Juan de Dios Olivas/
El Diario de Juárez
Al grito de “Viva la religión. Viva nuestra madre Santísima de Guadalupe. Viva Fernando VII. Viva la América y muera el mal gobierno”, los conspiradores de Querétaro encenderían la lucha armada que concluiría una década después con el nacimiento un México independiente, la noche del 15 y madrugada del 16 de septiembre de 1810 en Dolores, Guanajuato.
Aunque en el norte de la Nueva España, la causa no tuvo el apoyo popular, los historiadores registran al menos tres intentos por organizar la lucha armada, el primero con la finalidad de liberar al cura Hidalgo y a los demás insurgentes capturados en Las Norias del Baján, y el último para apoyar a José María Morelos y Pavón.
Conspiran para rescatar a Hidalgo
La primera conspiración se registró el verano de 1811 y fue encabezada por el regidor del Ayuntamiento Salvador Porras y el presbítero Mateo Sánchez Álvarez, quienes fueron delatados y acusados de apoyar a los rebeldes.
Las autoridades no comprobaron las acusaciones, pero Porras fue degradado y multado con 300 pesos.
Unos meses después, en 1812, se registró otro intento en esta ocasión en Basúchil, en la región del Papigochic, encabezado por Rafael Mingura, quien fue aprehendido junto con otros cuatro involucrados y tras ser juzgados fueron sentenciados a varios años de reclusión en la Casa del Obraje.
El intento que se considera el más importante fue la conspiración encabezada por el militar José Félix Tres Palacios, Pablo Caballero y Gaspar de Ochoa, en noviembre de 1814.
Este grupo intentaba apoyar y secundar el levantamiento de José María Morelos y Pavón, así como lograr que se restableciera la Constitución de Cádiz expedida en marzo de 1812, la cual apenas había entrado en vigor ya que la mayor parte de España se encontraba en manos del gobierno pro francés de José I, hermano de Napoleón Bonaparte.
Tres Palacios, quien también era síndico del Ayuntamiento, fue aprehendido por el mariscal Bonavía, el comandante de las Provincias Internas, gracias a una denuncia de los vecinos de Chihuahua y en especial de su Ayuntamiento.
El conspirador fue sentenciado a 10 años de presidio ultramarino y al destierro perpetuo de las Provincias Internas, terminando así el último intento de encender la llama independentista en el norte de la Nueva España.
Los ejecutan en Chihuahua
La rebelión que iniciaron un día como hoy hace 207 años el cura Miguel Hidalgo y Costilla y un grupo de conspiradores para liberar a la Nueva España, concluiría casi 10 meses después en la villa de San Felipe del Real, en lo que hoy es la ciudad de Chihuahua, con la ejecución del llamado padre de la patria y sus principales seguidores.
Sin embargo, la llama que encendieron no se apagaría y continuaría por una década más hasta la proclamación de la independencia el 27 de septiembre de 1821, fecha en la que nace México como país y al poco tiempo, en el norte, se configura el estado de Chihuahua.
Los muros del antiguo Colegio de Jesuitas convertido ya entonces en hospital militar, fueron testigos aquella mañana del 30 de julio de 1811 del final del cura de Dolores y sus seguidores.
Ese día, al amanecer los habitantes de la villa de San Felipe del Real de Chihuahua escucharían el fúnebre redoble de tambores y el repicar de las campanas de los templos.
Seguramente también escucharían aquellos tres disparos que se impactaron en el pecho de Hidalgo y momentos después el tiro de gracia que puso fin a la vida de aquel cuyo rostro sereno y tranquilo, mostraba un valor que momentos antes de ser ejecutado, impresionó a sus verdugos entre quienes incluso repartió dulces.
Así terminaba también en Chihuahua la primera etapa de esa lucha emprendida al grito de “Viva la religión. Viva nuestra madre Santísima de Guadalupe. Viva Fernando VII. Viva la América y muera el mal gobierno”, entendido este último como aquel que fue impuesto por el imperio francés y contra el cual en realidad conspiraban los criollos en la Nueva España.
Meses antes, tras ser derrotados y capturados el 21 de marzo de 1811 y en Las Norias de Baján, Hidalgo y 26 líderes insurgentes más fueron amarrados y conducidos a la villa de Chihuahua, donde la lucha que había emprendido no encontró mayor eco.
En efecto, en nuestro estado el apoyo a la causa se había traducido sólo en pequeños brotes de simpatía que no pasaron a la lucha armada y quedaron en meras conspiraciones descubiertas y sus participantes encarcelados o desterrados.
Aquí las condiciones eran diferentes a las del centro del virreinato; fueron más evidentes y elocuentes las muestras de respaldo a la Corona española por ricos comerciantes y mineros, quienes incluso financiaron y mandaron voluntarios reclutados para combatir a los insurgentes.
En 1810, las ricas élites del norte del virreinato de la Nueva España, dueñas de comercios y minas, decidieron apoyar a la Corona española y financiaron milicias que combatieron con fiereza a los insurgentes en las provincias donde se presentaron los mayores brotes insurgentes.
Entre todos lograron reunir 430 mil pesos que fueron utilizados para sofocar la rebelión.
De esa suma, Don Ángel Bustamante, rico vecino de Batopilas, donó 100 mil pesos de plata en barras y además prestó, sin cobrar intereses, otros 150 mil pesos. En tanto, algunos sectores populares, alentados por curas leales a la Corona, se enlistaron como voluntarios y formaron parte de varios batallones utilizados para sofocar la rebelión.
Entre las fuerzas contrainsurgentes, destacan 300 flecheros tarahumaras, reclutados por el padre José Francisco Álvarez, en la zona del Valle del Rosario, tropa a la que se unieron vecinos de Cusihuiriachi, Parral y Valle de los Olivos.
Este batallón fue puesto al mando del teniente coronel José Manuel de Ochoa y fue enviado a combatir en Durango, Zacatecas y Guadalajara.
En tanto, otro grupo denominado “Patriotas de Fernando VII”, fue conformado para cuidar el orden en sus respectivos lugares de residencia y conformado por vecinos de El Paso del Norte, San Francisco del Conchos, San Gerónimo, San Pablo y Carrizal.
Así, las provincias del norte del virreinato, con excepción de Texas y Coahuila, se habían mantenido casi ajenas a la insurgencia.
Llega la Independencia
Al paso de los años, la lucha insurgente siguió sin tregua, pero para 1821 las condiciones en España cambiaron, así como los intereses de los principales militares del Ejército Realista en la Nueva España, quienes entablaron una alianza con el líder de la rebelión independentista.
El pacto quedó sellado en el Plan de Iguala firmado el 24 de febrero de 1821 por Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero, el cual acercó más a la anhelada independencia.
En los meses siguientes, los militares realistas en las distintas provincias se vieron en el dilema de mostrar su lealtad a un bando o el otro.
En la intendencia de la Nueva Vizcaya, las tropas realistas al mando del general Pablo Negrete muestran su simpatía a Iturbide y toman la capital, Durango.
En Chihuahua, coherentes con su postura mantenida durante una década, los vecinos financiaron la salida de tropas locales hacia el sur para combatir a quienes traicionaron a la Corona.
Cuatrocientos hombres fueron enviados por el comandante Alejo García Conde, a reforzar la capital de la Provincia, pero ya no llegaron, el 21 de agosto en San Bartolomé, decidieron cambiar de bando y secundar el Plan de Iguala.
García Conde también haría lo mismo el 27 de agosto, terminando ese día el dominio español en Chihuahua.
Un mes después, el 27 de septiembre de 1821, las tropas de Vicente Guerrero y Agustín de Iturbide, llamadas el Ejército Trigarante, entraron a la Ciudad de México y consumaban la Independencia. (Juan de Dios Olivas /El Diario)
jdolivas@redaccion.diario.com.mx
Fuentes: Francisco R. Almada en “Visión Histórica de la Frontera Norte de México”; Luis Aboites, en “Breve Historia de Chihuahua”; Víctor Orozco, en “¿Hidalgo o Iturbide?”;
Graciela Altamirano y Guadalupe Villa en “Chihuahua, textos de su historia”; Martín González de la Vara, en “Breve Historia de Ciudad Juárez y su región”; www.inehrm.gob.mx