Internacional

Madre e hija deportadas de EU intentan recuperar sus vidas

The New York Times

2018-07-16

Santa Rosa de Lima, Guatemala — Durante la mayor parte de los dos meses que estuvo detenida por las autoridades migratorias en Estados Unidos, Donelda Pulex Castellanos temió que tal vez nunca volvería a ver a su hija de 6 años.
Ambas fueron detenidas después de cruzar de manera ilegal la frontera de Estados Unidos con México y, un día después, fueron separadas como parte de los esfuerzos del presidente Trump de impedir la inmigración ilegal. Pulex fue encarcelada en Texas y su hija, Marelyn Maydori, fue enviada a vivir con una familia temporal en Michigan.
Su horrible experiencia —o por lo menos la parte más difícil de ella— concluyó la semana pasada cuando fueron reunidas momentos antes de ser llevadas a un avión y deportadas a Guatemala.

“Nunca se nos ocurrió que seríamos encarceladas y que se llevarían a mi hija”, dijo Pulex, de 35 años, durante una entrevista la semana pasada en Santa Rosa de Lima, un municipio pobre y rural ubicado en el sur de Guatemala del cual ella es originaria.
Mientras estaba detenida, escuchó a otros migrantes hablar sobre cómo, cuando fueran deportados, intentarían cruzar de nuevo hacia Estados Unidos, algunos de ellos incluso con sus hijos. Pulex tembló de miedo con tan solo pensarlo.
“Ya no, ya no”, dijo, moviendo su cabeza. “Fue la primera y la última”.
El gobierno de Trump ha tenido problemas para reunificar a cerca de tres mil niños con sus padres después de separarlos en los últimos meses con su política de tolerancia cero en leyes fronterizas, una práctica anunciada oficialmente por el fiscal general de Estados Unidos, Jeff Sessions, tan solo un día antes de que Pulex y su hija llegaran a Estados Unidos. El gobierno está obligado mediante una fecha límite impuesta por la corte a reunir a los niños con sus padres a más tardar el 26 de julio.
Muchas de las familias reunidas están siendo liberadas, con monitores electrónicos en los tobillos. Sin embargo, Pulex y su hija son parte de las doce familias que fueron reunidas y deportadas a Guatemala la semana pasada.
Marelyn y un primo. Ella no ha hablado mucho sobre sus experiencias en Estados Unidos. 
A su llegada a una base militar guatemalteca en Ciudad de Guatemala, fueron recibidas por familiares alegres, incluido el esposo de Pulex, Henrry, y la hija mayor de la pareja, Emily Gelita, de 10 años.
“Pensé que me quitarían a mi hija ahí”, dijo el marido en la acera afuera de la base militar mientras Pulex, rodeada por familiares, se limpiaba lágrimas del rostro. “Fue un gran tormento”.
La mayoría de los niños separados de sus padres debido a la política gubernamental eran centroamericanos; esa región ha sido una de las principales fuentes de migrantes que cruzan la frontera suroeste de Estados Unidos en los últimos años.
Muchos dicen que son obligados a abandonar sus países debido a la violencia relacionada con pandillas en la región, la cual tiene una de las tasas de homicidio más altas del mundo, o por la pobreza o por el deseo de reunirse con familiares que ya se encuentran en Estados Unidos.
Los integrantes de la familia Pulex son francos sobre sus motivaciones para dirigirse al norte: pensaba que podrían tener una oportunidad de ganar más dinero, tener una mejor educación para sus hijas y mejorar sus vidas en general.
“Queríamos vivir allá y dejar todo lo malo de Guatemala”, explicó Henrry Pulex.
Donelda Pulex dijo que nunca tuvo la intención de evadir a las autoridades. Ella y Marelyn planeaban cruzar la frontera estadounidense entre puntos de ingreso legales con la expectativa de que inmediatamente fueran detectadas por los guardias fronterizos y llevadas a un proceso de deportación.
La parte trasera del hogar en Santa Rosa de Lima donde la familia Pulex pasa la mayor parte de su tiempo. 

No obstante, con base en las experiencias de otros, ella asumió que serían rápidamente liberadas para esperar su día ante la corte, lo cual podría tomar años al tomar en cuenta la gran cantidad de trabajo que hay ahí.
Hasta que el gobierno de Trump comenzó a separar familias en la frontera, generalmente se hacía la excepción de enfrentar un proceso criminal a cualquier adulto que cruzara la frontera de forma ilegal junto con sus hijos menores de edad. Los centroamericanos conocían esta práctica y se volvió parte de su plan de migración.
De acuerdo con los datos más recientes del gobierno estadounidense, casi 33 400 guatemaltecos que viajaron en familia fueron detenidos en la frontera entre octubre de 2017 y junio de 2018, alrededor de un 35 por ciento más que la cifra de aprehensiones durante los doce meses previos.
La familia había hecho un plan: Pulex y su hija viajarían primero, con la ayuda de una persona que las cruzaría, e intentarían llegar al hogar de un familiar que vive con su familia en Texas. Cuando estuvieran acomodados, el marido, Henrry, viajaría con Emily.
Pulex y Marelyn partieron rumbo a Estados Unidos el 2 de mayo y, en compañía del traficante de personas, llegaron seis días después a Ciudad Juárez, México.
El traficante las dejó cerca del río Bravo, en las afueras de la ciudad, les dijo que Estados Unidos estaba del otro lado y se esfumó. Con Marelyn en sus brazos, Pulex cruzó por el agua. Conforme trepaba del otro lado del río, las autoridades fronterizas bajaron, justo como ella lo había anticipado.
Ella no sabía que un día antes Sessions había anunciado la política de tolerancia cero para quienes cruzan la frontera de manera ilegal.


Donelda y Emily frente a la tienda familiar; madre e hija no se vieron durante dos meses. Credit Meghan Dhaliwal para The New York Times
Donelda y Marelyn permanecieron juntas en el centro de detención durante la primera noche, pero al día siguiente, Pulex fue subida a un vehículo y su hija, a otro. Esa fue la última vez que ambas se vieron hasta la semana pasada.
“Durante mi encarcelamiento, solo podía llorar”, dijo Pulex.
Al principio, le dijeron que se reuniría con su hija dentro de cinco días. Cuando eso no sucedió, rápidamente perdió la esperanza en cualquier promesa que le hacían y comenzó a creer que tal vez nunca más volvería a ver a Marelyn.
De vez en cuando, ella podía hablar con su hija, quien había sido llevada en avión a un hogar temporal en Michigan. Sus conversaciones fueron breves y Marelyn hablaba poco, lo que dificultaba el encierro de Pulex.
El 4 de junio, fue presionada para firmar un documento que aseguraba una deportación rápida, programada para el 18 de junio. La alternativa hubiera sido defenderse de la deportación en la corte, pero las autoridades le dijeron que tal vez permanecería en prisión hasta que el caso se decidiera, lo cual podría tomar muchos meses, sin ninguna oportunidad de ver a Marelyn.
“Yo dije: ‘Moriré o lo que sea, pero no me iré sin mi hija’”, recordó.
Al mismo tiempo, sus familiares en Guatemala se esforzaban para encontrar cómo ayudarlas. Henrry Pulex llamó a todos los lugares a los que pudo: el gobierno de Guatemala, el centro de detención en El Paso donde su mujer estaba detenida y la trabajadora social de Marelyn en Michigan.
“Me sentí culpable e impotente, porque es poco lo que puedes hacer”, dijo Henrry Pulex.
“Moriré o lo que sea, pero no me iré sin mi hija”.
Todos los familiares en Santa Rosa de Lima estaban particularmente preocupados por Marelyn.
“Es una cosa con un adulto”, dijo el padre de Donelda Pulex, Aman Pulex Monterrozo, de 63 años. “¿Pero con un niño? Un niño tiene un corazón chiquitito”, continuó, al señalar con su dedo y su pulgar algo del tamaño de un chícharo. “Un niño es inocente”.

El 9 de julio, un funcionario estadounidense de inmigración le dijo a Pulex que sería deportada al día siguiente y que Marelyn iría con ella. Aun así, ella se preparó para lo peor.
La mañana siguiente, fue subida a un bus con otros deportados y fue llevada al aeropuerto. Cuando el bus se detuvo, Pulex fue conducida a un auto cercano. Abrieron la puerta y ahí estaba Marelyn. Ambas se dieron un abrazo lleno de lágrimas antes de ser llevadas a un avión chárter con otras once familias reunidas.
Han sido días emotivos y perturbadores para la familia a medida que se han reencontrado entre ellos y han pensado cómo reconstruir sus vidas… en Guatemala, no en Estados Unidos.
No han dormido mucho y cuando lo han hecho es de manera intermitente. Pulex no puede olvidar la sensación de encarcelamiento. Ha tenido pesadillas de estar atrapada en un centro de detención estadounidense sin su hija.
“Tal vez me ayuda hablar de ello, sacarlo de mi mente”, dijo.
Antes de que decidieran migrar, Henrry trabajaba como chofer de un bus y Donelda operaba una tienda que vendía alimentos y productos para el hogar afuera de la pequeña casa de la pareja. Sin embargo, el dinero que ganaban no les alcanzaba y pensaron en Estados Unidos.
La migración en Santa Rosa de Lima, ubicada en un valle tropical rodeado por montañas, ha sido durante décadas parte de la vida en los poblados del municipio, impulsada principalmente en los últimos años por la pobreza, afirman los residentes; la mayoría de las familias tiene algún pariente que vive en Estados Unidos.
La familia Pulex proviene de una comunidad ubicada en un estrecho camino en el borde de un acantilado. Los pequeños hogares construidos con bloques de cemento están apretados entre el camino y las inclinadas pendientes del acantilado, que da a un barranco sobre un denso bosque.
Una familia de Santa Rosa de Lima se dirige a la iglesia. La mayoría de las personas en el municipio tienen a familiares en Estados Unidos. Credit Meghan Dhaliwal para The New York Times
Muchos residentes del área son agricultores que se alimentan de lo que siembran; cultivan principalmente maíz y frijol. Hasta hace algunos años, el café era un buen negocio y un cultivo extendido. Pero las enfermedades y la sequía han destruido la producción local, lo que llevó a los agricultores a pequeña escala a la bancarrota y aporta al flujo de migrantes rumbo al norte.
Tan solo en su comunidad, los Pulex conocen a por lo menos cincuenta exresidentes —de una población de alrededor de mil— que ahora viven en Estados Unidos, incluidos varios de sus propios familiares cercanos.
Hace unas semanas, Henrry se vio forzado a vender la casa familiar para pagar deudas, incluida la cuota de 5 000 dólares para el traficante de personas, y la familia ahora vive en la casa de los padres de Donelda, donde duermen en dos colchones en el piso de una habitación sobre una tienda. Lo que resta de sus muebles está repartido entre sus familiares: una estufa en un lugar, una cómoda en otro.
Las niñas han pasado la mayor parte de su tiempo desde que se reunieron conviviendo con sus primos y jugando con muñecas y otros juguetes.
Los Pulex dicen que Marelyn parece haber soportado la terrible experiencia, pero les preocupa y planean llevarla con el psicólogo. Ella no habla mucho sobre sus experiencias en Estados Unidos y contesta las preguntas con respuestas breves. ¿Cómo la trataron en el hogar temporal en Michigan? “Bien”. ¿Y en el centro de detención también? “No”.
Pulex dijo que estaba preocupada no solo por Marelyn, sino por toda la familia. Emily prácticamente no ha dejado que su hermana se le pierda de vista. Y Henrry se siente culpable.
“¿Tal vez nosotros cuatro deberíamos ir, la familia?”, preguntó Pulex, en referencia a la visita al psicólogo. Se preocupa por el costo; usarían un dinero que no tienen. Pero tal vez es necesario.
“Todos vivimos algo muy feo”, dijo.

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