El Diario Digital
2017-07-06
El presidente Trump realmente necesita un amigo en estos momentos, aunque parece que ha puesto sus esperanzas en un candidato improbable: el presidente ruso Vladimir Putin.
Si observamos las declaraciones públicas de Trump acerca de Rusia, que analiza hoy The Washington Post, quedaríamos impactados por la obsesión con la que enmarca sus puntos de vista en términos personales.
En un tweet que publicó en 2013 y que ahora es tristemente célebre, se preguntaba si Putin podría ser “su nuevo mejor amigo”.
Ésa no fue la excepción. Periódicamente, Trump ha vuelto a retomar la idea de establecer una relación amigable con el Kremlin, en algunas ocasiones con un poco de evidente adulación.
En repetidas ocasiones ha elogiado a Putin como un “líder fuerte”.
En agosto de 2016, cuando Hillary Clinton acusó a Trump de pretender ser amigo de Rusia, él respondió: “Yo me pregunto a mí mismo, ¿qué tiene de malo? Al contrario, es bueno”.
Pero, ¿Putin piensa de la misma manera? La mayoría de los comentarios de los medios de comunicación parecen asumir que así es, especialmente ahora que estamos a un día de la tan esperada primera reunión de estos dos hombres, la cual se llevará a cabo el viernes.
Con toda seguridad, será muy natural que Putin corresponda a las expresiones de estimación de Trump.
Sólo que hay un problema: No existe evidencia que sugiera que el presidente ruso ve la relación internacional a través del prisma de la personalidad.
Putin fue oficial de la policía secreta en la Unión Soviética, y hace su trabajo a través del lente de un poderío político autoritario que ha sido una tradición durante siglos.
Es un marco que realmente no se acomoda a la idea de una cercana relación amistosa.
Los presidentes estadounidenses tienen un largo historial de tratar de aplicar una política personal con los líderes rusos.
Franklin Delano Roosevelt estaba convencido de que podía cautivar a Joseph Stalin.
Ronald Reagan confío en su buena relación con Mikhail Gorbachev a tal grado que imaginó que los dos se podrían unir para eliminar todas las armas nucleares.
Bill Clinton pasó mucho tiempo de calidad con Boris Yeltsin y George W. Bush creyó que podría conocer el alma de Putin.
Su fe en el poder tiene profundas raíces en la política estadounidense, en donde la mayoría de las cosas depende de la negociación, diálogo y hacer tratos.
Moscú no funciona de esa manera. La larga tradición autoritaria de Rusia considera las relaciones con otros países en términos de puro poder.
Rusia no tiene amigos, tiene competidores y vasallos.
Los vasallos son países que le rinden tributo a Moscú y siguen su liderazgo en todo lo importante, usualmente porque son profundamente dependientes de Rusia en cuanto a seguridad, apoyo económico o suministro energético.
No es coincidencia que sus actuales vasallos -tales como Bielorrusia, Armenia y Kazajistán- son autocracias corruptas, lo cual le facilita las cosas al Kremlin para trabajar con ellos.