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Enferma la eterna espera en hospitales

Fernando Aguilar/
El Diario

2016-08-27

Si en los pasillos de los hospitales públicos de la ciudad se cuentan las horas que transcurren entre la administración de uno y otro medicamento, afuera se cuentan los minutos que transcurren eternos antes de recibir noticias, sean buenas, malas o inesperadas.
En el exterior, los familiares se preguntan por la salud de sus enfermos. De madrugada, se quedan a dormir ahí mientras, angustiados, esperan la hora en que puedan hablar con ellos o con los médicos que los atienden.
Observarlos acostados, recargados sobre las paredes de los sanatorios es un panorama cotidiano. Muchos no tienen otra opción. Por distintas causas, no pueden regresar a dormir bajo sus techos y se obligan a sí mismos a permanecer afuera porque quieren estar al pendiente de quien convalece allá adentro.
La escena es de lo más común en el Hospital General, donde el martes por la noche una historia de dolor llegaba a su nudo.
Edlina Ramírez descansaba sobre un colchón de cobijas que ella, su esposo y una decena de niños ayudaron a tender. La mujer parecía estar agotada, como su marido, quien estaba a punto de dormir.
La numerosa familia se instaló en ese punto después de que una intensa tormenta encharcó las principales avenidas de la ciudad esa noche. Aunque podían permanecer en el interior del hospital, Edlina y su pareja decidieron aguardar información sobre el estado de salud de su hijo Manuel afuera.
“A nosotros nos han tratado muy bien”, admite. “Y si estamos aquí afuera es porque traemos muchos niños. Adentro se necesita tranquilidad. Somos bastantes. Estamos cuidando a un hijo mío que está en terapia intensiva. Me lo golpeó un señor. Tiene cuatro ‘quebradas’ en su cerebro. Está muy delicado y aquí nos estamos quedando”.
Es imposible que al vivir en el fraccionamiento Eco 2000, a trece kilómetros al suroriente de la ciudad, la familia Ramírez se traslade una y otra vez en camión, afirman ellos al señalar que por eso han optado por quedarse, hasta entonces, dos días.
“Ha sido muy pesado. No duermes. Te sientes como borracho. Hay miedo de que llegue un loquito y nos vaya a balacear. Está volviendo la violencia otra vez, pero también pasa la Policía seguido. Se siente uno protegido mientras están aquí”, comenta Edlina.
Casos más dramáticos como el de los familiares de un paciente que sufre del intestino ponen en evidencia que, cuando la preocupación es tan grande, no hay fuerza que les impida a quienes pernoctan a un costado del hospital quedarse para no abandonar a su enfermo.
Ellos acceden a contar la historia por la cual están ahí, pero prefieren que nadie sepa sus nombres.
Junto a la rampa del área de Urgencias, una mujer que reposa sentada sobre el piso como cada noche afirma que lo ha hecho desde, al menos, hace un mes y medio. Esa ha sido su posición desde que espera saber cómo está su esposo.
En un tono que refleja algún grado de hartazgo por la situación que vive, la esposa del paciente cuenta que habitan en Salvárcar, a unos 18 kilómetros hacia la misma dirección donde está la casa de Edlina, a quien han visto pero no conocen.
La mayoría de quienes han hecho del costado del Hospital General un paradero temporal coinciden en lo duro que es acostarse en el suelo, a la intemperie, expuestos al riesgo de ser asaltados si alguien no se queda haciendo guardia.
“Ha sido pesado por el clima, por todo. El piso. La situación, la impotencia. Andan pidiendo los malvivientes. No estamos aquí por gusto. Estamos por necesidad. Si me voy a mi casa, ¿con qué me devuelvo mañana?”, refiere la mujer que no duerme en su hogar desde hace casi dos meses. (Fernando Aguilar / El Diario)

faguilar@redaccion.diario.com.mx

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