Espectaculos

Un hombre busca a una mujer

The New York Times

2018-07-14

The New York Times

Madrid–Es inevitable ver al Luis Miguel de hoy moviéndose en el escenario con su típico traje de señor, algo de bótox, los mismos ríos de sudor cayendo por sus patillas, los dientes blancos completando la sonrisa más satisfecha de sí misma que he visto en mi vida, su bronceado irreal, y no pensar en todo lo que nos ha revelado la serie de Netflix que lleva su nombre.
Fue un niño artista explotado por su padre y hoy es un hombre triste que hace treinta años no ve a su mamá. Detrás del retorno triunfal del cantante hay un cambio de fórmula: la balada de amor romántico que sonaba en nuestros corazones se ha convertido en himno filial, en amor de hijo; el bolero del desengaño en la elegía del huérfano. El hombre maduro es un niño maltratado congelado en el tiempo. El artista exitoso, alguien que ha perdido. Esa es la eterna magia del pop.
Durante años, la madre desaparecida fue un tema incómodo, rodeado de silencio, al que Luis Miguel contestaba con evasivas. Sólo ahora, gracias a esta biografía audiovisual autorizada por el artista, quedan pocas dudas de que la italiana Marcela Basteri fue una víctima de violencia doméstica. El más grande villano de la historia es el padre del cantante, Luisito Rey, un hombre sin escrúpulos, un charlatán sediento de poder, dinero y fama, y un machista extremo.
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Según la serie basada en la biografía del periodista español Javier León Herrera, Marcela había vuelto a Italia, a la casa de su padre, tras su separación de Luisito Rey, sumida en una profunda depresión. En torno al mes de agosto de 1986 viajó a Madrid para reunirse con su exmarido y con su hijo mayor, a quien llevaba mucho tiempo sin ver. Pero, según el periodista, allí sólo estaba Rey, quien fue el último en verla antes de desaparecer sin dejar rastro. Para León Herrera “murió por causas no naturales”, aunque nunca ha dicho de qué manera. Tampoco Luis Miguel. Todas las expectativas están puestas en que mañana, en el último capítulo de la temporada, se revele.
La bioserie por momentos insinúa y por otros acusa a Luisito Rey de prostituir a Marcela, de desaparecerla y probablemente hasta de asesinarla o al menos empujarla al suicidio; de alejarla de sus hijos —en la conocida dinámica machista de usar a los niños para castigar a la mujer— y de ocultarle a ellos las verdaderas razones de su ausencia. También de mantener a otras mujeres mientras ella paría a un bebé prematuro y cuidaba de la casa y a otro hijo pequeño. De marginarla de la carrera y de la vida de Luis Miguel, lo que causó su depresión.
Luis Miguel y sus hermanos también fueron víctimas de Luisito. Drogó a Luis Miguel con efedrina cuando era menor de edad para que soportara el ritmo del negocio y, durante la década en que fue su representante, lo manipuló y estafó. Tanto maltrato llevó al hijo a romper con el padre, pero a Marcela Basteri nadie la volvió a ver.
Más que sus innumerables romances, más que la historia de su precocidad, su talento y mucho más que la lenta cocina de su éxito, lo que tiene enganchados a miles de espectadores que ven la serie es el misterio detrás de una ausencia. De pronto, la biografía de una celebridad importa más en tanto se ha construido sobre ese silencio: la invisibilización de la violencia machista en uno de los continentes más peligrosos para ser mujer. Catorce de los veinticinco países del mundo con las tasas más elevadas de feminicidio están en América Latina y el Caribe y, según la Organización Mundial de la Salud, es la región con la mayor tasa de violencia sexual fuera de la pareja y la segunda mayor tasa de violencia por parte de la pareja o expareja. Pero también en América Latina se han gestado algunos de los movimientos de emancipación femenina más potentes de los últimos años, empezando por Ni Una Menos y un intento por combatir el silencio del acoso y la agresión sexual.
¿Por qué esperó tanto Luis Miguel para hablar del agresor de su padre y de su madre víctima? Cuando Luis Miguel estaba en la cúspide de su fama, según un periodista, se llegó a hacer un estudio de mercado y llegaron a la conclusión de que la madre desaparecida —no muerta, no violentada, no asesinada— elevaba su aprobación y atracción entre las mujeres, porque desataba las ganas de protegerlo, el instinto maternal de sus seguidoras incondicionales. Eso le hacía vender más discos. Durante los años en que todavía daba entrevistas, Luis Miguel mostró de alguna manera un bocado de su dolor: declaró seguir esperando el regreso de su madre, que volver a verla sería su mejor regalo. La ausencia de la madre fue debidamente romantizada y aprovechada para la mercadotecnia. Luis Miguel sólo hablaba de amor, no de odio. El negocio, mientras tanto, siguió floreciendo sobre ese silencio.
Pero si antaño callaba para proteger su carrera, hoy parece hablar para salvarla: nuevo disco; los conciertos de su gira más reciente, agotados, y el relato de su vida batiendo récords de audiencia. Cada semana un capítulo nuevo nos deja claro que Luis Miguel luchó durante años por encontrar a su madre viva, pero lo hizo con absoluta reserva, contrató detectives privados, visitó hospitales y hasta pidió ayuda a un expresidente de México para que a través de la Mossad, la agencia de inteligencia israelí, dieran con su paradero.
La serie hace las veces de una herramienta de visibilización de la tragedia y un intento de señalamiento. Y en ese sentido, el relato de esos hechos pasa a formar parte de un debate mayor, porque él, también una víctima de la violencia doméstica, ha decidido por fin hacerlo público, compartirlo.  El drama de Marcela ya no sólo le pertenece a Luis Miguel y a su familia, le pertenece a todos los que luchan contra la violencia machista en Iberoamérica.
Marcela no va a volver, y la serie es lo más cerca que alguien ha estado de hacerle justicia. Pero podría ser sólo el comienzo. Y la justicia para ella algún día podría ser justicia para las más de mil mujeres que mueren cada año en América Latina por violencia de género.
 

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