Internacional

Visita de Obama a Hiroshima despierta fantasmas de Segunda Guerra Mundial

The New York Times

2016-05-25

Washington— Durante décadas, los visitantes de la fantasmagórica cúpula en Hiroshima, la cual se erige como única superviviente del lanzamiento de la bomba atómica en ese lugar hace más de 70 años, entraban a un mundo que combinaba la tragedia atroz y la amnesia histórica.
El sitio, que el presidente Obama visitará el 27 de mayo, reflejaba la perspectiva japonesa, casi universal, de que la ciudad fue víctima de una brutalidad innecesaria: padres de niños incinerados, miles de asesinados y una generación envenenada por radiación.
Sin embargo, las exposiciones museográficas alrededor guardaron un silencio sepulcral sobre qué fue lo que llevó a tal horror. Una máquina de guerra japonesa que arrasó con Asia durante una década previa a aquella mañana que cambió la historia del siglo XX.
Para los estadounidenses que pertenecen a la generación de la Segunda Guerra Mundial, así como para muchos de sus hijos, Hiroshima está en el centro de una narrativa muy distinta. Creen que la decisión del presidente Harry S. Truman de arrojar la bomba salvó decenas de miles de vidas estadounidenses que se habrían perdido en la invasión de Honshu, la principal isla de Japón. Preguntemos a algunos veteranos supervivientes de esta generación —a aquellos que lucharon para abrirse paso desde Iwo Jima hasta Okinawa y sabían lo que les esperaba— y no hay arrepentimientos sobre la decisión de Truman ni equivalente moral entre una campaña japonesa que mató a más de 20 millones en Asia y el horror de la bomba que acabó con todo.
Al decidir dar un discurso bajo esta famosa cúpula, Obama está dando un paso que 11 de sus antecesores evitaron. Por el solo hecho de presentarse en Hiroshima, no tendrá otra opción que caminar por un campo minado de memorias en conflicto, tanto en Japón como en Estados Unidos.
Las dos interpretaciones drásticamente diferentes de lo que pasó han tirado siempre —a veces de manera implícita— de la fuerte alianza entre Estados Unidos y Japón que emergió de las cenizas. Aún hoy, con algunos disidentes notables en ambos países, estas interpretaciones permanecen tan congeladas en la historia como la sombra que quedó impresa en las escaleras de un edificio bancario, cerca de la zona cero de Hiroshima, creada por el cuerpo de la pobre alma sentada allí cuando ocurrió la denotación.

La Casa Blanca insistió el martes en que Obama no se disculpará en Hiroshima. No criticará a Truman por la decisión de arrojar la bomba o por el llamado aún más cuestionable a lanzar una segunda ojiva tres días después sobre Nagasaki porque el emperador aún no se había rendido.

“Esta visita ofrecerá una oportunidad para honrar la memoria de todos los inocentes que se perdieron durante la guerra”, escribió el martes Benjamin J. Rhodes, asesor adjunto de seguridad nacional de Obama. Para un presidente que llegó a sus funciones hablando de un mundo sin armas nucleares —una idea cuya realización le ha presentado más problemas de lo que había imaginado—, es también una oportunidad para decir, en sus últimos meses como presidente, que el riesgo de una nueva Hiroshima difícilmente ha desaparecido.
Este también puede ser el momento justo para salvar esta brecha histórica. Hiroshima ha dado rienda suelta a una importante literatura —que comenzó con el recuento sin precedentes de John Hersey en The New Yorker, publicado en 1946, cuando la ciudad seguía en ruinas— y algunos de los debates morales más profundos del siglo XX.
Actualmente, los supervivientes de aquella mañana, cuando el Enola Gay voló sobre el cielo de la ciudad y dejó caer su carga, son aún más difíciles de hallar que los veteranos estadounidenses, ahora con 90 años, quienes creen que sus vidas fueron perdonadas por este mismo acto
Las exposiciones más recientes en Hiroshima han recordado a los visitantes que la ciudad no fue un objetivo al azar: se trataba de un centro bullente de manufacturación de la máquina de guerra japonesa. “Algunos de nosotros creemos que cuando reflexionamos sobre la bomba, deberíamos reflexionar también sobre la guerra”, me dijo el alcalde de Hiroshima en 1994 cuando hablábamos mientras recorríamos la nueva exposición, a cuya apertura se opusieron los japoneses de extrema derecha.
Incluso hoy, 22 años después, las cuentas saneadas de la guerra que se enseñan a una nueva generación de niños japoneses en la escuela evaden de manera significativa hurgar en la toma de decisiones que llevaron a la Guerra del Pacífico, la masacre de Nanjing o a preguntas sobre si las “mujeres de solaz” (mujeres forzadas a la esclavitud sexual) fueron organizadas por el ejército japonés. La vivacidad de Hiroshima se ha fundido con cuentas anodinas de lo que le precedió, esto reafirma el sentimiento entre los estadounidenses de que, a diferencia de Alemania, Japón nunca ha lidiado completamente con su pasado.
Muchos japoneses opinan lo mismo de Estados Unidos. Recuerdan que cuando el Museo Smithsonian organizó la primera exposición del bombardero Enola Gay en 1995, en conmemoración del 50.° aniversario, los veteranos se opusieron con tal intensidad a los esfuerzos de realizar un análisis imparcial de la decisión de lanzar la bomba —y sus consecuencias— que el congreso llevó a cabo audiencias y el director del museo fue obligado a renunciar. La exposición se diluyó y actualmente — cuando el famoso B-29 se expone en el Centro Steven F. Udvar-Hazy afuera del Aeropuerto Internacional Dulles— cualquier discusión sobre los horrores del lanzamiento de la bomba es breve y la historia detrás, controvertida.
“Los líderes militares más importantes de Estados Unidos que pelearon en la Segunda Guerra Mundial, para la sorpresa de quienes no conocen los documentos sobre el asunto, fueron bastante claros en que la bomba atómica era innecesaria, que Japón estaba a punto de rendirse y que, para muchos, la destrucción de un gran número de civiles era inmoral”, escribió en el semanario The Nation el año pasado Gar Alperovitz, líder del movimiento para revisar el recuento de la historia de Estados Unidos.
Desde ahora y hasta el día en que Obama visitará el lugar, la gran pregunta será cómo han evolucionado las visiones en ambos países desde 1995.
“No creo que haya habido mucha evolución real en Japón, al menos no entre el ala derecha y los amnésicos que niegan la guerra destructiva que Japón llevó a Asia e insisten en que son las víctimas”, declaró Richard Samuels, catedrático en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), que ha escrito algunos de los trabajos más reveladores sobre el ejército de Japón y las culturas de pre y posguerra que lo rodean. “Para ellos, la visita de Obama será una oportunidad de reiterar que tienen la razón”.
Samuels comentó que predecir la reacción en Estados Unidos es más difícil. Añadió que en medio de una campaña presidencial “esta será un blanco fértil para los que sostienen que es la siguiente parada en la gira de disculpas de Obama”.
Sin embargo, aunque así fuera, las preguntas que giran en torno a esos últimos meses de la Guerra del Pacífico en 1945 solo se han hecho más fuertes. El ataque con bombas incendiarias de Tokio en marzo de ese año ocasionó casi 100 mil muertes, según algunas cuentas. Y muchos de los que cuestionaron la decisión de lanzar la bomba atómica han preguntado por qué no fue explotada primero en un lugar deshabitado para demostrar la magnitud del poder de esta nueva arma.
No obstante, el cambio más importante puede darse debido a la ausencia de testigos, afirma Samuels. Hace veinte años, “la generación más grandiosa, personas que vivieron la Segunda Guerra Mundial, seguía por aquí”.
Hoy, su número se ha reducido a algunos cuantos y pronto los únicos que debatirán sobre el legado de Hiroshima no habrán tenido la necesidad ni de lanzar la bomba ni de vivir el horror de sus consecuencias. David E. Sanger fue corresponsal y jefe de la oficina de The New York Times en Tokio de 1988 a 1994.
 

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