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Aumentan casos de housejacking

Martín Orquiz
El Diario

2014-04-05

Edgardo y su familia vivieron en tres horas la peor pesadilla de su vida, luego de que fueron retenidos en su propio hogar por sujetos que, aparte de robarles sus pertenencias, los golpearon y humillaron a pesar de que no presentaron resistencia alguna.
“Son como animales, no sé si andaban drogados, pero nos trataban como si nosotros les hubiéramos hecho algo”, explica el hombre víctima de un “housejacking”, cuya identidad se reserva por cuestiones de seguridad.
A pesar de que el tiempo ha pasado, el miedo que le generó no lo deja dormir todavía.
Este delito, que se caracteriza porque los agresores invaden el espacio más íntimo de las personas, registró un incremento en diciembre, enero y febrero pasados.
Durante esos meses se registraron 47 delitos de este tipo, que coinciden con la misma cifra registrada en total durante los 10 meses anteriores, de febrero a noviembre de 2013, establecen datos de la Fiscalía General del Estado (FGE).
La situación, dicen integrantes de la Mesa de Seguridad y Justicia de Ciudad Juárez, es un fenómeno que les preocupa dada la naturaleza de este ilícito que pone en riesgo la integridad no sólo física de las víctimas, sino la emocional.
Esta opinión es compartida por especialistas en sicología, quienes comentan que los ciudadanos que sufren estos ataques en el interior de sus hogares pueden experimentar desolación, temor, impotencia,  incertidumbre, desesperación o ansiedad.
Además, se ha detectado que padecen desde miedo generalizado hasta shock (crisis nerviosas), pasando por períodos de confusión o amnesia selectiva, coraje, impotencia, sentimientos de culpa y vergüenza.
También experimentan deseos de venganza y cólera irracional, aislamiento y conductas evitativas, indefensión y baja autoestima, desinterés en actividades cotidianas, cambios radicales en sus rutinas y estilos de vida, necesidad compulsiva de apoyo externo y compañía (codependencia), delirio de persecución o somatización, entre otros.
En casos más severos se llega a la depresión, perturbación del sueño y, en ocasiones, hasta al estrés postraumático.
Ajenos a la terminología especializada, los afectados sólo buscan una forma de olvidar lo que les pasó.
Adela, a quien también se le resguarda su identidad, es otra víctima de “housejacking”, ella asistió a terapia durante algún tiempo pero la dejó. Finalmente optó por cambiarse de casa y dejar su antiguo hogar prácticamente abandonado.
“Ya no puedo entrar ahí, desde que me salí (hace casi tres años) ya no regresé, no puedo ni pasar por la calle donde está. Ahora estamos tratando de venderla, porque en definitiva yo no regresaré ahí”, comenta con un tono que refleja angustia.
De sus agresores no quiere hablar, sólo menciona que es “gente mala”.

Conducta postraumática

La psicóloga Luisa de la Providencia Díaz de Solano describe las emociones como la condición que cada víctima experimenta en primera instancia por sensación neuronal, y los sentimientos como análisis más profundos y conscientes de la situación, ambos generados por el maltrato físico y psíquico.
Añade que las sensaciones y la conducta postraumática de la víctima son diversas, ya que dependen del grado de fortaleza de cada persona y el nivel de violencia al que haya sido sometida.
Define esta última condición como un recuerdo de lo acontecido de forma recurrente e intrusa que les provoca a los afectados malestar y en el que se incluyen imágenes, pensamientos o percepciones.
La profesionista menciona que hay tres tipos de síntomas del trastorno de estrés postraumático: el primero es revivir de manera repetitiva el hecho, lo cual perturba las actividades diarias porque el incidente parece estar sucediendo de nuevo una y otra vez.
Las víctimas tienen recuerdos reiterativos y angustiantes del hecho, pesadillas repetitivas del mismo, así como reacciones físicas fuertes y molestas a situaciones que les recuerdan el hecho.
El segundo es la evasión, que se refleja con “insensibilidad” emocional o sentimiento de que nada le importara nada. La persona se muestra despreocupada, no puede recordar aspectos importantes del evento, le falta interés en las actividades normales, muestra menos expresión de estados de ánimo, evita personas, lugares o pensamientos que le hagan recordar el hecho y experimenta una sensación de futuro incierto.
El tercero es la excitación, que orilla al afectado a estar siempre en busca de signos de peligro (hipervigilancia), es incapaz de concentrarse, se sobresalta fácilmente, está irritable o tiene ataques de ira, así como dificultades para conciliar el sueño o permanecer dormido.
Marisela Flores Medina, quien cuenta con una maestría en Psicoterapia Humanista y Educación para la Paz, menciona que ha tenido la oportunidad de trabajar con víctimas de “housejacking” y sus familiares, quienes resultan seriamente afectados luego de tener una experiencia tal.
“De hecho, la mayoría de los pacientes atendidos en mi consulta desde 2009 han tenido experiencias relacionadas con actos delictivos, presentando en algún punto de su proceso uno o más síntomas de diferentes trastornos del estado de ánimo y de manera particular trastornos de ansiedad de los cuales el más recurrente es el trastorno por estrés postraumático (TEPT)”, explica.
Las personas víctimas de violencia delictiva pueden presentar diversos síntomas, que van desde miedo generalizado hasta shocks (crisis nerviosas), pasando por periodos de confusión o amnesia selectiva, coraje, impotencia, sentimientos de culpa y vergüenza, deseos de venganza, cólera irracional, aislamiento, conductas evitativas, indefensión, baja autoestima, desinterés en actividades cotidianas, cambios radicales en sus rutinas y estilos de vida, necesidad compulsiva de apoyo externo y compañía (codependencia), delirio de persecución y somatización, entre otros.
Naturalmente, añade, las personas más afectadas son las víctimas directas; sin embargo, un hecho violento afecta también a los familiares, amigos, vecinos y comunidad en general.
“Esta situación se agrava dado que las personas cercanas a la víctima, quienes también han sido afectados, suelen no estar en condiciones de aportar el apoyo necesario además de que frecuentemente la misma actitud de la víctima (hostilidad, aislamientos, vulnerabilidad, etcétera) provoca reacciones desfavorables en las personas cercanas incrementando los efectos negativos y el impacto de la situación”, explica.
Otra extensión de los alcances de este tipo de violencia es la llamada “victimación secundaria” que consiste en los malos tratos o tratos inadecuados e insensibles que dan a las víctimas las personas que atienden las demandas primarias de estos casos, ya sea en instituciones legales o de salud.
Flores Medina comenta que en el caso de los menores de edad expuestos a violencia delictiva, ya sea de manera directa o indirecta, pueden impactar profundamente su personalidad, marco de valores, desarrollo cognitivo y rendimiento escolar ya que están aún en proceso de formación.

Agresividad

Datos de la FGE señalan que este tipo de delito, que tuvo alcances inusitados al final de la década pasada y principios de la presente, se encontraba en término descendentes.
La información oficial establece que en febrero de 2013 se denunciaron siete “housejackings”, para marzo fueron cinco, nueve en abril, tres en mayo, cuatro en julio y sólo uno en julio, cinco en agosto, cuatro en septiembre, seis en octubre y tres en noviembre.
Sin embargo, en diciembre del año pasado el número de este delito se disparó hasta 13 incidentes, en enero de 2014 creció todavía más hasta llegar a 20, mientras que en febrero la cifra fue de 14.
Esta tendencia despertó la preocupación de los integrantes de la MSJ, quienes llamaron la atención hacia el fenómeno.
Durante el más reciente informe de Indicadores de Seguridad que proporcionó el organismo de la sociedad civil, el líder de ese rubro, Mario Dena, advirtió sobre la tendencia a la alza en delitos con características de violencia, un fenómeno que las autoridades deben atender.
Acerca del origen y efectos de la violencia delictiva, la psicoterapista Flores Medina dice que es un tema muy delicado y muy extenso difícil de abordar, pero sobre todo de agotar, así que sus comentarios se centran exclusivamente respecto a la violencia de tipo delictiva y en dos aspectos: origen (victimarios) y efectos (víctimas).
Para iniciar es importante diferenciar los términos violencia y agresividad en el sentido en que son conceptualizados en el medio humanista donde “agresividad” se refiere al instinto natural de supervivencia, intrínseco a todo mamífero, que genera acciones enérgicas con la intención de preservar la vida y la salud (acciones biosintónicas).
Violencia es todo acto agresivo cuya intención es destruir o dañar a uno mismo o a los otros (acciones biodistónicas). De esta manera se puede considerar como dos extremos de un mismo impulso humano, explica la psicoterapista.
Agrega que como seres holísticos los humanos están conformados por aspectos biológicos, psicológicos, sociales, emocionales y espirituales, por lo tanto el origen de la violencia suele ser multicausal.
Una actitud de esa naturaleza inicia cuando el desarrollo de uno o varios de estos aspectos se ven reprimidos o afectados de alguna manera.
Por ejemplo, cita, a través de desbalances biológicos que produzcan un trastorno orgánico, una afectación psicológica a nivel conciente o inconciente, entorno, cultura e influencia social violenta, un mal manejo emocional derivado de carencias afectivas o en el ámbito espiritual, la falta de un sentido de vida o un sentido de vida biodistónico; es decir, cuando el propósito de vida es la destrucción de la vida misma.
Para la psicóloga Díaz de Solano el hecho de que los agresores, además de despojar de sus pertenencias a las víctimas, humillan a las personas y parecen disfrutarlo, tiene origen en factores que incidieron en la personalidad de los perpetradores.
En algunos individuos, dice, la pulsión de violencia-agresión es un mecanismo de defensa primitivo e incontrolable que sustentan como una forma de intimidación sin necesidad de una supervivencia natural, porque en una situación de supervivencia o territorialidad el individuo genéticamente está dotado para agredir.
Añade que las personalidades con tendencia a ejercer violencia son individuos con trastornos sociópatas, cuyas características más comunes en individuos con esta condición es la ausencia de la empatía y remordimiento, con una visión de autoestima distorsionada y una constante búsqueda de nuevas sensaciones.
El egocentrismo, la megalomanía (deseo de poder excesivo), la ausencia de responsabilidad, el exceso de hedonismo (búsqueda del placer y suprimir el dolor), necesidad de emociones fuertes para huir del aburrimiento, son otras características que los definen.
Además, indica la profesionista, presentan disfunción en relaciones interpersonales, pueden sentirse fracasados al interactuar con la sociedad, temen ser rechazados y enfrentan incapacidad emocional; el mecanismo de defensa de estos individuos, por lo tanto, es crear su propia fantasía interpersonal.
El atacante piensa: “Todo lo que se me ocurra debe ser verdad, los otros no importan (víctimas)”.
También exhiben conductas perversas, son individuos que manipulan, adolecen de incapacidad patológica para sentir culpa, mientras que las víctimas son sólo objetos que pueden utilizar. La mente perversa es una condición anormal de la personalidad, cuyo rasgo dominante es la agresividad, y destructividad hacia otras personas, a través de los pensamientos y actos malignos.
Díaz de Solano añade que además están los narcisistas, quienes aparentan una autoestima formidable, ideas de omnipotencia y un camuflaje de su vacío interno propiciado en ocasiones por una actitud de indiferencia de los padres a temprana edad o presentan historiales de abandono por alguno de los padres y abuso físico-psicológico.
Los narcisistas, expresa, requieren del reflejo en los demás para saber quiénes son, pero al descubrirse con una imagen pésima intentan esconderla, son individuos reacios a reconocer o identificar las necesidades y sentimientos de los demás, frecuentemente envidiosos de los demás o creen que otros les tienen envidia y piensan que ellos merecen más que los demás.
La psicóloga afirma que la agresividad que externan en sus actos surge de la frustración, de lo disfuncional, por lo que  amenaza e invade los derechos de los demás.
A través del sometimiento y la lucha de poder el agresor arrebata, degrada, violenta física y psicológicamente a la víctima, experimentando en ésta su coraje y disfuncionalidad.
Ambas expertas en emociones coinciden en la necesidad de que tanto las víctimas como los victimarios reciban atención especializada ante lo desastroso que puede resultar una experiencia de “housejacking”.
Flores medina señala que el trastorno por estrés postraumático se ha presentado de manera generalizada en los últimos años entre la población de Ciudad Juárez, ya que afecta a personas que han sido víctimas o testigos de violencia.
Por esa razón es importante que se dé atención, apoyo y la asesoría de profesionales de salud psicoemocional tanto a víctimas como para victimarios.
“Como sociedad tenemos muchas maneras de incidir en la prevención, disminución y tratamiento de la violencia delictiva”, menciona.
Además de exigir la participación activa y efectiva de las autoridades correspondientes, agrega, es imprescindible que la gente esté informada, que se eduque y hacer lo mismo con las personas que estén bajo su cargo o en el circulo de influencia en temas relativos al manejo saludable de la agresividad, de modo que se contribuya a generar una cultura de no violencia.
Díaz de Solano comenta que en relación con pacientes víctimas de agresión  física y psicológica es necesario un tratamiento en psicoterapia a través de grupos de autoayuda, con métodos catárticos, para disminuir sensación de incertidumbre, temor, y sintomatología de estrés de los afectados con este fenómeno delictivo. (Martín Orquiz/ El Diario)

morquiz@redaccion.diario.com.mx

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