso ocurre, con estas condiciones no dejaría de ser un hecho todavía novedoso y poco común en el estado, no así en otras partes del país como la Ciudad de México, donde esa ya es una realidad que no precisa de un amparo.
Cuando se pone a pensar en esa posibilidad, el entusiasmo que manifiesta Diana es evidente. Ver su nombre en todos sus papeles la haría sentirse “en la dimensión correcta” y sería el punto final que le daría una mayor libertad para hablar y expresarse.
La razón es que, aun cuando en su etapa como estudiante de primaria debía ir al baño cuando nadie más estuviera ahí por el temor a ser agredida y a pesar de que los niños la llamaban “maricón”, entiende que ser reconocida como una mujer transgénero sería el logro más grande de su vida.
“Yo me considero una persona normal, pero quiero que me vean tal cual. No quiero que cuando presente mi credencial de elector, me digan: ¡no, tú eres hombre y tu acta de nacimiento también es de hombre!”, señala.
La mujer está convencida de que la modificación legal será la última fase del largo proceso por el que ha pasado en la asunción de su identidad, la cual conoce, indica, desde que cursaba la primaria.
“Para estar en mi posición”, dice Diana, “se necesita mucho valor para enfrentar a la familia, para enfrentar a la sociedad, para enfrentar a las leyes. Se necesita valor. Pero con las ganas y con la firme convicción de que soy lo que soy, una mujer transgénero, yo voy a defender a capa y espada mi sentir y mi forma de ser”.

faguilar@redaccion.diario.com.mx

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