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Emilio Carranza, el ‘Lindbergh mexicano’

Juan de Dios Olivas
El Diario

2014-04-19

El ruido de un motor rompió ese día la quietud que había en Ciudad Juárez. A cada momento se escuchaba más cerca, sobre todo en el sur de la mancha urbana, donde una multitud de fronterizos se había reunido.
En esta ocasión, el sonido no provenía de las bulliciosas calles ni de las máquinas del ferrocarril, venía del cielo y los habitantes de la ciudad ya lo esperaban en forma silenciosa y congregados en torno a los terrenos del antiguo Hipódromo, construido antes de la Revolución por la familia Terrazas y sus socios.
Era la tarde del 2 de septiembre de 1927 y en el cielo aparecía el avión “Quetzalcóatl II” bautizado con el nombre de “Coahuila”, pero apodado “El Tololoche”, conducido por el capitán piloto aviador Emilio Carranza.
No se trataba de un vuelo común, sino del primero que se efectuaba sin escalas de la Ciudad de México a Ciudad Juárez y el más largo realizado hasta entonces por un piloto mexicano.
La hazaña fue realizada en 10 horas y 48 minutos, lo que le mereció a Carranza múltiples reconocimientos y más tarde ser considerado un héroe nacional.
“Es un monoplano de fabricación mexicana equipado con motor alemán BMW de 185 caballos de fuerza”, describía la prensa al día siguiente del vuelo.
Los fronterizos le brindarían un banquete que fue ofrecido en el Café Mint de la avenida Juárez, donde seguiría recibiendo elogios que fueron respondidos con humildad por el entonces teniente coronel.
“No es nada lo que he hecho, pero si en ello hay algún mérito, corresponde al Ejército Mexicano”, decía.
El éxito de la travesía realizada por Carranza le merecieron días después también halagos de otro héroe: el piloto aviador Charles Lindbergh, quien arribaba a El Paso, procedente de San Diego, California, en su “Espíritu de San Luis” como parte de su tour por Estados Unidos auspiciado por el Fondo Guggenheim y en cuyo trayecto a esta frontera surcó los cielos de Chihuahua.
El aviador estadounidense —el primero en cruzar el Océano Atlántico en un vuelo sin escalas, sólo, de Nueva York a París— y Carranza iniciarían una amistad que generaría posteriormente la visita de Lindbergh a la Ciudad de México.
Un año después, en junio, Carranza sería seleccionado para el vuelo sin escalas de la capital mexicana a Washington en una misión diplomática por la paz y la buena voluntad entre ambos países.
Pese al mal clima, emprendió el regreso obedeciendo una orden del titular de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), Joaquín Amaro, y en New Jersey se accidentó perdiendo la vida.
La aportación a la aviación civil fue tal que el Gobierno de Estados Unidos le brindó funerales de Estado y a su retorno a México, sus restos fueron depositados en la rotonda de los Hombres Ilustres en el Panteón de Dolores.
Ícaro, Tohtli y el Caballero Águila
Como en todo el mundo, el sueño de volar que está presente desde los tiempos remotos y genera leyendas como las de Ícaro, también está presente entre los mexicanos, incluso desde las épocas prehispánicas con Tohtli, el hombre-ave y su reencarnación en el Caballero Águila.
Según las crónicas, no fue hasta 1667 que se registró un intento de vuelo en un aparato similar a un globo aerostático, en las calles del Centro del Puerto de Veracruz por parte de una persona cuyo nombre se ignora y quien acabó con una pierna rota, refiere el historiador Rafael Hernández Ángeles.
Pero no sería hasta la segunda mitad del siglo XIX cuando se presentarían varios pioneros de viajes aerostáticos, de entre los que destacan don Joaquín de la Cantolla y Rico, el hijo de un comerciante español y de una aristócrata mexicana.
En 1863 De la Cantolla subía a sus globos Moctezuma I, Moctezuma II y Vulcano vestido elegantemente de levita y chistera o de charro mexicano, portando siempre la bandera mexicana.
Con esos artefactos brinda un espectáculo aéreo por medio siglo, hasta que el 25 de enero de 1914 antes de salir de su casa sufre un ataque en las escaleras, se golpea la cabeza y fallece tres días después, justo cuando iba a recibir un homenaje en el que recorrería la Ciudad de México.
Para entonces ya los planeadores habían aparecido en el mundo y en el país algunos mexicanos ya habían tripulado algunos.
En 1909 el gerente de la compañía cigarrera El Buen Tono, Ernesto Pugibet —que años antes había utilizado el globo para realizar propaganda comercial— compra en Francia un avión modelo Bleriot para usarlo con fines de publicidad de su empresa, pero no lo puede hacer despegar de los llanos de Balbuena.
Un año después, el honor de tripular el primer vuelo mecánico le corresponde al piloto Alberto Braniff, quien utilizaría un avión modelo Voisin el 8 de enero de 1910.
La impresión que genera llega a las primeras planas de los periódicos de la época y es incluido en las fiestas para conmemorar el centenario de la Independencia de México.
Braniff realiza exhibiciones áreas en los campos de Balbuena que son presenciadas por el presidente Porfirio Díaz y en las cuales participa también el piloto francés Roland G. Garros.
El potencial bélico de la aeronáutica y científica fue percibido por Francisco I. Madero, quien tras derrocar a Díaz asume la presidencia de México y solicita al Gobierno de Estados Unidos la compra de cinco aviones y la capacitación de igual número de jóvenes en técnicas de vuelo.
Entre los elegidos para ser preparados como pilotos se encontraban Alberto Salinas Carranza y Gustavo Salinas Camiña, sobrinos del entonces gobernador de Coahuila, Venustiano Carranza, y del futuro capitán y piloto aviador Emilio Carranza.
Madero se convertiría el 30 de noviembre de 1911 en el primer presidente de un país en realizar un vuelo aéreo, con un viaje de 10 minutos sobre los llanos de Balbuena.
Los aviones serían utilizados también en la guerra civil, justo después de la Decena Trágica, cuando Madero es asesinado y Victoriano Huerta asume la presidencia.
Sería el 14 de abril de 1914 el primer combate aéreo-naval en territorio mexicano, cuando el ya piloto aviador Gustavo Salinas, integrado a las fuerzas constitucionalistas desde un biplano G.L. Martin Tusher bombardeó el buque de guerra Guerrero.
Un año después, los aviones serían utilizadas otra vez por los carrancistas para identificar las posiciones de Francisco Villa en los famosos combates de Celaya y Trinidad, en abril y mayo de 1915, donde el “Centauro” sería derrotado y la División del Norte destruida.
Carranza decretaría el 5 de febrero de 1915 la creación de la Fuerza Aérea Mexicana y otorgaría el grado de piloto aviador del Ejército Nacional a su sobrino Gustavo Salinas.

‘El Tololoche’

Emilio Carranza, nacido el 9 de diciembre de 1905 en Ramos Arizpe, Coahuila, fue el cuarto de seis hijos de Sebastián Carranza y María Rodríguez. Su abuelo Sebastián Carranza de la Garza era hermano de Venustiano, el primer jefe del Ejército Constitucionalista y presidente de México.
Además, dos de sus tíos fueron los pilotos aviadores formados en el gobierno de Francisco I. Madero, Alberto Salinas Carranza y Gustavo Salinas Camiña, quienes influirían para que a los 12 años de edad, Emilio se interesara en esa carrera.
No obstante, durante la Revolución la familia de Emilio se exilia en los Estados Unidos para establecerse en San Antonio, Texas.
En 1917 frecuenta los Talleres Nacionales de Construcciones Aeronáuticas y la recién creada Escuela Militar de Aviación en Balbuena, donde su tío Alberto Salinas era ya el director.
En 1922 colabora con el ingeniero Ángel Lascuráin y Ocio para construir los aviones mexicanos “Quetzalcóatl”, que alcanzaron el éxito durante la década de 1920 y fueron bautizados popularmente como “Tololoches” por estar construidos de madera.
Y es precisamente a bordo de uno de esos aviones, que emprendería el vuelo a Ciudad Juárez.
De acuerdo con datos oficiales difundidos por la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT) el 14 de enero de 1926, Emilio Carranza fue ascendido a teniente de la Fuerza Aérea Mexicana.
Unos cuantos meses más tarde, viaja a Estados Unidos para comprar un avión que se proponía usar en vuelos de larga distancia.
En Chicago, Illinois, adquiere un avión Lincoln Standard con un motor Heso de 180 caballos de fuerza, con el cual regresa a México siguiendo la ruta Chicago, Moline, St. Joseph, Kansas City, Wichita, Oklahoma City, Fort Worth, San Antonio, Laredo, Monterrey, San Luis Potosí y Ciudad de México.
En Oklahoma City tuvo que hacer un aterrizaje forzoso por falta de combustible y para evadir pegarle a una mujer que se atravesó en su camino, condujo el avión en contra de unos árboles y él y su hermano que le acompañaban quedaron lesionados.
Pero tras reparar el avión logra llegar a la Ciudad de México donde es asignado a participar en la Campaña Yaqui, en el estado de Sonora, donde presta sus servicios como correo aéreo y es promovido al grado de capitán.
Tras concluir esa campaña, arregla un avión de madera “Quetzalcóatl II” construido en los Talleres Nacionales que la Fuerza Aérea había descartado y le instala un motor BMW de 185 caballos de fuerza.
Después de probarlo y convencerse de que era una máquina que resistirá largos viajes, lo bautiza con el nombre de “Coahuila” y anuncia que está listo para volar sin escalas de la Ciudad de México a Ciudad Juárez.
A las 5:50 horas del viernes 2 de septiembre de 1927 despega de los campos de Balbuena, ante la incredulidad de muchos que consideraban el viaje riesgoso por la distancia.
A las 8:25 de la mañana el telégrafo reportó que Carranza volaba sobre San Luis Potosí, a las 10:00 horas sobre Torreón, a las 12:20 sobre Escalón, a las 13:00 sobre Díaz y a las 12:23 sobre La Cruz.
A  las 14:44 surcaba los cielos de Chihuahua, volaba sobre Gallegos a las 15:10, Moctezuma a las 15:17, Villa Ahumada a las 15:55 y a las 16:06 sobre Lucero.
El éxito lo alcanza a las 16:48 horas, cuando Carranza y la nave “Coahuila”, conocida también como “El Tololoche” aterriza en Ciudad Juárez tras volar 10 horas y 48 minutos.
El lugar elegido fueron los campos del Hipódromo, ya entonces en desuso y en vías de ser desmantelado para construir ahí las colonias Ex Hipódromo y la Melchor Ocampo.
El recibimiento de Emilio Carranza fue triunfal. Los juarenses lo acogieron como héroe, le hicieron festejos y los periódicos publicaron su hazaña: era el primero en realizar sin escalas el vuelo de la Ciudad de México a Juárez.
A la frontera, pero en El Paso, Texas, arriba días después Charles Lindbergh y su nave Spirit of St. Louis, y se une a la celebración.
Al año siguiente, el 11 de junio de 1928 realiza el vuelo sin escala México-Washington en el “México-Excélsior” con una duración de 18 horas y 20 minutos, otra hazaña gloriosa.
La misión encomendada era llevar un mensaje de paz y la buena voluntad entre México y Estados Unidos.
Durante su estancia recibe honores y se reuniría con el presidente Calvin Coolidge en la Casa Blanca para completar su encomienda.
Al regresar a su patria, el 13 de julio, desoye los consejos de Lindbergh de no partir por las condiciones climatológicas imperantes y se estrella en New Jersey.
En su cadáver se encuentra un telegrama que decía: “Sal inmediatamente, sin excusa ni pretexto o la calidad de tu hombría quedará en duda. General Joaquín Amaro”. (Juan de Dios Olivas/El Diario)

(FUENTES: Rafael Hernández Ángeles, “Mirar al cielo, ver lo que el hombre ha conquistado y soñar”, en; www.inehrm.gob.mx; “Emilio Carranza” en: http://www.mexicanaviationhistory.com; “El Mensajero de la Paz” en www.sct.gob.mx

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