Internacional

Víctimas de laico depredador en Perú denuncian al Vaticano

Associated Press

2017-02-25

Lima– Las víctimas en Perú de un carismático líder católico latinoamericano convertido en depredador sexual han denunciado el manejo del caso por el Vaticano. Dicen que hubo una demora de seis años y una resolución que dista de hacer algo por sanarlos de su violencia sexual, psicológica y física.

''Es realmente vergonzoso'', dijo Pedro Salinas, quien denunció las prácticas perversas de la organización católica Sodalitium Christianae Vitae, con sede en Perú, y que fue víctima del abuso psicológico de Luis Fernando Figari.
Figari fundó el Sodalicio de Vida Cristiana (SCV por sus siglas en latín) en 1971 como una comunidad de legos con el fin de reclutar ''soldados para Dios''. Fue una de las organizaciones católicas conservadoras que surgieron en reacción al movimiento izquierdista de la Teología de la Liberación que ganó adeptos en toda Latinoamérica a partir de la década de 1960.
El grupo cuenta con unos 20 mil miembros en Sudamérica y Estados Unidos.
Figari era un intelectual carismático, pero a la vez ''narcisista, paranoide, despreciativo, vulgar, vengativo, manipulador, racista, sexista, elitista y obsesionado por cuestiones sexuales y la orientación sexual de los miembros de SCV'', de acuerdo con un informe del 10 de febrero realizado por encargo de la conducción de SCV.
El informe, realizado por dos estadounidenses y un especialista en abusos irlandés, halló que Figari sodomizaba a sus reclutas y les obligaba a acariciarlo y manosearse entre ellos. Le gustaba verlos ''experimentar dolor, malestar y miedo'' y los humillaba públicamente para acrecentar su control sobre ellos, según el informe.
Las víctimas presentaron sus quejas a la arquidiócesis de Lima en mayo de 2011. Esta dice que remitió inmediatamente el caso al Vaticano, pero ni la Iglesia local ni la Santa Sede tomaron medidas concretas antes de la aparición del libro de Salinas y de la periodista peruana Paola Ugaz ''Mitad monjes, mitad soldados'' en 2015.
Ese año, el Vaticano designó un investigador y un ''delegado'' a la comunidad. Adicionalmente, el 30 de enero el Vaticano ordenó que Figari viviera apartado de la comunidad en Roma y cesara todo contacto con ella, a pesar del pedido de la SCV de expulsarlo sin más.
Las sanciones, dijo Salinas, equivalen a un ''exilio dorado prácticamente en el que va poder vivir cómodamente con todas las exigencias que él quiera''.
Como lego, Figari no estaba sujeto al mismo castigo que se usaba para sancionar a los sacerdotes abusivos.
En su decreto, la congregación del Vaticano para las órdenes religiosas alegó que la demora de seis años se debió a que la información recibida contenía lagunas y contradicciones.
El vocero vaticano Greg Burke dijo que las primeras denuncias eran anónimas, ''lo que no es una cuestión menor, tratándose de acusaciones tan graves''.
Pero la exintegrante de SCV Rocío Figueroa dijo que si las autoridades de la Iglesia peruana y la Santa Sede realmente hubiesen querido investigar y ayudar a las víctimas, podrían haberlo hecho.
Figueroa, quien trabajó en la oficina de laicos del Vaticano y escribió recientemente un trabajo académico sobre los traumas sufridos por las víctimas de SCV, dijo que el abuso no termina con el cese de la violencia.
''El abuso continúa cuando a los que deben responder con compasión, atención pastoral y justicia no les importa'', dijo. En el caso de la SCV, ''no respondieron''.
El escándalo de la SCV es similar al de la orden religiosa Legionarios de Cristo, con sede en México, cuyo carismático fundador era un favorito del entonces papa Juan Pablo II. Resultó que era un pederasta reincidente que abusaba sexualmente de los seminaristas, tuvo tres hijos y creó una organización furtiva, similar a un culto, para ocultar su doble vida. El Vaticano lo sancionó en 2006 después que la documentación sobre sus abusos vegetó durante décadas en la misma congregación que recibió las denuncias sobre la SCV.
Otro caso similar es el de la comunidad chilena El Bosque, donde la jerarquía eclesiástica se negó durante décadas a creer a las víctimas de un sacerdote carismático, el padre Fernando Karadima, finalmente condenado por el Vaticano en 2011 a llevar una vida de penitencia y oración por sus delitos.
 

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