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Dedica casi 6 décadas a labor social en San Agustín

Fernando Aguilar/
El Diario

2016-08-12

Al llegar a su mayoría de edad, el plan que Manuel Robles Flores había concebido era trabajar en Praxedis G. Guerrero, una población localizada a 60 kilómetros del Centro Histórico de Ciudad Juárez. En aquel tiempo pocos eran los que deseaban dar clases en el medio rural, pero él estaba decidido.
Como se lo había propuesto, el joven profesor pensaba que consagraría su vida a enseñar a los niños del poblado que entonces los habitantes de ese municipio conocían ampliamente como San Ignacio.
Sin embargo, se equivocó. El hombre confundió San Ignacio con San Agustín, pero no le importó.
“Y a la hora de pedir el boleto, no me acordé del nombre y lo pedí para San Agustín”, recuerda décadas después.
“Entonces llego aquí, a San Agustín, y me dice la directora de la escuela: ¡No, aquí te quedas! Yo hablo con el inspector, porque aquí necesitamos un profesor”.
Aquel error permanece vivo en la memoria de Robles Flores porque gracias a él se instaló en esa comunidad rural del Valle de Juárez, donde, a punto de llegar a sus 76 años de edad, recibe hoy un homenaje que simpatizantes suyos le hacen por primera vez para reconocer su activismo y labor social en ese lugar.
Sentado detrás de su escritorio de madera en el corazón del museo que levantó en 1982, el hombre se toma su tiempo. Respira y tose. Junta sus manos y hace una pausa. Así, ordena su vida de modo que tres son las rutinas y los acontecimientos que pueden definirla.
De aquellos, el primero es que, como siempre se consideró a sí mismo “un niño de la calle”, ¡no había día que no pisara la prisión!
“Iba a la Cárcel de Piedra todos los días a vender el periódico”, aclara posteriormente. “Me dejaban pasar. No faltaba quién me diera una tarjeta, una nota, una carta para que se la llevara a un familiar. Sin hacer yo ningún lucro con eso. Era gente que estaba en una situación que muchas veces ni los familiares sabían”.
Convertirse en voceador del extinto diario El Fronterizo le permitió al hombre, padre de Ernesto y Camilo e hijo de Marcelino y Modesta, conocer a muchas personas “de todos los niveles”.
Sin embargo, llegar a San Agustín y enfrentarse “a un cacicazgo atroz” lo hizo sensible a la realidad social del país en el que vivía. Por ese motivo, esa lucha permanente en la que figuras como el profesor Arturo Gámiz forjaron su ideología disidente es la segunda cosa que define quién es.
Según sus palabras, las dos últimas experiencias han marcado estas siete décadas, pero quizá no tanto como lo hizo en su momento el ver a niños llegar a las clases sin haber desayunado porque no tenían nada qué comer en sus casas.
Cada una con sus historias y detalles, esas tres historias son los pilares de la vida de Robles, considera él mismo. A ellas hay que sumarle el Museo Regional de San Agustín y la lucha que encabezó en contra del tiradero nuclear que pretendía ser instalado en Sierra Blanca, muy cerca de la comunidad donde vive.
“Si volviera a vivir una vida, nuevamente me gustaría volverla a vivir igual, con todos los problemas que he tenido. Puedo decir que es un logro tener una familia.
Pero mi mayor logro yo lo considero el museo, porque le dimos un museo a una comunidad como esta”, expone unos minutos antes de irse a comer con los adultos mayores que han ido a visitarlo a ese recinto cultural. (Fernando Aguilar/El Diario)

faguilar@redaccion.diario.com.mx

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