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Trasplanta su vida por la salud de los demás

Fernando Aguilar/
El Diario

2016-08-28

Quieto sobre un sofá de color arena una mañana de sábado, un hombre que viste un impecable saco negro, una corbata oscura y una camisa blanca recuerda el día en que las autoridades judiciales de Chihuahua casi lo detienen porque pensaba trasladar un riñón.
Durante el encuentro, el interlocutor habla despacio. Cuida sus palabras. Hilvana cada una de ellas con precisión. Claras y puntuales, sus frases tienen una estructura gramatical que pone al descubierto que posee desarrolladas habilidades de expresión oral.
Sin embargo, detrás de ese modo de conducirse reside una persona que duerme poco. Una que pasa al menos 16 horas en el trabajo. Subyace alguien que ha decidido ver a su familia sólo en breves lapsos como las horas de comida, un profesionista que acepta no tener vida personal fuera del hospital.
Su nombre es Francisco Alfredo Soto Dávila. Aunque ahora mismo no lleva la bata puesta, es el nefrólogo que ha practicado nueve de cada diez trasplantes de riñón hechos en la historia de Ciudad Juárez.
El registro lo lleva el Colegio Chihuahuense de Nefrología, institución que el médico especialista preside.
De acuerdo con estas estadísticas, desde 1990, a 140 personas les ha sido trasplantado un riñón en el Hospital General y en tres hospitales privados: Centro Médico de Especialidades, Poliplaza Médica y Hospital Ángeles.
Al haber ejecutado 126 de estos procedimientos, Soto Dávila, quien atiende a sus pacientes en el último sanatorio, ha consagrado la mitad de sus años a transferir estos órganos de un cuerpo a otro con una gran satisfacción, pero la aniquilación de su tiempo libre como un costo colateral enorme.
“Lo complejo es conseguir la comprensión de la familia propia para entender que estamos entregados a una actividad profesional médica en ayuda de la salud de las personas”, opina. “En esta profesión no existen los horarios. No es válido detenerse cuando alguien requiere ayuda”.
Oriundo de Saucillo, Chihuahua, el nefrólogo que cursó su carrera de Médico Cirujano en la Universidad Autónoma de Chihuahua (UACH) estudió la especialidad de Medicina Interna en la capital del país, donde después se formó como lo que ahora es en el Hospital 20 de Noviembre.
Ya se había ido a vivir a Ciudad Juárez cuando el 12 de octubre de 2003 le practicaba un trasplante a una adolescente de 14 años. La experiencia marcó un punto de inflexión en su vida, pues la paciente pesaba sólo 34 kilos y llevar a cabo el procedimiento en esas condiciones representaba un desafío.
El médico también residía en esta frontera cuando otro momento se atrincheró en su mente: aquel 20 de febrero de 2004 en el que, por primera vez, la urbe veía posible la donación de un órgano extraído de una persona que presentaba ya muerte cerebral.
“En ese entonces, las palabras ‘muerte cerebral’ como sinónimo de muerte no existían mucho en el diccionario de las autoridades judiciales. Hubo necesidad de platicar después de este acto para que nos apoyaran, lo cual ocurrió en años siguientes”, comenta al explicar cómo corrió el riesgo de atraerse problemas con la justicia local, que, considera, no conocía a detalle las disposiciones nacionales.
Durante la mañana, antes de sentarse en el sofá de una antesala adyacente a la unidad de hemodiálisis donde pasa una buena parte de su tiempo, el doctor había revisado un documento en el que enumeraba puntos importantes como esos de forma cronológica.
Al ojear su guía, las repasaba con suma minuciosidad y se aseguraba de no dejar fuera ninguno. Ni aquel primer trasplante renal pediátrico hecho a una niña de 8 años de nombre Diana Márquez el 23 de marzo de 2005, ni el doble que llevó a cabo en octubre de 2007.
Tampoco quería olvidarse del trasplante de riñón-páncreas que ejecutó ese último año un mes después, ni del mismo ejercicio que hace 13 años le practicó a Magdalena Calzadias, quien recibió el órgano de su hermano Emmanuel y hoy vive sana.
El doctor reconoce que las tareas de la salud consumen a cabalidad sus horas hasta el punto en que si no fuera porque su esposa Arcelia, una licenciada en Administración de Empresas, se hace cargo de su alimentación, el tiempo acabaría cobrándole la omisión de sus comidas.
“Es interesante conocer el punto de vista de los hijos”, comenta el entrevistado, que parece analizar cada pregunta. “Mis dos hijas mayores ven que no tengo vida, que no tengo tiempo para la convivencia familiar amplia, como otras familias. Ellas decidieron seguir una profesión diferente. El más chico sí se mostró interesado en mi profesión y acaba de regresar de prácticas médicas de San Antonio”.
Pese a que la práctica médica le recorta valioso tiempo que otros profesionistas pueden invertir en sus familias, ocupaciones y pasatiempos, el hombre de 62 años prefiere quedarse en la posición en la que está. El motivo es que, en sus palabras, se sabe convencido de que los riñones no sólo producen orina.
En cambio, la función que tienen es mucho más amplia, aclara: producen hormonas y mantienen el equilibrio interno, por ejemplo.
“La función renal es muy importante para la vida misma”, sostiene. “Siempre la he considerado una especialidad muy interesante”.
Por eso se apresura a la sala que alberga las máquinas de hemodiálisis para, entusiasmado, hacer una demostración de lo que pueden hacer y explicar cuántos pacientes pueden ser atendidos en ellas.

faguilar@redaccion.diario.com.mx

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