Economia

El espejismo del regreso a la grandeza de la manufactura

The New York Times

2016-04-27

Nueva York— Hace medio siglo, cosechar los 2.2 millones de toneladas de tomates de California para hacer salsa requería la labor de 45 mil trabajadores. Sin embargo, en los 1960 científicos e ingenieros de la Universidad de California en Davis, desarrollaron un tomate alargado que se prestaba a ser cosechado con máquinas, y una eficiente cosechadora mecánica que hacía todo el trabajo en una sola pasada por el campo.
Comenzaba la guerra para salvar empleos.
¿Cómo podía una universidad mantenida con fondos públicos invertir en investigaciones que eliminaran empleos agrícolas solamente para ayudar a los grandes latifundistas? Esa fue la pregunta que se hizo durante la demanda presentada por un grupo protrabajadores agrícolas contra Davis en 1979.
Los trabajadores agrícolas sindicalizados bajo la guía de César Chávez fijaron su prioridad No. 1: detener la mecanización. En 1980, el secretario de Agricultura bajo la Presidencia de Jimmy Carter, Robert Bergland, declaró que el Gobierno federal ya no financiaría investigaciones que pudieran llevar al “reemplazo de una fuerza de trabajo adecuada y dispuesta con máquinas”.
Hoy en día, el trabajo para salvar los empleos en Estados Unidos tiene un toque distinto. Se refleja en la promesa de Hillary Clinton de “Ganar la competencia mundial por empleos de manufactura y producción”. Vive en la llamada de Donald Trump para romper el TLC e imponer un 45 por ciento de tarifa arancelaria contra las importaciones de China; y en el grito desesperado de Bernie Sanders para frenar los tratados de libre comercio.
Sin embargo, su resultado probablemente será similar. Congelar la investigación puede haber hecho lenta la mecanización de las cosechas de California, pero para el año 2000, solamente se empleaban 5 mil trabajadores en California para recoger y clasificar la cosecha que para entonces era de 12 millones de toneladas.
En las fábricas de Estados Unidos, los empleos están desapareciendo inevitablemente. Sin embargo, a pesar de la retórica política, el problema principal no es la globalización. Este tipo de empleos están en declive en las fábricas del mundo entero.
“La observación no deja lugar a dudas”, expresó Joseph Stiglitz, el economista de la Universidad de Columbia ganador del Premio Nobel. “Los empleos de manufactura van a la baja en todo el mundo porque los incrementos en la productividad están sobrepasando por mucho a los incrementos en la demanda de productos manufacturados”, agregó.
Las consecuencias de esta dinámica con frecuencia son malentendidas, incluyendo a los políticos que prometen resolverlas.
No importa qué tan altas sean las tarifas arancelarias que el Trump quiere imponer para proteger la economía estadounidense, no podrá producir un renacimiento industrial en casa. Tampoco lo haría cambiar las leyes de impuestos para limitar los vuelos corporativos que salen de Estados Unidos, como propone Hillary Clinton.
“La probabilidad de que logremos una recuperación manufacturera es cercana a nulo”, explicó el profesor Stiglitz. “Tenemos más probabilidades de obtener una rebanada menor de un pastel que se está encogiendo”, aclaró.
Puede usted considerarlo desde esta perspectiva: a lo largo del Siglo 20, los empleos agrícolas en los Estados Unidos se redujeron a un dos por ciento de la fuerza laboral, de un 41 por ciento que eran originalmente; esto a pesar de que la producción se incrementaba exponencialmente. Desde 1950, los empleos en manufactura han pasado de representar un 24 por ciento a un 8.5 por ciento. Aún tienen margen.
La reducción de los empleos de manufactura es mundial. En otras palabras, las estrategias para regresar empleos en esa rama a un país resultarán en la pérdida de empleos en otro, si consideramos un juego donde la suma algebraica de todas las pérdidas y ganancias de todos los participantes dé igual a cero.
Sin embargo, la fuga de dichos empleos ha causado muchos problemas en Estados Unidos. Para una infinidad de trabajadores en áreas menos desarrolladas del mundo, esto puede significar un desastre.
El estancamiento tan largo de Japón puede ser interpretado como una consecuencia de una estrategia de desarrollo de décadas que dejó a la nación extremadamente dependiente de la manufactura. “Están enfocados en negocios que no tienen futuro”, expresó Bruce Greenwald, experto en estrategias de inversión en la Escuela de Negocios de Columbia. “No están eliminando horas de trabajo en manufactura lo suficientemente rápido para seguirle el paso a la reducción de trabajo requerida”, añadió.
Los países más ricos de hoy en día iniciaron su desindustrialización cuando ya estaban muy bien y se beneficiaron de fuerzas productivas suficientemente entrenadas y productivas que pudieran hacer la transición a empleos bien pagados en el área de servicios, conforme un mayor número de consumidores de buenos recursos gastaban menos de sus ingresos en bienes físicos y más en placer, cuidados de salud de primer nivel y otros servicios.
Los países más pobres tienen opciones más limitadas. Si la desaparición de empleos de manufactura en los Estados Unidos forzó a muchos trabajadores a colocarse en empleos mal pagados en comercios y similares, uno puede imaginar el reto en países como India, donde el empleo en las fábricas ya llegó a su tope, pero el ingreso per cápita es solamente 1/25 de lo que era en los Estados Unidos en su mejor momento.
Los países en vías de desarrollo están sufriendo una desindustrialización prematura”, explica Dani Rodrik, experto en Economía Internacional quien da clases en la Escuela Kennedy de Harvard. “Tanto el empleo como el comienzo de la desindustrialización se están estableciendo en niveles de ingreso mucho más bajos”, agrega.
Esto está sucediendo aun en un gigante de la manufactura como lo es China —la cual parece haber llagado al tope de su estrategia de manufactura en un nivel mucho más bajo de ingresos que sus antecesores exitosos, como Japón y Taiwán.
Para países más pobres en Asia, África y Latinoamérica, el declive de la manufactura como una fuente generosa de empleos pone un fin al camino por excelencia hacia las riquezas que el mundo moderno ha seguido.
La manufactura, señala el profesor Rodrik, tiene ventajas únicas. Por ejemplo: puede rápidamente emplear montones de empleados no calificados. “Establecer una fábrica para hacer juguetes pone a uno en una escalera de productividad de una forma que la agricultura tradicional y los servicios no hacen”, explicó.
Aún más, la producción no está limitada a un mercado doméstico pequeño: la exportación de bienes puede fluir fácilmente por todo el mundo, dando a la industria un margen hacia donde crecer y dando a países en desarrollo tiempo de subir la escalera de ingresos, habilidades y sofisticación.
Los recursos naturales que predominan en las exportaciones de muchos países pobres no tienen estas características. Requieren pocos trabajadores y ofrecen poco valor agregado. No invitan a adquirir nuevas habilidades, y dejan a los países sujetos a cambios violentos en los precios de sus exportaciones.
Los servicios de alto nivel tales como finanzas y programación sí pagan bien. Sin embargo, no son los sectores de servicios que la mayoría de los países pobres construyen. La mayoría de los empleos de servicios que más de la mitad de los países tienen están limitados a limpieza de casas, tienditas de esquina y similares. Ya que estos sectores ofrecen poco crecimiento en la productividad y generalmente están aislados de la competencia extranjera, no pueden sacar a una nación de la pobreza.
La primera gran transición de la agricultura a la industria a principios del Siglo XX — bien preparada por el gasto público orientado a las guerras mundiales— liberó a trabajadores de sus cadenas mucho más eficientemente que la revolución de Karl Marx.
En los Estados Unidos, el reto político no se antoja fácil. Pagos bajos casados con márgenes altos en gran parte de la economía de servicios están contribuyendo a que la brecha de ingresos sea cada vez mayor, lo cual a su vez está rasgando a la sociedad en muchos sentidos. Acostumbrados a la prosperidad que alguna vez produjo la manufactura, los trabajadores estadounidenses se están rebelando contra los cambios en las corrientes.
Nota para Clinton, Sanders y Trump: agarrar los empleos de manufactura del mundo es la solución errónea. Los muros dañarán la prosperidad, no la incrementarán. Las promesas de recapturar la grandeza de la era industrial suenan falsas.
Sin embargo, los Estados Unidos tienen alternativas: el cuidado a la salud, la educación, y la energía limpia, por citar algunos ejemplos. Estas presentan grandes retos económicos y políticos, por supuesto —sin mencionar la enorme ineficiencia de la medicina privada estadounidense y la opuesta tajante de los republicanos a un mayor gasto público.
Aun así, de la misma manera que el gobierno alguna vez dio el empujón crítico para desplazar la economía de su pasado de agricultura a un futuro industrial, así mismo podría ayudar a construir un mañana postindustrial.

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