Deportes

Mason cumplió sueño de muchos

New York Times News Service

2015-03-02

Anthony Mason fue uno en un millón: hijo atento, padre cariñoso, amigo y hermano leal.
Para quienes estamos involucrados en los deportes, especialmente en los juveniles, “uno en un millón” se refiere asimismo a alguien que hace realidad el sueño de convertirse en atleta profesional.
El pasaje bíblico, “porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos” es de amplia aplicación. Resulta especialmente relevante para las millones de muchachos que, no obstante sus relaciones familiares, horas de entrenamiento y asesoría particular, no cumplirán el sueño infantil de recibir sueldo por jugar partidos.
Ellos no se convertirán en ese uno en un millón. Anthony Mason sí.
Los homenajes rendidos a Mason, quien falleció a los 48 años en las primeras horas del sábado, tres semanas después de haber sido hospitalizado por insuficiencia cardiaca, mencionaban su fuerza y su aguante. El núcleo de su ser iba mucho más allá. Mason, sobresaliente delantero de poder con estatura inferior a la regular durante 13 temporadas profesionales en seis equipos, entre ellos los Knicks de Nueva York, poseía una tenacidad que desde que yo recuerde formaba parte de su alma. Eso data desde marzo de 1983.
Después de trabajar en la sección esta Semana de The New York Times, llegué a los deportes justo a tiempo para los playoffs de la Liga Atlética de Escuelas Públicas. Ese año en la ciudad había varios equipos muy fuertes y grandes jugadores.
Para marzo, se mencionaba al equipo Springfield Gardens de Mason. Había resentimiento y celos, sobre todo por el tiempo de juego. Finalmente, Rich Anderson, jugador de tercer año que era el astro del equipo, convocó a junta antes de los playoffs. Varios jugadores se quejaban de la atención que Anderson había estado recibiendo. Con su estilo directo, Mason se manifestó inconforme por ser el sexto hombre.
Finalmente, los jugadores de Springfield Garden se dieron cuenta de lo que todo equipo campeón se da cuenta: todos tienen una función. Alguien tiene que ocupar los encabezados, alguien tiene que ser el rostro de una gran nota. Eso no refleja el valor de uno como ser humano si esa persona es alguien más.
Todos levantan el trofeo. A fin de cuentas, lo importante es qué tanto crea uno en sí mismo y con qué tanta tenacidad vaya tras sus sueños.
Mason aceptó su función como el sexto hombre, refunfuñando hasta ganar el campeonato municipal. Resultaba claro que era la fuerza intimidante que había tras esa llegada al trofeo.
Springfield Gardens avanzó hasta el partido por el título estatal, cayendo ante North Babylon.
Después de su tercer año, Mason entró a Tennessee State, para luego –tras estancias en Turquía, la Asociación Continental de Basquetbol y la Liga de Basquetbol de Estados Unidos– ingresar a la NBA.
Y mientras se apagaron las estrellas de los que parecían llevarle ventaja a Mason en preparatoria.
Afectado por bajas calificaciones, Anderson llegó a entrar a Texas Tech, pero renunció a su sueño al término de un semestre.
La descripción que hace sobre lo ocurrido es típica de los miles que intentan llegar a la cima de los deportes.
“Volví a casa en vacaciones y no quise regresar”, recordó Anderson en 1994. “Le dije a mi mamá que simplemente ya no quería jugar.
“Creo que empecé a ver la realidad, siempre soñando en querer ser profesional y luego pensando que a la mejor no soy bastante bueno”.

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